El autor de Hebreos nos hace un llamado a considerar a Cristo, quien sufrió una violenta oposición por parte de los seres humanos al ser llevado a la cruz:
Por: Gerson Morey
Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Consideren, pues, a Aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra Él mismo, para que no se cansen ni se desanimen en su corazón (12:1-3).
Este pasaje dirige nuestra atención hacia el rechazo, el maltrato y la resistencia de los seres humanos contra Cristo, cuando era llevado al Calvario. Mientras observamos al Señor siendo oprimido y maltratado, los creyentes podemos ser animados. Por eso continúa diciendo «para que no se cansen ni se desanimen en su corazón» (12:3). Es decir, el remedio para el desánimo y el agotamiento es una mirada de fe, una mirada al Salvador siendo objeto de rechazo y maltrato. Es en esa mirada, dice el autor, que recibimos ánimo, fuerzas y esperanza. Antes de tirar la toalla una y otra vez, recibimos vigor al contemplar al Señor de gloria.
La sensación de debilidad, desánimo, agotamiento y desesperanza es cambiada por confianza en el Cristo sufriente precisamente cuando lo contemplamos sufriendo. Cristo fue a ese lugar de desolación, maltrato, dolor y terror. Él entró de manera conciente y voluntaria a esa hora de tormento, ruina y tortura.
Esto es admirable y conmovedor porque el mismo Dios que entregó a los hombres a su maldad y vileza (Ro 1:24, 26, 28), lo hizo sabiendo que un día Él mismo probaría esa maldad y vileza de parte de los hombres. Ese mismo Dios que en Su juicio entregó a los hombres a la crueldad e impiedad, también saboreó la impiedad y crueldad humana. Allí fue ejecutado vilmente. La oscuridad lo rodeó, los hombres lo humillaron y la ira divina lo atravesó. Fue abandonado por el Padre en esa hora terrible e interminable. Por eso clamó: «¿Por qué me has abandonado?».
Estaba solo. Fue una clase de agonía, una angustia y una soledad sin precedentes. Una clase de terror que adquiere una dimensión única cuando consideramos que quien gritaba, agonizaba y colgaba en la cruz era el Hijo de Dios.
Piensa en esto por un momento: No hubo una mano amiga, ni un hombro donde llorar, ni un abrazo de consuelo, ni palabras de ánimo. Así estaba Él. Hundido, arruinado y abandonado por completo.
Un tormento y sufrimiento que ningún creyente saboreará. Nuestro ánimo no desmayará, sino que recibirá fuerzas del mismo Cristo que contemplamos, quien no nos abandona y que mora en nosotros.
Tenemos un glorioso Salvador. Él es fuente de ánimo, fuerza y esperanza, sobre todo en días de desmayo. Consideremos, miremos y contemplemos, mis hermanos, a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra Sí mismo, para que nuestro ánimo no se canse hasta desmayar.
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