Según un informe de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), en Estados Unidos, el suicidio va en aumento y es la segunda causa de muerte entre personas de diez a treinta y cuatro años. Esto significa que estamos ante una situación que exige nuestra atención.
Los datos son crudos, preocupantes y alarmantes porque, entre varios descubrimientos, demuestran que una de cada tres niñas adolescentes ha considerado quitarse la vida. Como cristianos, seríamos ingenuos al estimar esta información como distante y de la que no tendremos que preocuparnos. La reflexión es indispensable para tratar de comprender este mal y hacerle frente.
Necesitamos evaluar sus complejas y múltiples causas, así como mirar la revelación bíblica para responder con verdad, hacer ajustes, tomar medidas preventivas y, más aún, ofrecer la única esperanza disponible.
El suicidio y la depresión
Cuando un ser humano se quita la vida, se comete una gran afrenta contra Dios, se altera la existencia, y se deja un insondable vacío y una terrible secuela en las familias. Los que quedan experimentan una profunda sensación de pesar y desesperanza. El dolor se puede ver acentuado por la confusión, el reproche y el sentido de culpa que experimentan, pues el estigma del suicidio es un insoportable y vergonzoso efecto que sufren los familiares de quien terminó con su vida. Por eso debemos ser prudentes y sensibles cuando evaluemos el tema, sobre todo mostrando gracia mientras opinamos.
No solo la historia bíblica presenta a creyentes cuestionando su existencia, sino que también la historia de la iglesia nos cuenta de hombres piadosos que batallaron con la depresión
Por otro lado, los creyentes no debemos subestimar el poder de la depresión y la ansiedad ni minimizar la condición y los sentimientos que llevan a las personas a atentar contra sus vidas. Quien nunca sintió la punzada de la depresión hace bien en recordar que incluso grandes hombres de la historias bíblica la sintieron y hasta la expresaron con angustia. De Jonás se dice que «con toda su alma deseaba morir, y decía: “mejor me es la muerte que la vida”» (Jon 4:8). También de Elías, cuando fue amenazado por Jezabel, se nos dice que «pidió morirse y dijo: “Basta ya, SEÑOR, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres”» (1 R 19:4).
Es cierto que el temor y la ansiedad no estaban justificados, porque Dios seguía a cargo de sus circunstancias y los protegía, pero no podemos negar el hecho de que fueron superados por la desesperación y la angustia los llevó a desear la muerte. Pero no solo la historia bíblica presenta a creyentes cuestionando su existencia, sino que también la historia de la iglesia nos cuenta de hombres piadosos que, aunque no hablaron del suicidio, batallaron con la depresión. Entre ellos están Charles Spurgeon, Jonathan Edwards y C. S. Lewis, por citar algunos.
En la actualidad, las escasas habilidades comunicativas de muchos jóvenes, acentuadas por la dependencia y el desmedido uso de los teléfonos y videojuegos, fomentan el aislamiento y la depresión; factores asociados al suicidio. Además, la comparación y la envidia, que surgen al espiar la vida que otros exhiben en sus redes sociales, provocan una sensación de ansiedad y desprecio por la vida propia que puede incrementar la insatisfacción con la existencia.
Quien contempla el suicidio…
Busca terminar con alguna forma de miseria. La meta es acabar con el sufrimiento, sea físico, mental o emocional. Quien contempla el suicidio aspira a poner punto final a una situación tormentosa, sea una profunda depresión provocada por una decepción, sea la angustia y el dolor causados por una condición médica irreversible, sea una crisis familiar, financiera o matrimonial, entre otras. Cuando la angustia, el dolor y el sufrimiento se vuelven insoportables, el suicidio es estimado por algunos como una opción viable para acabar con la miseria.
Busca su felicidad. Esta es la contraparte del punto anterior. Aunque parece una obviedad, no siempre se reconoce el rol de la búsqueda de la felicidad en el suicidio y creo importante señarlarlo. La razón porque deseamos escapar de la miseria es porque estamos detrás de la felicidad o de todo aquello que la haga posible. Quien contempla el suicidio quiere terminar con su miseria y comenzar su felicidad. El filósofo Blas Pascal decía:
Todos los hombres buscan la felicidad. No hay excepciones. Aunque empleen métodos diferentes, todos pretenden el mismo fin. La causa de que unos vayan a la guerra y otros la eviten es el mismo deseo de ambos visto de diferente manera. La voluntad nunca da paso a alguno que no vaya encaminado hacia este objetivo. Esto es lo que motiva cada acción de cada ser humano, aun de aquellos que se ahorcan (citado en John Piper, Sed de Dios, p. 13).
Lo que Pascal establecía correctamente es que, incluso quien se quita la vida, está detrás de su felicidad. Lo que el ser humano busca es paz, seguridad y gozo y, cuando no los encuentra en esta vida, prefiere terminar con ella, con la falsa ilusión de un futuro mejor.
Asume autonomía y autoridad sobre su vida. Esta actitud es propia de nuestra época, que valora la autonomía y en la que el individuo se arroga la potestad de determinar el curso de su vida. Es más factible que se contemple la posibilidad del suicidio en una sociedad que considera a las personas dueñas de su existencia y donde cada quien determina lo que es bueno y malo.
Tiene por ciertas alguna de estas afirmaciones: «No soy bueno», «mi mundo es desolador» o «no hay esperanza en mi futuro». Esto es lo que descubrió el psiquiatra Aaron Beck y que llamó «la tríada cognitiva de la depresión» (La transformación de la mente moderna, p. 66). Beck dice que muchas personas experimentan brevemente uno o dos de estos pensamientos, pero las personas deprimidas tienden a mantener las tres creencias en una estructura psicológica estable y duradera. En muchos casos es esta depresión la que lleva a las personas a considerar el suicidio.
¿Qué ofrece el evangelio?
Ofrece una visión grande de Dios como Autor, Sustentador y Dueño de la vida. La verdad bíblica brinda una clase de convicción que incluye el derecho divino sobre la vida y la existencia del ser humano. Es decir, necesitamos enfatizar el señorío de Cristo sobre todas las cosas y la convicción de que el Señor es el único soberano sobre la vida humana. Él es quien da la vida y también quien la quita (Job 1:21). Dios no solo sabe el día de nuestra muerte, sino que Él ha establecido los días que viviremos (Job 14:5). El día en que nacemos y en el que morimos están soberana y sabiamente ordenados por Él. Esa es la prerrogativa de Dios.
Ningún ser humano puede adjudicarse autoridad sobre la vida, porque solo el Creador es su dueño. Él es el «Dios de toda carne», decía Jeremías, y quien «da a todos vida y aliento», decía Pablo (Jr 32:27; Hch 17:25). A esta noción debemos añadir el hecho de que la vida humana es un suceso único y un regalo extraordinario. Es un don del cielo y, por eso, solo el Señor tiene derecho sobre ella. Él es quien sopla aliento de vida y, en última instancia, Él es quien la remueve.
Ofrece una visión alta de la dignidad humana. El ser humano tiene un valor extraordinario y cada vida humana es portadora de una dignidad única. Ningún otro ser creado participa de esta realidad y privilegio, porque solo el ser humano fue creado a imagen de Dios.
La esperanza para el mundo es que Dios voluntaria y personalmente vino para sufrir nuestro sufrimiento y así librarnos del sufrimiento eterno
Toda vida humana debe ser cuidada y respetada, porque cada una es un reflejo y representante del Creador (Gn 1:27; 9:6). Toda vida es digna de ser vivida y celebrada, incluso en las más terribles circunstancias, sencillamente porque llevamos la dignidad de ser hechos a semejanza de Dios. El dolor y la miseria no le quitan un ápice de valor a nuestra dignidad humana. Somos lo que somos en virtud de nuestro Hacedor y eso no está en juego ni sujeto a cambio.
Ofrece una visión grande de la felicidad. Nuestra búsqueda por ser felices testifica que fuimos creados para eso. Esa propensión natural hacia la dicha, el descanso y la alegría nos recuerda y demuestra que fuimos creados para el deleite. Dicho de otra manera, buscamos la felicidad porque Dios nos creó para Él, quien es la fuente de la dicha, la paz y la seguridad.
Ese Dios se ha hecho accesible en Cristo. El Dios que es el origen y la medida de la felicidad se hizo hombre para que pudiéramos ser redimidos e introducidos a la comunión de la vida trinitaria. El Dios Trino, que ha existido en un estado de permanente alegría, viene a salvarnos en la persona de Su Hijo y hacernos parte de esa comunión. Allí está la posibilidad y el fundamento para la felicidad eterna. Tenemos que predicar a Cristo como fuente de gozo y felicidad (Jn 4:13-14; 10:10).
Ofrece una visión de un Dios que se identificó con la miseria humana. El Dios de la Biblia no es una deidad lejana, impotente e indiferente ante el dolor del ser humano. Lo que tenemos en el cristianismo es el relato de testigos oculares que registraron la aparición de Dios hecho hombre, quien después de sufrir y morir se presentó vivo con muchas pruebas indudables (Hch 1:3). Esto es lo que hace única a la fe cristiana, pues solo ella nos presenta al Dios que sufre como nosotros y por nosotros. El Hijo de Dios padeció como hombre para beneficio de la humanidad. Él, de Su voluntad, ofreció Su vida, sufrió por nuestros pecados y murió en nuestro lugar para redimirnos de toda iniquidad (Jn 10:18; 1 P 3:18; Tit 2:14).
La única esperanza para el mundo es que Dios voluntaria y personalmente vino para sufrir nuestro sufrimiento y así librarnos del sufrimiento eterno. Pero Su identificación no es pasiva ni pasajera, sino activa y permanente. Es decir, Él sabe lo que es el sufrimiento y también camina a nuestro lado en el sufrimiento. Él prometió estar con nosotros todos los días (Mt 28:20), incluso en el sufrimiento. Además, ahora en Su exaltación, como Sumo Sacerdote, intercede para siempre a nuestro favor y se compadece de nuestra fragilidad (He 4:15; 7:25). Por eso, solo en Él podemos encontrar verdadero consuelo y esperanza.
¿Qué necesitamos hacer los creyentes?
Hay mucho para hablar en este punto, pero quisiera a continuación ofrecer los siguientes pensamientos:
En las familias…
Necesitamos recuperar el diálogo presencial. Para recuperar las reuniones alrededor de la mesa y las charlas después de la cena, necesitamos hacer cambios para limitar y restringir el uso de los teléfonos en casa. Necesitamos ser deliberados en crear una atmósfera de diálogo donde se pueda hablar de temas difíciles, como la depresión y el suicidio. Las familias cristianas tenemos que hacer un mejor trabajo para construir hogares donde se conversa. Los integrantes de las familias deben hablarse, escucharse y mirarse.
Es importante recordar la imperiosa necesidad de las devociones familiares. Las familias cristianas debemos leer la biblia y orar juntos en el hogar
Necesitamos discipularnos desde casa. Esto implica el cuidado del alma de todos los que son parte del hogar. Este cuidado supone hacer preguntas, buscar la confesión de pecados e indagar acerca de los pensamientos y sentimientos que han estado en las mentes y corazones de cada integrante. A este respecto, es importante recordar la imperiosa necesidad de las devociones familiares. Los padres debemos instruir a nuestros hijos en el temor del Señor, en la gracia de Cristo, la salvación, la vida que agrada a Dios y la vida venidera. Los padres somos responsables de criar a los hijos en disciplina y amonestación del Señor. Las familias cristianas debemos leer la biblia y orar juntos.
En las iglesias…
Necesitamos recuperar la predicación de un juicio venidero y del infierno. Esto es así, primero, porque es una clara enseñanza bíblica, de la cual nuestro Señor Jesús es su mayor exponente. Las personas deben ser recordadas desde los púlpitos y desde la evangelización de una existencia después de la muerte, del juicio venidero, de la ira divina y de la realidad del infierno (Ro 2:5; Mt 5:29). La Biblia enseña que muchos terminarán condenados al fuego eterno si no se arrepienten y la iglesia tiene el encargo de advertir sobre esto.
Esta verdad no puede ser atenuada ni evitada por los cristianos, aunque el mundo moderno lo considere un concepto extraño, arcaico y aborrecible. No podemos ceder aunque sea incómodo. Esta realidad no será parte de la conciencia colectiva de Occidente si la iglesia prefiere evitar mencionarla. Debemos hablar del infierno con todos los matices, adjetivos y sinónimos que usa el Nuevo Testamento. Los horrores del infierno deben permanecer vigentes en la conciencia de nuestra sociedad y la iglesia de Cristo es responsable de procurar esto.
La Biblia enseña que muchos terminarán condenados al fuego eterno si no se arrepienten y la iglesia tiene el encargo de advertirlo
Aunque es difícil establecer el grado en el que se conectan, no dudo que hay una relación entre la resistencia de la iglesia a hablar del infierno y la nula conciencia del mundo acerca de esta realidad. Nuestras generaciones necesitan seguir oyendo la verdad de un juicio venidero. Debemos advertirles, como decía nuestro Señor, del «fuego eterno» donde habrá «lloro y crujir de dientes» (Mt 13:50; 25:41). Por amor a Dios y a la humanidad, el pueblo cristiano necesita recuperar la predicación del infierno.
Necesitamos recuperar la noción bíblica de la felicidad. Aunque la visión de felicidad de los no creyentes se enfoca en lo terrenal y pasajero, la iglesia debe recuperar su sentido bíblico, celestial y permanente. La salvación, que comienza con el perdón de pecados, también incluye nueva vida, comunión con Dios, paz, amor, seguridad y vida eterna en Cristo. Es decir, todos los elementos que fundamentan e incrementan la felicidad humana.
Los cristianos no debemos evitar apelar a la felicidad, siempre y cuando expliquemos nuestros términos y seamos claros en que la verdadera felicidad tiene que ver con Dios, que es posible solo en Cristo y que será experimentada por completo cuando estemos en gloria (Jr 17:7; Sal 40:4; 146:5).
Necesitamos recuperar el lenguaje bíblico de la felicidad. Aunque la palabra felicidad no se encuentra en la biblia, encontramos términos y expresiones que apuntan a esa realidad. Los autores bíblicos expresan ideas sinónimas al estado de felicidad con expresiones como «ser saciados», «estar satisfechos», «deseo», «gozo», «deleite» y otras semejantes. Términos que describen las sensaciones humanas cuando estamos felices.
- Los salmistas decían: «En Tu presencia hay plenitud de gozo; / En Tu diestra hay deleites para siempre» (Sal 16:11); «Pon tu delicia en el SEÑOR, / Y Él te dará las peticiones de tu corazón» (Sal 37:4); «Como con médula y grasa está saciada mi alma» (Sal 63:5); «¡Cuán preciosas son Tus moradas, / Oh SEÑOR de los ejércitos!» (Sal 84:1).
- Los profetas anunciaron: «Clama y grita de júbilo, habitante de Sión, / Porque grande es en medio de ti el Santo de Israel» (Is 12:6); «Con todo yo me alegraré en el SEÑOR, / Me regocijaré en el Dios de mi salvación» (Hab 3:18).
- En el Nuevo Testamento se dice de los cristianos que «creen en Él, y se regocijan grandemente con gozo inefable y lleno de gloria» (1 P 1:8) y se les anima: «Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!» (Fil 4:4).
La iglesia hace bien en rescatar la visión de la vida en Dios en el marco de la felicidad y el lenguaje que describe ese estado de dicha
Esto sugiere que no solo tenemos justificación para hablar de la salvación y comunión con Dios en el marco de la felicidad, sino que tenemos una rica lista de términos que lo expresan. No solo es legítimo sino también necesario recuperar el lenguaje de «placer», «deleite» y «satisfacción en Dios». La iglesia hace bien en rescatar esa visión de la vida en Dios y los términos que describen el estado de dicha. Podemos hacer afirmaciones como «Él sacia y satisface nuestras almas», «en Él hay plenitud de gozo», «Él es placentero», entre otras.
El evangelio encarnado
Finalmente, las iglesias y las familias cristianas debemos recordar que enseñar la verdad bíblica supone encarnarla. Es decir, la verdad sobre la redención, la dignidad humana, el temor del Señor, la buena vida y el gozo en Cristo deben encontrar expresión visible en nuestros hogares y congregaciones. Nuestras vidas deben ser un testimonio tangible y constante de la verdad de Cristo. Solo de ese modo ofreceremos el evangelio como una alternativa real, atractiva y persuasiva para quien contempla el suicidio.
El cristianismo no es una serie de lecciones que damos, sino un modo de ser que modelamos, una cultura que imbuimos y una vida que inculcamos. La tarea del discipulado y la crianza tiene que ver, en esencia, con una transmisión de valores, ideales, actitudes, disposiciones, prioridades, anhelos y gustos.
Siempre tendremos una asignatura pendiente, porque la brecha entre nuestra confesión y nuestra vida es amplia y se agiganta en ciertas etapas. La fe debe ser devota y genuina para abarcar, estar presente y afectar a todas las dinámicas en la familia y en la iglesia, de modo que respondamos a las crisis de nuestra cultura, como el suicidio. De otra forma, nuestro cristianismo es superficial, frágil y sin efecto; una clase de cristianismo vulnerable a los males de este mundo caído.
Por último, quisiera terminar con unas palabras para quien contempla el suicidio. La vida humana es digna de ser vivida porque la existencia es una cosa extraordinaria. La vida es un precioso don de Dios. Como confesó con melancolía la periodista Oriana Fallaci en los últimos momentos de vida: «Me desagrada morir, sí, porque la vida es bella, incluso cuando es fea». Es cierto, la vida es bella incluso cuando es fea. Sin embargo, aunque la existencia es algo hermoso, la existencia redimida es superior, llena de gozo, plenitud y esperanza. Solo la vida en Cristo es verdaderamente hermosa, segura y digna de ser vivida para Dios. La vida en Cristo es bella aquí en la tierra y en el mundo venidero por la eternidad. Ve a Cristo ahora y empieza a caminar junto a Él.
Be the first to comment