¿Es una quimera imaginar un político moral (y qué ha pasado en la historia)?

En un artículo publicado recientemente, Txetxu Ausín -director de la revista Dilemata- y Lydia de Tienda Palop -profesora de filosofía moral y política de la Universidad Complutense de Madrid-, reivindican el papel de la ética como un instrumento pedagógico ineludible para formar ciudadanos que sepan luchar por sus derechos, al ser conscientes de unos valores democráticos que cimentan el bien común gracias a la empatía.

Roberto R. Aramayo / The Conversation

Su trabajo va desgranando los distintos frentes en que la ética puede rendir un fecundo servicio social y también plantea la cuestión de si es posible concebir una ética política.

Historia de la ética y la política

Hace tiempo escribí un ensayo que versaba sobre las relaciones entre la ética y la política, publicado bajo el título de La quimera del Rey Filósofo y que acaba de traducirse al inglés. Allí se rastreaba cómo le había ido a esa relación de la moral con lo político durante dos milenios y medio desde Platón hasta Max Weber.

El balance no fue muy positivo.

Al pobre Platón casi lo vendieron como esclavo cuando quiso adoctrinar al tirano de Siracusa, Dionisio I, para que fuera mejor gobernante. Así es como Platón intentó aplicar en la práctica su teoría sobre que los filósofos debían llevar el timón de la nave del Estado con arreglo a sus conocimientos, para orientar mejores formas de gobierno.

Maquiavelo cobró mala fama por escribir un manual sobre las ruindades que cabe hacer para conseguir o conservar el poder, aunque con ello se convirtiera en el primer politólogo de la modernidad y escindiera las consideraciones religiosas del ámbito estrictamente político, al describir sin cortapisas los resortes de la maquinaria política.

Su experiencia como Secretario florentino le permitía complementar dos perspectivas diferentes, puesto que él había frecuentado la plaza con el pueblo y el palacio de los patricios, por lo que se hallaba familiarizado con ambos foros.

Voltaire se rebeló contra la intolerancia y denunció sin descanso los desmanes del fanatismo religioso de su época, pero no dejó de adular a un monarca, Federico II de Prusia, con quien llegó a publicar conjuntamente una refutación del maquiavelismo, aun cuando ese rey defraudó las expectativas depositadas en él nada más acceder al trono.

Federico el Grande le gustaba verse como un rey filósofo, pero en realidad no habría pasado a la historia sin sus hazañas bélicas, dado que sus cualidades como ensayista y poeta sólo se dieron a conocer por ser el rey de Prusia.

Para Weber una cosa era vivir de la política y otra muy diferente vivir para la política. En su célebre conferencia sobre «La política como vocación» distinguió entre una ética de las convicciones y una ética de la responsabilidad, haciendo ver que la política demanda esta última, porque hay que saber aplicar cuanto piden los principios.

Moralista político y político moral

Aunque no se la toma en serio cuando es necesario hacerlo y se la obvia como una imprescindible asignatura transversal en todos los niveles educativos, la filosofía parece conservar algún prestigio, como muestra el hecho de que algún banco se sirva del término para publicitar sus productos con «digilosofía«.

Y eso mismo sucede con la ética, cuyo nombre se suele tomar en vano cada vez con más frecuencia. Se diría que su invocación constituye una especie de fórmula mágica y que su sola mención equivale a cambiar las cosas como por un ensalmo. De ahí que hayan intentado proliferar, por ejemplo, las bancas éticas y otras cosas por el estilo.

En su ensayo titulado Hacia la paz perpetua, Kant utiliza la ética para distinguir entre dos clases de políticos, aquellos que la utilizan como mero barniz para camuflar sus tropelías y esos otros que la toman como principio rector de sus decisiones.

A Kant le cabe imaginar «un político moral para quien los principios de la prudencia política puedan ser compatibles con la moral, mas no un moralista político que se forja una moral según la encuentre adaptable al provecho del estadista».

Dedicar unos años a la política es una de las cosas más dignas que cualquiera puede hacer, porque conlleva un sacrificio personal y profesional para quien tiene otro quehacer. Sin embargo, a veces parece seguir siendo válido este diagnóstico de Voltaire:

«La palabra político significa originariamente ciudadano, mientras que hoy viene a significar embaucador de los ciudadanos».

Va siendo hora de que prevalezca el distingo kantiano y desaparezcan los moralistas políticos de la gestión pública, donde sólo debería haber sitio para políticos morales.

En definitiva, los políticos de índole moral no son en absoluto algo quimérico y deberían proliferar cada vez más gracias a una presencia de la reflexión ética en las instituciones educativas y los medios de comunicación.

raya

*Roberto R. Aramayo es profesor de Investigación IFS-CSIC. Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía IFS-CSIC. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative

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