Improvisar en tiempos virales

Por: Robert F. Beers -Abogado constitucionalista Máster en Ciencias Políticas

En situaciones de crisis graves, la alternativa sensata es siempre deponer diferencias y atender primeramente al interés nacional (algo que en una República debería ser la norma y no sólo el discurso de «emergencia«). Sin embargo, y como lo anotaba sarcásticamente Alberto Cañas hace casi setenta años, cuando hay mediocridades políticas al frente de un país, suelen interpretar que la única posibilidad de unificar es «que todo el mundo se rinda… se haga de la vista gorda frente al Gobierno y que cesen los ataques contra este, para que este siga haciendo lo que viene haciendo«… Es decir, «que los costarricenses abdiquen de su derecho de crítica» y se limiten a aplaudir o callar. Una actitud quizás conveniente o cómoda, pero nunca responsable.

A la mayoría de los Gobiernos del mundo (y el nuestro no es la excepción), la explosión pandémica del COVID-19 los tomó bastante desprevenidos, o bien con escasas posibilidades de gestionar una reacción oportuna. Economías pujantes y abiertas como las de EEUU e Inglaterra fueron torpedeadas; Italia, España e Irán pierden a diario cientos de vidas, y numerosos Estados dudan entre un desinterés suicida (Nicaragua, México), un riguroso hermetismo (Rusia, Brasil) o medidas drásticas (El Salvador, Israel). Hasta cierto grado, no se puede culpar a Carlos Alvarado o a su Gabinete de no tener ni idea de cómo enfrentar esta situación (máxime que ya desde antes habían demostrado tampoco tener ni idea de cómo enfrentar situaciones «normales«).

Lo que no puede justificarse es comprobar que en Zapote no hay quien aprenda una lección, y que su inquilino insiste en seguir «haciendo lo que viene haciendo»: cometer errores no forzados. Si el esfuerzo gubernamental parece más encaminado a recobrar desesperadamente «capital político» (y de paso levantar la imagen de algún jerarca al que luego se pueda «candidatear«), los sucesos de ayer obraron el dudoso «milagro» de recordarnos a todos la peor característica de este Gobierno: lucir siempre como si estuviera «improvisando».

Con la economía ya ahogada por la voracidad del Estado desde antes de la pandemia, la catástrofe se precipita hoy sobre sectores como el turismo y la gastronomía. Sólo en este último sector han perdido su empleo más de 100 mil compatriotas en menos de 15 días (lo que sugiere un total de más de 450 mil parados, alrededor de un 17% de desempleo). ¡Y precisamente ahora aparece el Ministro de Hacienda a decir que a los pocos empleos restantes habría que ponerles OTRO impuesto más (como si no conociéramos la capacidad del Gobierno actual para exprimirnos recursos y destinarlos a las «prioridades» más ridículas)…!

En momentos críticos, debería estarse pensando en todo lo contario: ¡disminuir la carga! La única plata que sirve para mantener a flote los pedazos de nuestra economía, es la que siga llegando a manos de las familias, y les permita adquirir bienes y servicios al ir pasando la emergencia. Sólo así se podrá recuperar la demanda (y con ella, la actividad económica) en un lapso más corto. La pretensión de Hacienda más bien deterioraría el ingreso de las personas que logren conservar su trabajo, y con ello deprimiría aún más la demanda y retardaría la eventual recuperación.

Deberíamos estar buscando la manera de sostener esa demanda, y por ende lograr que la menor cantidad posible de familias resulte empobrecida (de ahí mi discordancia con algunos de mis amigos liberales en el sentido de exigir «castigos» al salario de los empleados públicos). Habría que traer recursos de programas innecesarios o paralizados en el momento, si es que faltan para la salud pública (por ejemplo, es obvio que no habrá un referéndum este año, y los recursos que el TSE presupuesta al efecto estarán ociosos en plena emergencia, lo mismo que el alquiler de edificios hoy vacíos por el “teletrabajo”, las banderitas del INCOP y otros gastos de similar catadura), en vez de lastimar más los escuálidos bolsillos ciudadanos. Pero esta reflexión no la hicieron nunca en Casa Presidencial. Simplemente se dejaron ir con semejante ocurrencia, sin medir la magnitud de la explosión que provocarían. Y para no perder la costumbre, Alvarado tuvo que desautorizar a sus propios Ministros de Hacienda y Planificación, para luego esconderse y poner al «superhéroe» de Salud a sacarlo del atolladero (como si este último no hubiese entrado también en titubeos y contradicciones). En suma, Alvarado no es capaz de poner de acuerdo ni a su propio Consejo de Gobierno. ¡Menudo «liderazgo»!

Es lamentable que la crisis más severa de nuestro tiempo haya debido ser atendida por el Mandatario menos indicado. Es una pena, por ejemplo, que después de decir que no era necesario suspender las garantías constitucionales de libre tránsito y reunión, haya emitido un decreto cuyos efectos son precisamente esos, pero burlando la Constitución. O que se negara a la suspensión de lecciones para ordenarla al cuarto día. Tales «ocurrencias«, al igual que las de hoy, minan mucho la confianza y la credibilidad, en momentos en que nuestros profesionales de la salud se disponen a una batalla sin precedentes, y muchas familias sufren ya el embate de una economía destrozada. No se puede dirigir al país como si fuese una película Marvel, sacando de la manga un «superhéroe» tras otro pero nunca resolviendo el verdadero problema.

Dios quiera que las pérdidas humanas por el COVID-19 no aumenten, que no lleguemos siquiera cerca de ser una Italia o una España. Y que la sabiduría de lo más alto llegue al Ejecutivo y al Legislativo, para tomar al fin las decisiones correctas en cuanto a disminuir el peso relativo del aparato estatal sobre los hombros ciudadanos, y a conseguir que nos hallemos en posición de salvar vidas y recuperarnos física y económicamente.

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