Raskolnikov en Zapote

Por Robert F. Beers – Abogado constitucionalista Máster en Ciencias Políticas

En su famosa novela Crimen y Castigo, el autor ruso Dostoyevski nos presenta un personaje muy elocuente: Raskolnikov, un estudiante joven y desubicado que se autopercibe superior a las «personas ordinarias» gracias a su privilegiado intelecto, que (según él) lo exime de cualquier límite ético en sus acciones. Su pretendida «superioridad» le permite creerse con el derecho de robar un hacha, meterse al apartamento de una anciana a la que él debía dinero, y asesinarla a hachazos junto con su hermana, presente al momento del crimen.

Si Dostoyevski hubiese tenido la idea de dotar a su Raskolnikov de poder político, el resultado habría sido una descripción muy certera de la clase de personas que hoy pululan en Zapote: personas tan convencidas de su propia «inteligencia» (aunque nunca la logran demostrar), que se sienten con el derecho de pisotear la Constitución, humillar diariamente a la ciudadanía y valerse de cualquier medio, legítimo o no, para imponer su ideología («el lado correcto de la Historia», dicen para justificar su autoconferido «privilegio»).

Desde hace mucho tiempo (pueden verse mis artículos en esta línea desde 2017 aproximadamente) advertíamos aquí que el inquilino de la Casa Presidencial llegaba al cargo sin ninguna idea (ni ningún interés) sobre reactivar la economía, combatir el desempleo (que se ha disparado durante su periodo), reducir la pobreza ni controlar el gasto excesivo del Estado (al contrario, con todo y los impuestos se incrementó el déficit, llevándonos a que la inversión extranjera nos vea como Bono Basura). Sus prioridades eran de otro tipo… y negarlo a estas alturas es un crimen contra la República.

Aunque se arropó retóricamente en el tema de «derechos humanos», sus acciones nos dejan claro que tal compromiso no era más que un nombre en clave para su agenda ideológica. Por el contrario, el régimen de los Raskolnikov criollos tiene a su haber, en menos de dos años, más ataques contra el orden, derechos y libertades constitucionales que cualquier gobierno de los últimos 120 años, a excepción del de los Tinoco.

Para hacer un corto repaso: propusieron eliminarle a los diputados la posibilidad de modificar proyectos presentados por el Poder Ejecutivo (suprimir el pluralismo político y el principio de representatividad). Plantearon penalizar con cárcel la difusión de ideologías no aprobadas por ellos («Ley del Odio», contra la libertades de pensamiento y expresión). Han pretendido ideologizar el sistema educativo público (contra el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, la libertad de culto y el derecho a la intimidad de los menores de edad). Con excusas como la «lucha contra el lavado de dinero» o la «lucha contra la evasión», han impulsado proyectos que lesionan el derecho a la propiedad privada y que incluso invierten el principio de inocencia en el derecho penal. También quisieron, por decreto, ampliar excepciones a delitos contra la vida y la semana antepasada nos «deleitaron» con su idea de husmear en nuestras cuentas bancarias y el uso que damos a nuestras tarjetas de débito o crédito (de eso se trata el famoso secreto bancario, no de otra cosa). En suma, los Raskolnikov de Zapote nos ven a todos, salvo a sí mismos, como ignorantes y delincuentes. De nuevo, ¿cuál inversionista querría intentar actividad económica alguna con semejante escenario?

Ahora se sintieron también con el «derecho» de empuñar un hacha robada (el poder del Estado) y descargarla contra el derecho a la intimidad de los ciudadanos. No precisamente para «tener información para generar políticas públicas», como quisieron dibujarlo para parecer inofensivos, ignorando que el INEC hace eso desde hace décadas. No; la orden presidencial de violar expresamente el artículo 24 de la Carta Magna y hurgar en los datos íntimos y confidenciales de la ciudadanía, se dirigió en primera instancia a perfilar e identificar a los simpatizantes de la oposición política, y en especial a las personas de credo cristiano. Y para no dejar dudas, encargaron del asunto a un lamentable personaje de confesa filiación castrochavista que no ha demostrado capacidad para nada, salvo para injuriar y calumniar a los líderes de oposición política, y para vociferar de todas las formas posibles su odio desorbitado por el cristianismo. Si esto no es totalitarismo, ¿qué más lo podría ser?

Cuando suena la alarma de la República, es cuando los límites del sistema son traspasados. Todo el equilibrio de una estructura política descansa sobre el límite a los poderes del Estado y sobre la protección que debe dar a la ciudadanía el imperio de la ley. Ningún Raskolnikov puede venir a decirnos ahora que su «superioridad intelectual» justifica sus crímenes. De hecho, ningún Raskolnikov debería estar en posiciones de poder político. Quizás esta sea la última advertencia.

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