Por: Adriana Gennai
Según el diccionario bíblico Hebrón significa comunión, unión.
Hace poco hice un viaje misionero exploratorio. A los quince días de estar en Letonia (fui por un mes) lo que más me preocupaba a mí era la comunicación. Pero Dios me cambió el enfoque. Tuve un encuentro con la Presencia de Dios que voy a tratar de explicarlo bíblicamente.
En el encinar de Manré, que está en Hebrón, Abram edificó un altar a Jehová después que se separó de Lot (Génesis 13:18). Él sabía bien, porque Dios se lo había dicho, que tenía que separarse de su parentela. En este altar Abram tiene que cortar relaciones. Lot fue una desobediencia y éste era el momento de separarse.
Mamré significa vigor, hay relaciones en nuestra vida que las tenemos que dejar para continuar con el propósito, porque nos quitan fuerza y nos debilitan. Y cuando lo hacemos recobramos el vigor porque ahora somos uno con Dios.
Puede haber cosas que convivan con nosotros que sabemos que no están de acuerdo con la Palabra de Dios., pero como el pecado es engañoso nos creemos que no nos hace daño y todavía permanecen en nosotros. El pecado nunca es inofensivo, siempre es dañino y, aunque no nos domine, afecta nuestra vida espiritual.
¿Qué le dice Dios a Jeremías, que era profeta y que estaba pasando por crisis ministeriales? “Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”. Jer 15:19
Cuando nos convertimos, el pecado no puede convivir con nosotros. Nos pasa como a Abram con Lot. Necesitamos liberarnos de esa carga. Debemos confesarle a Dios nuestra dureza de corazón.
Un corazón endurecido se niega a obedecer a Dios. En este altar a través de la oración, nuestra
relación con Dios es restaurada. La dureza de corazón desaparece.
También vemos a Caleb que era uno de los doce espías que envió Moisés, como uno de los representantes de las tribus de Israel, a reconocer la tierra prometida, dentro de la cual estaba Hebrón (Números 13:6). Caleb hijo de Jefone era el representante de la tribu de Judá.
Él quería Hebrón (Josué 14:12) “Dame pues ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho”.
Caleb le creyó a Dios de tal manera que las circunstancias no lo iban a detener. A veces vemos las circunstancias como gigantes, ahí Dios nos dice que seamos como Caleb.
En Números 14:9 leemos “Por tanto no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como a pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová, no los temáis”. Además, dice La Biblia, que Caleb tenía otro espíritu.
¿Qué espíritu tenía? “Pero mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu y decidió ir en pos de mí yo lo meteré en la tierra donde entró y su descendencia la tendrá en posesión” (Números14:24).
Cuando fue a reconocer la tierra, sobre doce espías había diez que tenían espíritu contrario. Caleb demoró cuarenta y cinco años en poseer la tierra pero dice que llegó intacto a los ochenta y cinco.
Josué 14:11 “Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar”.
Tenía un espíritu recto como el del salmo 51, un corazón limpio para hacer la voluntad de Dios.
Otra característica de Caleb está en Josué 14:8 “Y mis hermanos, los que habían subido conmigo, hicieron desfallecer el corazón del pueblo; pero yo cumplí siguiendo a Jehová mi Dios”.
Debemos serle fieles a Dios agradarle en todo. Todas las áreas de nuestras vidas le pertenecen a Dios.
En Hebrón restauramos el altar con Dios, nos fortalecemos, vencemos la oposición y llegamos a la tierra prometida. Entramos a un segundo nivel espiritual, el nivel de la presencia de Dios.
Ahora yo lo ministro a Dios. Salimos diferentes de este monte. Ya no somos los mismos.
Servir a Dios y cumplir su propósito es importante. Pero hay algo más importante: Dios nos quiere a nosotros, nos anhela, quiere nuestra amistad y nuestro tiempo.
Un día estaba muy triste. Es doloroso cuando alguien rechaza nuestra amistad. Entonces el Espíritu Santo me consoló y con su dulce presencia me hizo entender que Él era mi amigo, que Él había estado ahí conmigo en las buenas y en las malas.
Nos duele cuando alguien que queremos rechaza nuestra amistad pero a veces nosotros hacemos lo mismo con el Señor.
Be the first to comment