DIOS, en su eterna justicia, ha decretado que todo aquel que derramaré sangre inocente humana, su sangre será derramada:
Por: Joshua Enior Jiménez.
«El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre» (Génesis 9:6).
Nótese que este es un decreto no de la ley mosaica, sino de la creación, es decir, es vinculante para todos los seres humanos en todos los tiempos. Este principio, por supuesto, DIOS lo reafirma en la ley mosaica:
– «El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá … si alguno se ensoberbeciere contra su prójimo y lo matare con alevosía, de mi altar lo quitarás para que muera» (Éxodo 21:12, 14)
– «Asimismo el hombre que hiere de muerte a cualquiera persona, que sufra la muerte» (Levítico 24:17).
Ahora bien, nótese por qué DIOS establece la pena capital: porque todo aquél que con alevosía mata a otro ser humano, atenta contra la misma imagen de DIOS que toda persona carga en sí misma, es decir, es una violación contra DIOS mismo. ¿Qué dijo Jesús, el Cristo, acerca de la pena capital? ¿Lo afirmó o lo descartó? Bueno, leamos y dejemos de especular:
– «Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mateo 26:52).
Claramente, el Hijo, afirma el mismo juicio de su Padre: quien hace morir a otro, morirá también él.
La pregunta entonces es, ¿quién es capaz de llevar a cabo esta condena, y a la misma vez no caer en juicio él mismo al matar a otro ser humano? Y aquí es, donde entender el original hebreo y griego es importante: la prohibición no es simplemente «no matar», sino más bien, «no asesinar intencionalmente». Aún la Biblia da un castigo menor cuando alguien, sin intención causa la muerte de otra persona, lo que conocemos como asesinato no voluntario (Éxodo 22:13); y en el caso de la defensa propia, exime de toda culpa al que se defiende y causa la muerte del asaltante (Éxodo 22:2).
Pero todavía queda la pregunta: ¿quién puede llevar a cabo este juicio sin caer en culpa de sangre él mismo? Bueno, para esto mismo DIOS ha establecido las autoridades civiles, cuya única responsabilidad es castigar el mal y defender el bien. Pablo apóstol mismo lo explica perfectamente en su carta a los Romanos:
– «De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por DIOS resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de DIOS para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de DIOS, vengador para castigar al que hace lo malo» (Romanos 13:2-4).
Es decir, DIOS le da la autoridad al gobierno civil de llevar a cabo el castigo de pena capital para así, castigar el mal y conservar el bien.
Algunos reclamarían, ¿y qué de la rehabilitación? ¿Dónde queda la oportunidad para que el malo pueda reconciliarse con DIOS y enmendar su camino? Tenemos que entender que la pena capital DIOS la establece precisamente para conservar el bienestar de toda la comunidad y con castigos severos, desincentivar el mal. Cuando una sociedad, en un sentido desmedido de su «propia justicia», niega la justicia divina y establece sus propias normas humanistas, lo único que sucede es que el mal se multiplica, y comenzamos a tener más compasión del asesino y el violador que las mismas víctimas. Esto, por supuesto, no es justicia, es la corrupción de ella. Además, cuando no se castiga severamente el mal, la reincidencia se agrava, como precisamente lo puedes ver en este tipo de gente, que cada vez que sale de la cárcel, las probabilidades que hagan el mismo o un peor crimen, se incrementan.
Pero bueno, veamos un buen ejemplo bíblico, y que se encuentra en el Nuevo Testamento, que demuestra una genuina restauración en el criminal: el hombre crucificado al lado del Maestro.
– «Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a DIOS, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y le dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Mateo 23:39-43).
Nótese, ¿cómo sabemos que uno de ellos realmente fue restaurado y rehabilitado de su maldad? Sencillo, porque reconoció que justamente merecía la pena capital. Y Jesús, en ese momento, a este ex-criminal le prometió el cielo. Así que, ya ven, la rehabilitación no niega la pena capital, por lo contrario, uno va de la mano con el otro.
La pena capital no es «injusta», no es «inmisericorde» y «anti-cristiana»; por lo contrario, si realmente valoramos la vida humana y tenemos compasión de nuestro vecino, no dejaremos con vida a los asesinos.
Entienda quien pueda …
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