Por: Christopher Ash/ CP
Los deseos del corazón
¿No suena fantástico? ¡Todo lo que quiera y será mío! Hasta que lo piense un poco más.
Supongamos que en mi corazón deseo que mi jefe enferme o muera, deseo obtener —mediante algún engaño— el crédito por algo que no hice o deseo a la bella esposa de mi vecino. ¿Dios me dará esas cosas?
Por supuesto que no, porque violan tres de los diez mandamientos y Él no me dará cosas que sean moralmente incorrectas. Pero ¿qué pasa con las cosas moralmente neutrales?
Supongamos que realmente quiero un trabajo en particular, porque es bueno, vale la pena y siento que estoy preparado para él. ¿Dios me lo dará? Ahora, supongamos que deseo salir con una persona en particular; es creyente, espero casarme con ella y no veo ninguna razón por la que debería evitar hacerlo. ¿Dios me lo concederá? Finalmente, supongamos que anhelo ser sanado de alguna enfermedad o que mi cónyuge y yo esperamos tener hijos. ¿Dios nos concedería estas peticiones?
La respuesta a todas esas preguntas es tal vez. Puede que lo haga o puede que no. Pero, alguien podría objetar, «este versículo me dice que Dios me dará los deseos de mi corazón. ¿No puedo reclamar esto como una promesa? ¿Por qué no?».
¿A quién se le hace la promesa?
La gran pregunta es esta: ¿Qué papel juega la palabra «te» en este versículo? Es decir, ¿a quién se le hace esta promesa que dice: «Él te dará las peticiones de tu corazón»?
La clave de la segunda línea de este versículo está en la primera línea. El pronombre «te» designa al hombre o la mujer que se deleita en el Señor, el Dios del pacto, el Dios revelado a nosotros en todas las Escrituras. Se refiere a una persona que ama a Dios con corazón, mente, alma y fuerzas. Aquel cuyo único deseo y deleite es el Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Alguien que ama no principalmente las bendiciones que Dios puede dar, sino a Dios mismo. Es alguien que anhela la gloria de Dios, el reino de Dios, que Dios sea alabado y honrado.
Podemos parafrasear el versículo así: Si te deleitas en el Señor del pacto, si lo amas, si quieres conocerlo por encima de todo y ver Su reino, si esto expresa el deseo más profundo de tu corazón, entonces puedes estar seguro de que Él te dará lo que deseas. ¿Quieres a Dios? Lo tendrás a Él. ¿Te deleitas en Dios? Lo disfrutarás a Él.
Jesús se hace eco temáticamente del Salmo 37:4 en Mateo 6:33: «Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas». La promesa del Salmo 37:4 se da a aquel que busca primero el reino de Dios y Su justicia, que lo anhela por encima de todo.
Entonces es una promesa maravillosa. Pero también es una promesa vigorizante. Porque también podemos parafrasearlo en forma negativa: si, en el fondo de mi corazón, lo que realmente me deleita es alguna bendición que Dios pueda dar, entonces no puedo calificar para la promesa de que Dios me dará este deseo de mi corazón. No puedo ir más allá del «tal vez» cuando me pregunto si puedo esperar esta bendición. Quizás Él la conceda o quizás no.
Entonces, en cierto modo, esto nos plantea un problema insuperable. Incluso si tú o yo amamos genuinamente a Dios y nos deleitamos en Él, ¿quién de nosotros puede poner la mano en el corazón y decir que lo hacemos perfectamente? ¿Quién de nosotros no tiene momentos —lamentablemente, a menudo— en que lo que consume nuestras esperanzas y afectos no es Dios, sino alguna bendición que esperamos de Él? Un trabajo, una esposa, un niño, un cuerpo sano o lo que sea. Sin embargo, en el momento en que no logro el deleite perfecto en el Señor, me descalifico de la promesa de que Dios me dará los deseos de mi corazón.
Solo Uno califica
Solo un Hombre en la historia ha calificado para esta promesa. Solo Jesús se deleitó en el Padre con un afecto puro y ardiente en cada momento de Su vida en la tierra. Por eso solo a Jesús se le prometen los deseos de Su corazón.
En el Salmo 20, oramos por el Rey de Dios. Pedimos que Dios conceda al Rey «el deseo» de Su corazón (v. 4). En el Salmo 21, celebramos las respuestas a las oraciones del Salmo 20. Por eso cantamos: «Tú [Dios] le has dado [al Rey] el deseo de su corazón, / Y no le has negado la petición de sus labios» (Sal 21:2). Jesús tendrá los deseos de Su corazón porque Jesús se deleita en el Padre.
Sin embargo, el Salmo 37 se da para animar a todos los que son justos por la fe. ¡Es un salmo para todos nosotros, no solo para Jesús! Este podría ser un buen momento para leer todo el salmo y ver cómo son estas personas justas. Aprenden a confiar en Dios en un mundo turbulento, a hacer el bien, a encomendar sus caminos al Señor, a estar quietos ante Él y esperarlo pacientemente, etc. Realmente se deleitan en el Señor del pacto. No perfectamente, porque ninguno de nosotros hace eso.
Pero, por el Espíritu de Cristo en nosotros, también comenzamos a deleitarnos en el Señor del pacto. Realmente lo amamos. Buscamos genuinamente Su reino y gloria. No impecablemente, pero sí verdaderamente. Así, en Jesucristo y por Su Espíritu, a medida que comenzamos a anhelar a Dios, este versículo nos promete que Dios nos dará más de Dios. Como el mismo Jesús enseñó, nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo (la presencia personal de Dios) a todo el que lo pida (Lc 11:13).
Hay algo maravillosamente liberador en comprender correctamente este versículo. Si amo a Dios más y más, si mi corazón desea a Dios más y más, conoceré a Dios más y más, disfrutaré de Dios más y más, me deleitaré en Dios más y más. De alguna manera, al hacer eso, las bendiciones que eran tan grandes en mis esperanzas se trasladan al lado de mis afectos. Oh, claro, todavía quiero sanidad, un matrimonio feliz, un trabajo exitoso o lo que sea. Sería muy extraño no querer estas cosas. Pero ya no son centrales. Lo que —o mejor dicho, el que— llena mis afectos es Dios mismo. Dios me promete a Dios mientras me deleito en Dios.
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