Ed McCully, un joven con un futuro prometedor, cambió su vida de éxitos mundanos por un compromiso inquebrantable con Cristo. En una remota selva ecuatoriana, junto a sus compañeros de misión, encontró el final de su vida terrenal y el comienzo de la eterna.
Por: Gabriela Puente/ BITE
En su juventud, Ed McCully nunca se imaginó que el fin de su vida , a los 28 años, llegaría como consecuencia de un ardiente deseo de compartir el mensaje del evangelio a una de las tribus más peligrosas del mundo. Para muchos, su nombre es desconocido e incluso eclipsado bajo el de Jim Elliot, uno de sus amigos más cercanos y compañero en su martirio. Sin embargo, su vida tiene grandes lecciones para la iglesia de hoy.
El inicio de una vida prometedora
En su corta autobiografía, Ed le agradeció a Dios por haber nacido un 1 de junio de 1927 en Des Moines, Iowa, dentro de un hogar cristiano donde se reverenciaba y se leía diariamente la Palabra de Dios. A sus ojos, su padre no era solamente un panadero, sino un siervo de Dios que aprovechaba cada oportunidad para predicar a Cristo. Desde pequeño, tanto él como sus hermanos recibieron una educación basada en los principios de la Escritura, lo cual les mostró su necesidad de un Salvador.
A los siete años, Ed reconoció a Cristo como su única esperanza. Al recordar ese momento, escribió:
Acepté al Señor Jesucristo como mi Salvador y supe en ese momento que mis pecados habían sido limpiados por Su preciosa sangre y me había otorgado la vida eterna. Desde entonces, hace diez años, sé que he fallado a mi Salvador de diversas maneras, pero gloria a Dios que Él nunca me ha abandonado.
En 1940, cuando tenía 13 años, su familia se mudó de Iowa a Milwaukee, Wisconsin, donde comenzaron a congregarse en la Capilla de las Buenas Noticias, ahora conocida como Capilla Bíblica de Wauwatosa. Allí el señor McCully fue ordenado como anciano. Ed asistió a la escuela secundaria Washington, donde no solo se destacó por su excelencia académica, sino por varias aptitudes como la música, la oratoria y el fútbol americano.
Al graduarse, fue escogido como el mejor orador de la clase, como el primer trombonista en la orquesta estudiantil y como miembro de la Sociedad Nacional de Honor (una organización que reconoce la excelencia de una persona entre sus iguales). Sin embargo, al meditar en todos los títulos y reconocimientos, dijo: “Confío que mi mayor deseo y anhelo es utilizar cualquier pequeña habilidad que poseo para la gloria y el honor de Aquel que murió en la cruz y dio Su vida por mí”.
Con tan solo 17 años, al ver su interés en el campo de la jurisprudencia, Ed tuvo la determinación de orar al respecto. Tomó la decisión de aplicar a la Universidad de Wheaton, donde fue aceptado inmediatamente. Sin embargo, antes de iniciar sus estudios allí, se enlistó para el servicio militar en la marina de los Estados Unidos, donde sirvió por catorce meses, desde junio de 1945 hasta agosto de 1946.
Sus años universitarios no pasaron desapercibidos. Aquel joven de dos metros de alto, simpático y carismático, fue elegido como presidente de su clase y se convirtió en una estrella de fútbol y atletismo. Su inteligencia y perspicacia lo convirtieron en ganador de un concurso nacional de oratoria en San Francisco en el que participaron más de 10.000 personas.
La decisión de dejarlo todo
Sin embargo, estos destacados logros pasaron a un segundo plano, pues Dios estaba preparando a este hombre para la misión de su vida. En Wheaton conoció a quien sería su compañero de muerte y una de sus mayores influencias espirituales: Jim Elliot. Nadie podría haber pensado en Ed McCully como un prospecto para el trabajo misionero; de hecho, la imagen que todos tenían de su futuro se acercaba más a la presidencia de los Estados Unidos que al servicio en una humilde aldea de indígenas en la selva amazónica ecuatoriana.
Elisabeth Elliot nunca pensó en Ed McCully como un hombre espiritual que cumplía con los estereotipos de un misionero; no era común considerar a los jugadores del equipo de fútbol americano como personas “devotas”. Sin embargo, Jim Elliot pensó que esa declaración era horripilante y que no había ninguna razón para decir que los jugadores eran menos espirituales que todos los demás. En cambio, comenzó a cultivar una amistad con Ed y a compartirle detalles del trabajo misionero, lo cual no cambió su deseo por la política. Todos sabían que, si lograba abrirse paso por ese mundo, iba a ser un excelente representante del gobierno.
Después de su tiempo en Wheaton, donde obtuvo su licenciatura en Negocios y Economía, Ed aplicó para la Universidad de Leyes de Marquette, donde encontró el camino que tanto ambicionaba. En su segundo año de universidad, comenzó a trabajar como empleado nocturno en un hotel con el fin de sustentar sus estudios: allí se encargaba de hacer sus lecturas y tareas universitarias. Su amigo Jim lo visitó una noche y conversaron por largas horas sobre su trabajo, sus vidas y esperanzas.
Al finalizar, le dijo: “Ed, ¿Por qué no comienzas a leer la Biblia?”. Jim sabía que él conocía las Escrituras, pero quería invitarlo no solo a enfocarse en su profesión sino en la Palabra como fuente de sus motivaciones. Las largas horas de estudio de leyes se tornaron en apasionadas jornadas de lectura bíblica. Desde ese momento, Dios estaba preparando el suelo para que la semilla del evangelio diera fruto en un terreno completamente diferente al de la política. Poco después, en septiembre de 1950, Ed McCully le escribió una carta a Jim:
Desde que comencé a trabajar aquí algunas cosas han pasado. He dedicado mi tiempo libre a estudiar la Palabra. Cada noche el Señor parecía apoderarse de mí un poco más.
Anteanoche estaba leyendo Nehemías. Terminé el libro y lo leí de nuevo. Aquí encontré a un hombre que dejó todo en lo que respecta a su posición para hacer un trabajo que nadie más podía realizar y debido a que él regresó a Jerusalén, todo el remanente le siguió y se reconcilió con el Señor. Los obstáculos y estorbos desaparecieron para que se realizara un gran trabajo.
Jim, no podía evitarlo. El Señor estaba tratando conmigo. Ayer por la mañana, de camino a casa, di una larga caminata y tomé una decisión que sé que es del Señor. Con toda honestidad ante el Señor, digo que nada ni nadie más allá de Él y la Palabra tiene alguna relación o influencia con lo que he decidido hacer. Ahora tengo un solo deseo: vivir una vida de completo abandono por el Señor y colocar toda mi energía en ello. Tal vez Él me envíe a algún lugar donde se desconozca el nombre de Jesucristo.
Jim, estoy tomando al Señor por Su Palabra y confío en que Él la probará. Es como poner todos los huevos en una sola canasta, pero ya hemos puesto nuestra confianza en Él para la salvación, así que ¿por qué no hacerlo en lo que respecta a nuestra vida? Si no hay nada en este asunto de la vida eterna, también podríamos perderlo todo de una vez y tirar nuestra vida presente sin vida futura. Pero si hay algo en ello, entonces todo lo demás que el Señor dice debe ser igualmente cierto. Ora por mí, Jim.
El 22 de septiembre de 1950, un día antes de la fecha de registro para su siguiente semestre en Marquette, Ed decidió abandonar sus estudios académicos. Le escribió una carta a Jim para contarle sobre su convicción de dar cada respiro, esfuerzo y pensamiento de su ser a Cristo:
¡Hombre, pensar que el Señor se apoderó de mí justo un día antes de que me inscribiera en la escuela! Tenía dinero ahorrado y estaba todo listo para empezar. Hoy era el día de inscripciones así que fui para hacerles saber por qué no volvería. Realmente oré, tal como el apóstol les pidió a los efesios que oraran, para poder «abrir mi boca con valentía».
Hablé con todos los compañeros que conocía bien. Luego fui a ver a un profesor en el que pensé mucho. Le dije lo que planeaba hacer y antes de irme tenía lágrimas en los ojos. Fui a ver a otro profesor y hablé con él. Todo lo que recibí fue una fría despedida y un deseo de buena suerte.
Bueno, eso es todo. Hace dos días era un estudiante de leyes y ahora soy un don nadie sin título. Gracias Jim por interceder por mí. No dejes de hacerlo. Hermano, estoy orando por ti también mientras te preparas para partir. Solo desearía que fuera contigo.
A los ojos humanos, Ed sacrificó muchas de sus seguridades y expectativas. Pero, a los ojos de Dios, todos los títulos y admiración humana no se comparaban en nada con el llamado a dejarlo todo por la joya de gran precio: Cristo y Su Reino.
“Sujeta a mi cruel mandato”
Su preparación para el ministerio misionero comenzó en un pequeño pueblo al sur del estado de Illinois, llamado Cairo. Allí, Ed y Jim comenzaron un programa de radio al que llamaron “La marcha de la verdad”, cuyos episodios tenían como tema recurrente el evangelismo. Pero eso no era suficiente. También organizaron y asistieron a varios eventos en escuelas y campamentos donde compartieron la Buena Noticia.
Sus corazones misioneros vieron la necesidad de relacionarse con jóvenes y adolescentes de muy bajos recursos, con quienes formaron un club para transmitirles el mensaje de la cruz y darles herramientas para vivir. Los dos hombres se volvieron grandes amigos, hasta el punto de que Jim comenzó a considerarlo como el compañero que Dios le había provisto para ir al Ecuador.
Durante un evento de jóvenes en Pontiac, Michigan, Ed McCully conoció providencialmente a la pianista Marilou Hobolt. Ella, además de ser bonita, amaba con todo su corazón a Dios y el trabajo misionero. Su amistad floreció rápidamente y se comprometieron pocos meses después, en abril de 1951.
En una de sus primeras cartas, Ed le escribió a Marilu:
Oro por dos cosas: la primera es para que Dios nos dé sabiduría en nuestra relación, incluso en el oficio de escribir cartas. La segunda, que mientras tengamos que ver el uno con el otro, seamos una influencia mutua para la cercana comunión con el Señor.
El 29 de mayo de 1951, un mes antes de casarse, Ed escribió a Marilou:
Un mes a partir de ahora habrás perdido toda tu libertad y estarás sujeta a mi puño de hierro, a mi inquebrantable ley y a mi cruel mandato. Tienes exactamente 31 días para reconsiderarlo. ¿Crees que podrás aguantarme por el resto de tu vida? No será fácil. Habrá muchos momentos donde pensarás qué provocó que te casaras conmigo. ¿Lo has reconsiderado? Ahora déjame decirte que te amo con todo mi corazón.
Se casaron en junio, en la capilla de su iglesia local en Pontiac. Después de su boda, Ed aplicó para la Escuela de Medicina Misionera en Los Ángeles, donde cursó un programa intensivo sobre enfermedades tropicales, obstetricia y odontología, con el fin de ser una ayuda en medio de los indígenas.
Después de una tranquila temporada, Ed y Marilou decidieron unirse a la misión de Jim Elliot en Ecuador y se asociaron con la organización Christian Missions in Many Lands (en español, Misiones cristianas en numerosas tierras). El 10 de diciembre de 1952, los McCulley –incluido su hijo de 8 meses– decidieron viajar al Ecuador e instalarse en Quito para aprender español y familiarizarse con la cultura. Pronto viajaron a la Amazonía para reunirse con Jim y Peete Fleming.
Mientras esperaban que su casa fuera construída en la estación misionera de Shandia, una tormenta destruyó todo el avance. Ed estaba devastado. Sin embargo, el carácter positivo de Marilou levantó a su esposo de la desesperanza y lo impulsó a reunirse con los hombres para continuar con la obra, tanto estructural como misionera. Por dos años, los McCully vivieron en una casa hecha de bambú hasta que, en septiembre de 1952, se mudaron a su nuevo hogar y comenzaron una rutina. En su libro Portales de Esplendor, Elisabeth Elliot describió la cotidianidad de los McCully:
La vida de un misionero exige una adaptabilidad infinita, desde ganar un concurso nacional de oratoria hasta luchar con un lenguaje no escrito (…); desde ser el protagonista del campo de fútbol universitario hasta enseñar a un grupo de pequeños indios a jugar voleibol (…); desde perspectivas de una carrera de abogado en una ciudad norteamericana hasta una vida en la jungla de América del Sur. Marilou, que había sido directora de música en una gran iglesia, enseñó lenta y cuidadosamente a los niños indios a cantar canciones de dos versos que ella y Ed habían escrito en idioma quechua. Con todo esto, estaban listos. Estaban completamente preparados para ser “tontos por causa de Cristo”.
“Tendremos que esperar y ver cómo Dios nos guía”
Después de un tiempo, los McCully se reunieron en Arajuno con los recién casados Jim y Pete Flemming, y juntos trabajaron con una comunidad indígena de la zona. Para llegar allí, Marilou y Ed viajaban en avioneta los fines de semana y fue en esos trayectos que conocieron al piloto Nate Saint, quien compartía el anhelo de ganar a otros para Cristo. Al sobrevolar la selva, Nate y Ed descubrieron el asentamiento huaorani. Después de realizar cuatro viajes más, el 29 de septiembre de 1955, avistaron a una comunidad a 15 minutos de la estación misionera. La emoción fue sobrecogedora.
Más tarde, los hombres compartieron sus hallazgos con Jim y Pete, y comenzaron a planificar una estrategia. El 6 de octubre de 1955, Nate y Ed hicieron el primer contacto al dejar caer pequeños paquetes en el asentamiento. Ed se emocionó al ver humo de una cabaña y varios hombres desnudos observando sigilosamente la aeronave. Durante los siguientes meses, trató de aprender algunas frases huaorani por medio de Dayuma, una joven que había escapado de la peligrosa tribu.
Como los pobladores de Arajuno le habían dado la bienvenida a McCully cuando este comenzó a visitarlos, él consideró mudarse a esa zona, que quedaba al otro lado del río. Pasaron los meses y Ed, Nate, Jim, Pete y Roger Youderian, junto con sus respectivas esposas, se reunían hasta altas horas de la noche para planear cómo contactar a los huaoranis. Ed fue el encargado de recolectar los diversos artefactos que regalaría a la tribu como señal de amistad.
El 3 de enero de 1956 los cinco hombres volaron hacia la comunidad por la que tanto habían orado. Al aterrizar en el lugar indicado, fueron atacados por los huaoranis. De acuerdo al relato de los indígenas, Ed fue el cuarto en ser atravesado por una lanza. Al intentar defenderse, uno de los guerreros huaoranis tomó uno de los machetes que les habían regalado y arremetió contra su cuerpo. Al leer esta escena en la que McCully dio su vida por Cristo voluntaria e inesperadamente, pienso en la cita de San Ignacio:
Soy el trigo de Dios, que sea cortado por el machete de otro hasta que me convierta en fino pan de Cristo. Mis pasiones pecaminosas están crucificadas, no hay ardor en mi carne. Una corriente murmura y fluye muy dentro de mí. Dice: “Venid al Padre”.
Después de no escuchar noticias del grupo, un equipo de rescate cruzó la selva hacia el lugar donde se planeó que se produjera el primer contacto, denominado por ellos “Palm Beach”. El ejército ecuatoriano y un grupo de misioneros, fotógrafos e indígenas encontraron los cuerpos de cuatro de los hombres en diferentes lugares del río. Ed fue identificado el día siguiente por un indígena que había tomado su reloj y uno de sus zapatos.
En el momento de la muerte de Ed, Marilou tenía ocho meses de embarazo; regresó a los Estados Unidos para reunirse con su familia y pasar el duelo. El servicio conmemorativo de Ed McCully se llevó a cabo en su iglesia local en Wisconsin, con más de 800 personas. Después de algunos meses, Marilou regresó a Ecuador y vivió en Quito durante 6 años, en donde dirigió un hogar para hijos de misioneros. Más tarde, regresó a Estados Unidos y se estableció en el estado de Washington, donde trabajó como contadora en un hospital y como pianista en Evergreen Bible Chapel en Federal Way. Nunca volvió a casarse y murió de cáncer el 24 de abril de 2004.
Un día antes de morir, Ed le escribió un telegrama a Marilou:
Cariño, son las 4:30 p.m. y aún no hay señales de visitas, pero creemos que llegarán, si no es esta noche, mañana temprano. Tendremos que esperar y ver cómo Dios nos guía a nosotros y a ellos también. Todo mi amor, Ed.
Finalmente, los indígenas sí aparecieron, y Dios guió a Ed y a sus amigos a casa.
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