Por: Vanessa Vallejo
El precio de la libertad es la eterna vigilancia. Lograr en las urnas la derrota de un candidato socialista definitivamente no quiere decir que se ha derrotado a la izquierda. Es más, en la mayoría de los casos actúan como una fiera herida que se defiende aún con más fuerza después de ser atacada y acorralada.
Hace unos años, cuando en Argentina, Mauricio Macri logró ganarle al peronista Daniel Scioli; en Chile, Sebastián Piñera derrotó a Alejandro Guillier; en Ecuador, Lenin Moreno se alejaba de su «socio» Rafael Correa; en Brasil, Bolsonaro le ganaba al progresista Fernando Haddad y en Colombia, Iván Duque triunfaba sobre Petro, muchos creyeron que Latinoamérica había aprendido la lección y que por lo menos por un buen tiempo nos libraríamos de las desgracias del socialismo. No fue así.
Incluso en Bolivia, donde el año pasado la sociedad civil se unió y consiguió el apoyo de las Fuerzas Armadas, logrando sacar del poder a Evo Morales, hoy el riesgo de que el «MAS», el movimiento del tiranuelo consiga en las elecciones mayoría legislativa es bastante grande. Y la posibilidad de que vuelvan al poder está latente, ya sea que lo tomen por votos o por la fuerza. La hazaña lograda en Bolivia, esa que tantos latinoamericanos aplaudimos, hoy se desvanece.
¿Cuál es la explicación? Ciertamente la izquierda es como esas cucarachas que, aunque las aplasten, y las envenenen, sobreviven. Pero, además, sucede que la derecha -la «derecha» que llega al poder- es vergonzante, acobardada, incapaz de hacer lo que es debido.
En Argentina, Macri no solo no fue capaz de llevar a cabo las medidas necesarias para solucionar el desastre ocasionado por más de diez años de kirchnerismo en el poder, sino que en algunos aspectos incluso fue más socialista que «los k». Un ejemplo de eso es la «ley de abastecimiento» con la que el expresidente elegido por el centro-derecha buscó regular el precio del combustible. ¡Ni los Kirchner se animaron a tanto!
Esos argentinos que seguían siendo de izquierda, pero votaron por Macri, cansados de la corrupción de Cristina Fernández y su esposo, no vieron ninguna mejora en el país. Macri tuvo una oportunidad de oro y no la aprovechó. Hoy Cristina Fernández es vicepresidente, el país sigue cayendo al abismo, y seguramente pasará mucho tiempo hasta que los argentinos vuelvan a darle una oportunidad a alguien que no se defina como izquierdista.
En Chile la izquierda nos ha mostrado lo que es un golpe de Estado posmoderno. De nombre, el presidente sigue siendo Piñera, elegido por el centro-derecha, pero de facto quien manda es la izquierda.
Cuando los «luchadores de la justicia social» salieron a incendiar el país más próspero de Latinoamérica, Piñera, como debía ser, ordenó a los militares resguardar las calles, pero una vez la izquierda lo empezó a tildar de dictador y a señalarlo de parecerse al general Pinochet, el presidente se asustó y entregó el país.
A finales de octubre se hará un referendo en el que preguntarán a los chilenos si quieren cambiar la Constitución. Esa ha sido una de las principales obsesiones de la izquierda. Ganará el «sí». Los izquierdistas necesitan echar a la basura la Constitución, nacida en la época del general Pinochet, que fue la piedra para que el país se convirtiera en el más próspero de la región. Una Carta Magna que deja claro que el Estado debe interferir en la economía lo menos posible, incluso algunos aseguran que la interpretación correcta del artículo 19, numeral 21, es que el Estado no se debe meter en la actividad económica. El librito es un estorbo para los totalitarios y ya van a salir de él.
En resumen, a Piñera le dieron un golpe de Estado, él sigue fingiendo que manda. No perdió, no fue a la batalla, se rindió cuando apenas iba a empezar la pelea.
El caso de Colombia no es tan extremo como el de Chile o Argentina. Sin embargo, sí que le ha faltado carácter al presidente Duque para frenar a las FARC en su toma del poder. No es un trabajo fácil, pero quien decide ser presidente debe estar dispuesto a hacer ese trabajo difícil.
A pesar de la bravura del pueblo colombiano, de la sociedad conservadora, de la gente dispuesta a enfrentarse a los malos, la Justicia ha sido tomada por la izquierda terrorista, los militares están asustados y los han arrodillado ante el crimen, las FARC están en el Congreso -porque Santos les regaló diez escaños- y firman proyectos de ley…
Con tanto terreno tomado por los bárbaros, ¿será suficiente la mayoría que vota en contra de la izquierda para frenar el avance del socialismo en Colombia?
A finales del año pasado Evo Morales, quien ya llevaba más de 13 años en el poder, no tuvo otra opción que escapar. Los bolivianos se organizaron y fue tan contundente su petición que lograron poner a las Fuerzas Armadas de su lado, consiguiendo sacar al tiranuelo. Sin embargo, la presidente encargada, Jeanine Áñez, parece que se deslumbró con la posibilidad de ganar unas elecciones y olvidó que su tarea era finalizar el gran trabajo que hicieron millones de bolivianos para sacar a MAS -el movimiento de Morales- del poder.
En un par de semanas se llevarán a cabo las elecciones en Bolivia y lo más probable es que la gente de Movimiento al Socialismo obtenga la mayoría legislativa. Veremos qué pasa con la presidencia.
Brasil parece ser el único caso en el que el presidente decidió luchar contra los socialistas y no abandonar el país, aunque el camino fuera duro. Ha logrado entre otras cosas un cambio al sistema pensional, flexibilizar el porte de armas –lo que ha bajado la tasa de delincuencia-, proteger a los policías, y sacar adelante reformas encaminadas al control del gasto estatal. Muchas veces se ha tenido que enfrentar al Tribunal Supremo y no le ha temblado la mano para luchar por las reformas que cree necesarias.
En Latinoamérica la izquierda está, de nuevo, a punto de tomarse el poder. En todos los casos, excepto cuando hablamos de Brasil, la «derecha» ha llegado al poder parece que para fortalecer a la izquierda. Cobardes, estúpidos, traidores, han cedido sin siquiera dar la pelea.
Be the first to comment