Por: Franco Mainieri Murillo / Piloto comercial
Imagínese que nuestro país es una aeronave que volaba ascendiendo levemente: la economía no crecía mucho, pero crecía, las exportaciones y el turismo también y estábamos acostumbrados a una relativa calma, normalidad y continuidad. En mayo del 2018, hubo un cambio de tripulación. Aunque algunos integrantes de este nuevo equipo de trabajo eran experimentados en sus áreas, otros todo lo contrario. Además, abordaron un avión con bastantes fallas y problemas que cobarde e irresponsablemente no fueron corregidos desde las administraciones pasadas.
Algunos tripulantes se atrevieron a advertirle al capitán-en este caso el presidente- que se avecinaba mal tiempo, pero este hizo caso omiso y siguió con el piloto automático encendido, como si no pasara nada y como sus predecesores tímidamente acostumbraban navegar. La tormenta se fue acercando y creciendo hasta que evolucionó peligrosamente en el 2020. Se comenzó a sentir la fuerte turbulencia, rayería y granizo, pero el capitán en lugar de tomar el control y gestionar la anormalidad, salió de la cabina de mando y comenzó en vano a intentar dialogar y a ponerse de acurdo en cómo ponerse de acuerdo con algunos pasajeros en temas insignificantes como si preferían pollo o carne para cenar (en realidad solo quedaban algunas bolsas de maní).
Para las administraciones anteriores resultó bastante sencillo gobernar: para sobrevivir los cuatro años de mandato, simplemente tenían que seguir recetando las políticas incrementales de siempre como regalar becas, bonos, pintar una que otra escuela y asfaltar alguna calle. Es decir, se gobernaba en piloto automático. Realmente no importaba quién fuera el capitán ni su partido o ideología política; el trabajo se hacía solo sin importar quién estuviera al mando.
Sin embargo, ahora con el avión volando en una tormenta que amenaza desplomarlo con todos sus ocupantes, es imperativo que el capitán desconecte el piloto automático y tome el control con sus propias manos. Se deben tomar acciones extraordinarias, diferentes, valientes y sin precedentes para salvar la aeronave.
La situación económica, política y social que vive Costa Rica es insostenible en el corto plazo y se necesita que nuestro capitán reaccione y comprenda el sentido de urgencia que se requiere para abandonar la tempestad. El presidente debe cambiar su pasivo y flojo estilo de liderazgo de inmediato y empezar a tomar decisiones y dar órdenes puntuales, precisas y vanguardistas a su equipo de trabajo.
El presidente tiene la posibilidad de pasar a la historia como un mandatario que tomó acciones contundentes, necesarias y progresivas. Se le presenta el momento perfecto para cerrar el vulgar círculo vicioso que no permite que Costa Rica despegue al desarrollo, ya que no va a existir una mejor oportunidad para atacar con firmeza la corrupción, la evasión y elusión fiscal, la duplicidad de funciones en el Estado y los abusivos privilegios de ciertos funcionarios públicos.
Las consecuencias de no gobernar y optar por el camino fácil de un niño que da varias vueltas para no completar sus deberes serán nefastas para todos los costarricenses. El Estado Social de Derecho se acabará, ya que el dinero que ingrese a la Hacienda Pública se destinará para pagar deuda y salarios a empleados que no brindarán servicios. Seguir dando injustificables rodeos y patear la bola hasta donde se logre ya no es plausible, el presidente debe gobernar y punto; nuestro avión está a punto de estrellarse.
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