RETRATO PERFECTO DE JESUCRISTO PARTE II: El mesiazgo de Jesús y su condición divina de Hijo en contexto histórico

Como muchos judíos del primer siglo, Marcos creía que las Escrituras hablaban de un rey futuro que vendría y gobernaría al pueblo de Dios, Israel, con justicia y establecería la hegemonía de Israel sobre los gentiles que tan a menudo los habían oprimido. Las Escrituras implicaban que este gran rey sería descendiente de David físicamente y en espíritu. Como 2 Samuel 7:9b–16 lo dice, Dios establecería el trono de David para siempre por un hijo de David a quien Dios también consideraría su hijo.9 De esta manera, Dios rescataría a su pueblo de la opresión de sus perversos enemigos.

El Salmo 2 recoge este tema, describiendo cómo Dios le daría a su rey victoria sobre todas las naciones que se le opusieran a él y a su pueblo. Se describe a este rey como hijo de Dios y el «ungido» del pueblo de Dios.10 En el texto hebreo, «ungido» traduce en la palabra hebrea «Mesías», y cuando se tradujo este Salmo al griego, su traductor escribió esta palabra como cristos.11 Jeremías y Ezequiel recordaron que David había sido el rey pastor de Israel, tomado, como Salmo 78:70–71 dice, «de los apriscos de las ovejas … para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo», y ambos concibieron en visión un tiempo cuando Dios reemplazaría a los «pastores» o reyes perversos de su pueblo con un rey del linaje de David (Jer 23:1–6; Ez 34:1–6, 15–16, 23–24).12 Por medio de este rey, afirmaron, Dios mismo pastoreará a su pueblo. Según Jeremías, estos días serían tan felices para el pueblo de Dios que la liberación divina de ellos de Egipto palidecería en significación al compararla (Jer 23:7–8).

Para el primer siglo d.C. estas ideas se habían amalgamado en una firme creencia, por lo menos entre algunos judíos, en un rey venidero llamado «hijo de David» y «el señor Mesías» (Pss. Sol 17:21, 32).13 Según una articulación de la visión, este rey contestaría a la profecía de 2 Samuel 7:12 y 16 de que Dios levantaría «descendencia» (lit. en la LXX, sperma, «simiente») de David que establecería su trono para siempre (Pss. Sol 17:4). El Mesías vendría a una nación previamente purificada de sus pecados (Pss. Sol 18:5) y, cuando llegara, purgaría a Jerusalén y la tierra de todos sus opresores gentiles (Pss. Sol 17:22–25) y también de cualquier israelita injusto que quedara (Pss. Sol 17:26–27, 32). Aquí también el Mesías davídico es pastor del pueblo de Dios:

Fiel y justamente pastoreará al rebaño del Señor, y no dejará que ninguna de ellas tropiece en su prado. (Pss. Sol 17:40).

Afortunados son los que viven en esos días para ver las buenas cosas del Señor. (Pss. Sol 18:6; cf. 17:44).

Juan 7:42 indica que la especulación sobre el Mesías, basada en 2 Samuel 7:9b–16, era común en el primer siglo. Allí Juan nos dice que cuando las multitudes que habían llegado a Jerusalén para la fiesta de los tabernáculos oyeron la enseñanza de Jesús, se desató un debate en cuanto a si Jesús era el Mesías. Algunos de los que discutían, ignorando el lugar real de nacimiento de Jesús, introdujeron la idea con el comentario: «¿Acaso no dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia [lit. simiente] de David, y de Belén, el pueblo de donde era David?». Su referencia a la «simiente» de David sólo podía brotar de 2 Samuel 7:12.14

La comprensión de Marcos del mesiazgo y condición divina de Hijo de Jesús

Marcos quiere que sus lectores sepan que Jesús cumple muchas de las expectaciones mesiánicas corrientes. Esta comprensión de la identidad de Jesús aparece explícitamente al principio, en la mitad, y hacia el final de la narrativa de Marcos. Su primera línea, con su designación de Jesús como el Cristo, el hijo de Dios, hace eco del vocabulario del Salmo 2, que llama al rey el «Cristo» de Dios (2:2) y su «hijo» (2:7, 12).15 En medio de la narrativa, y en el clímax de varias preguntas sobre la identidad de Jesús, Pedro lo confiesa como el «Cristo». Jesús, que sólo silencia la correcta comprensión de su identidad en la narrativa, indica su aceptación de este título con una advertencia a sus discípulos de que no se lo dijeran a nadie (Marcos 8:29–30).16 Cerca de la conclusión del Evangelio Jesús afirma de nuevo que este concepto de su identidad es correcto cuando el sumo sacerdote le pregunta: «¿Eres el Cristo, el Hijo del Bendito?» (14:61). Jesús responde con un «yo soy» inequívoco (14:62).

Marcos también revela la importancia de esta identificación de Jesús de maneras más sutiles. En el relato del bautismo de Jesús, el Espíritu de Dios desciende sobre Jesús, indicando que Dios le ha «ungido» como rey (1:10), e inmediatamente después de esto Dios le habla desde el cielo para identificar específicamente a Jesús como su Hijo (1:11).17 De nuevo, Jesús es Mesías e Hijo de Dios en el sentido de 2 Samuel 7 y Salmo 2.18 Más adelante, justo antes de que Jesús diera de comer a cinco mil a orillas del mar de Galilea, Marcos nos cuenta que Jesús vio a la multitud y «tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor» (Marcos 6:34; cf. 14:27). Aquí Jesús asume el papel del rey pastor davídico. Conforme la pasión de Jesús se acerca, el título «hijo de David» emerge, primero de los labios del ciego Bartimeo que grita para llamar la atención de Jesús y así poder ser sanado (10:47–48), y después, unos pocos párrafos más adelante, cuando las multitudes saludan la llegada de Jesús a Jerusalén con el clamor: «¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David!» (11:10).

La misma narrativa de la pasión demuestra, sin embargo, que Marcos no estaba satisfecho con presentar a Jesús en el papel del Mesías davídico, y también nos muestra por qué esto es verdad. Cuando Pilato le pregunta a Jesús si él es «el rey de los judíos», Jesús responde vacilante: «Tú mismo lo dices» (su legeis, 15:2). Esta es una manera de afirmar lo correcto de la designación sin abrazarla por completo.19

La razón de esta vacilación se aclara conforme avanza la narración. Los soldados romanos que ejecutaron la crucifixión y los ancianos judíos, escribas y el sanedrín que querían crucificar a Jesús creían que Jesús afirmaba ser «el rey de los judíos», pero ellos malentendieron el sentido en el cual él cumplía este papel. Los soldados romanos demuestran su confusión en cuanto a lo que significa que Jesús es el Mesías cuando se burlan de él vistiéndole con una parodia de atuendos reales (15:17–18). Claramente piensan que él se está irrogando el poder de algún cargo político. Los principales sacerdotes y escribas, de modo similar, se mofan de Jesús mientras él sufre en la cruz con la burla: «Salvó a otros … ¡pero no puede salvarse a sí mismo! Que ba Je ahora de la cruz ese Cristo, el rey de Israel, para que veamos y creamos» (15:31–32). Ellos también creían que si él era el Mesías, debía cumplir ese papel afirmando su poder para su propio beneficio, y presumiblemente a fin de triunfar sobre sus enemigos.

Marcos, sin embargo, quiere que sus lectores entiendan que el mesiazgo de Jesús es a la vez menos y más que lo que implican estas expectaciones comunes. Es menos, porque Jesús no tiene la intención de usar su identidad mesiánica para salvarse a sí mismo o a los «justos» de su pueblo. Como su enseñanza y actividad sanadora demostraron, vino para beneficio de los demonizados, los perpetuamente impuros, gentiles, y cualquiera que se entendía siendo pecador. Vino, todavía más, no para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos (10:45; cf. 14:24). Irónicamente, si se hubiera salvado a sí mismo de la cruz (15:31), en esa acción no hubiera podido salvar a otros.20 En el sentido político, por consiguiente, su papel mesiánico no satisfizo las expectaciones contemporáneas.

En otro sentido, sin embargo, Jesús fue mucho más que un rey justo y especialmente «hijo» designado de Dios. Marcos quiere que sus lectores comprendan que Jesús es el Mesías que es «Hijo de Dios» en un sentido único que va mucho más allá de lo que pudiéramos esperar simplemente al combinar 2 Samuel 7 con Salmos 2.21

La importancia del título «Hijo de Dios» para Marcos es evidente de inmediato debido al número de veces que aparece en su Evangelio y en los lugares cruciales en los que aparece en el flujo de la narración. La designación aparece nueve veces: en la línea inicial, en el bautismo de Jesús, tres veces en los labios de endemoniados, en la transfiguración, en la parábola de los arrendatarios perversos, como parte de la acusación que hicieron contra Jesús en su juicio, y en la boca del centurión romano que confesó que Jesús «¡Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!».22 Como la designación «Cristo», por consiguiente, aparece al principio, en la mitad, y cerca del fin del Evangelio.23

«Hijo de Dios», sin embargo, cobra mayor importancia que «Cristo» como título para Jesús. Esto es claro partiendo de cuatro consideraciones. Primero, es el título de Jesús respecto al cual Dios y Jesús concuerdan en la narración. Dos veces la voz de Dios mismo irrumpe en el relato de Marcos del ministerio de Jesús para decir que Jesús es su Hijo (1:11; 9:7), y, al relatar Jesús la parábola de los arrendatarios perversos, usa esta designación para sí mismo (12:10).24

Segundo, el título aparece en el punto más importante de la narrativa: el momento de la muerte de Jesús. Este es el punto hacia el que se ha estado moviendo todo desde la predicción de Jesús de su muerte en 2:20, y, por el propio testimonio de Jesús en 10:45, es una razón principal para su venida. Precisamente en este momento de lo más importante, el centurión presente en la crucifixión de Jesús, confesó lo que Dios, los demonios, y Jesús mismo, pero ninguna otra persona en la narrativa, habían entendido: que Jesús es el Hijo de Dios (15:39).25

Tercero, durante el período de la enseñanza de Jesús en el área del templo poco antes de su pasión, él a propósito les muestra a sus oyentes que el Mesías es más que meramente el Hijo de David al referirse al Salmo 110:1: «“Dijo el Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.’ ”» (Marcos 12:36). Jesús y sus oyentes toman este Salmo como de David. También creen que el primer «Señor» se refiere a Dios y el segundo «Señor» se refiere al Mesías, a quien Dios ha hecho victorioso sobre sus enemigos (12:35). Si todo esto es cierto, dice Jesús, entonces en este pasaje David llama al Mesías su «Señor», y esto significa que el Mesías debe ser más que simplemente un descendiente de David (12:37). Dentro del contexto del Evangelio de Marcos, la solución a este misterio, como indica 1:1 y 1:10–11 e implica 14:61, es que Jesús no sólo es el Mesías davídico sino también, y más importante, el Hijo de Dios.26

Cuarto, la importancia primordial de este título para Jesús es visible en las preguntas que el sumo sacerdote y Pilato preguntan en sus dos juicios. Cuando el sumo sacerdote le pregunta a Jesús si él es el Cristo, el Hijo del Bendito, él sin ambigüedad dice: «yo soy» (ego eimi, 14:61). Pero cuando Pilato le pregunta a Jesús si él es «el rey de los judíos», sin ninguna referencia a su condición divina de Hijo, Jesús responde con reserva: «Tú mismo lo dices» (su légeis, 15:9). Jesús es el Mesías, pero en un sentido especial que la frase «Hijo de Dios» ayuda a definir.27

El término «hijo de Dios», sin embargo, en sí mismo está sujeto a una variedad de significados. No sólo que las Escrituras de Marcos reconocen la relación especial entre Dios y su monarca designado en la tradición judía, sino que ellos llaman a todo Israel el «primogénito» de Dios (Éx 4:22–23; Os 11:1) y a veces se refiere a los seres angélicos como «hijos de Dios» (por ej., Gn 6:2, 4; Job 1:6; 38:7; Dn 3:25).28 Marcos probablemente sabía que en la tradición griega se consideraba a Zeus el «padre de hombres y dioses» (Iliad. 1.544; cf. Epícteto, Diatr.3. 24.14–16) y que en la tradición romana al emperador se le podía describir como «hijo de un dios».29

Tal vez debido a esta ambigüedad potencial, Marcos quería que sus lectores supieran que Jesús era «el Hijo de Dios» en un sentido único. Por eso, cuando Dios anuncia que Jesús es su Hijo en 1:11 y 9:7, el griego que usa Marcos revela la naturaleza única de esa calidad de Hijo. En cada caso Marcos usa el adjetivo griego agapetos («único amado») en lo que los gramáticos griegos llaman la «segunda posición atributiva». Un adjetivo en esta posición recibe énfasis particular. En 1:11 y 9:7, por consiguiente, Dios dice que Jesús es «mi hijo; él singularmente amado».30 El sumo sacerdote en el juicio de Jesús parece entender las connotaciones nada usuales de la afirmación de Jesús de ser Hijo divino en la parábola de los labradores malvados (12:6). Buscando que lo declaren culpable, le pregunta a Jesús la pregunta evidentemente insólita: «¿Eres el Cristo, el Hijo del Bendito?» (14:61).

La naturaleza singular de la relación de Jesús a Dios es evidente en toda la narrativa de Marcos. Cuando Jesús perdona los pecados del paralítico en 2:5, los escribas que piensan con desaprobación: «¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» Aunque la pregunta es retórica —los escribas querían que sea una afirmación de la verdad obvia de que Jesús había usurpado una prerrogativa divina— impulsa al lector cristiano a pensar de Jesús como actuando de la manera en que Dios actúa. Marcos nos ha conducido a pensar de Jesús como Dios. Esta impresión se confirma en 4:41 cuando, después de calmar la tempestad que rugía, los discípulos preguntan: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?». Los discípulos saben que el calmar tempestades que rugen es prerrogativa de Yahvé (Sal 65:7; 89:9; 107:28–30), y sus preguntas implican lo impensable: que cuando están en la presencia de Jesús, están en la presencia del mismo Dios.31

La misma implicación surge de la pregunta de Jesús al rico. Jesús le pregunta: «¿Por qué me llamas bueno?… Nadie es bueno sino sólo Dios» (10:18). Sabemos que a estas alturas de la narrativa que Jesús es bueno; como la gente de Decápolis lo había dicho: «Todo lo hace bien» (7:37). Pero si Jesús es bueno y nadie es bueno sino solo Dios, entonces esto implica que Jesús es Dios.32

Esto no quiere decir que Marcos de alguna manera pensaba bien sea que Dios y su Hijo eran personas idénticas, o que hayan sido dos dioses separados. El mandamiento más importante en la ley mosaica para Jesús y para Marcos era: «El Señor nuestro Dios es el único Señor», lo que quiere decir que «no hay ninguno excepto él» (Mr 12:29, 32). Es más, Jesús está subordinado y se somete a su Padre, quien es el único que sabe el tiempo del fin (13:32) y cuyo propósito incluye el sufrimiento y muerte de su Hijo (14:36).33 Con todo, para Marcos, donde Jesús estaba presente, Dios estaba presente, y Marcos quería que sus lectores sintieran el impacto de esta afirmación impresionante.

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