Quienes caminamos, bailamos, corremos, nos relajamos en la postura del perro boca abajo o nos deslizamos y agitamos en las elípticas por lo menos unas cuantas veces a la semana, somos menos propensos a desarrollar depresión clínica que las personas sedentarias, aun si heredamos un riesgo elevado de padecer la enfermedad, de acuerdo con un nuevo estudio a gran escala que analizó el ejercicio, la genética y la salud mental.
El estudio descubrió que casi cualquier tipo de actividad física, ya fuera extenuante o ligera, ayudaba a compensar la tendencia genética de las personas a la depresión, aunque los beneficios aumentaban de manera proporcional a la frecuencia con la que se ejercitaban.
Por supuesto, la depresión es una de las enfermedades mentales más comunes en el mundo, pues afecta a más de 300 millones de personas a nivel global, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Algunas personas experimentan un solo episodio durante toda su vida; otras presentan episodios recurrentes.
Un corpus de investigaciones cada vez mayor sugiere que el hecho de desarrollar depresión o no depende, hasta cierto punto, de nuestro ADN. Se sabe que la enfermedad es un rasgo de familia y hay estudios que demuestran que las personas que portan ciertos fragmentos de genes son mucho más vulnerables a la depresión que otras.
Otras investigaciones, más alentadoras, señalan que el ejercicio podría ayudar a combatir la enfermedad. Múltiples estudios epidemiológicos a gran escala relacionan los altos niveles de actividad aeróbica con un riesgo menor de padecer depresión, mientras que los experimentos realizados con personas con depresión demuestran que el ejercicio a menudo reduce la duración o la gravedad de sus episodios.
No obstante, algunos de estos estudios han indagado en los tipos y la cantidad de ejercicio asociados con los beneficios para la salud mental o si el ejercicio ayuda a prevenir la depresión en personas que tienen un riesgo genético alto.
Por lo tanto, para el estudio nuevo, que se publicó este mes en Depression and Anxiety, los investigadores de la Universidad de Harvard y otras instituciones decidieron analizar esos problemas. Comenzaron por analizar un tesoro de información de salud recolectada por el estudio en curso a cargo del programa Partners Biobank. La información incluye los expedientes de miles de hombres y mujeres en la zona del Gran Boston, quienes proporcionaron muestras de ADN y les dieron acceso a los investigadores a sus registros electrónicos de salud.
Los investigadores extrajeron los expedientes de casi 8000 hombres y mujeres de este grupo, quienes habían completado un cuestionario acerca de sus hábitos de ejercicio. En este se les pedía que recordaran cuánto tiempo a la semana habían dedicado a ciertas actividades durante el año anterior. Entre ellas estaban caminar, ya sea por ejercicio o para dirigirse a un lugar, correr, andar en bicicleta, usar máquinas para ejercitarse o asistir a clases de baile o yoga.
Luego los investigadores analizaron el ADN de los hombres y las mujeres en busca de variaciones genéticas que se cree que aumentan el riesgo de padecer depresión y clasificaron a sus voluntarios con base en el riesgo heredado que presentaban de padecer depresión: alto, moderado o bajo.
También revisaron el historial médico de cada persona para encontrar códigos que indicaran un diagnóstico de depresión, ya fuera antes de unirse al biobanco o durante los dos años posteriores.
A continuación, los investigadores cotejaron toda esta información y pronto notaron muchos patrones interesantes y sólidos. Tal vez lo menos sorprendente fue que esos hombres y mujeres que tenían un riesgo genético mayor de padecer depresión tenían, en general, más propensión a desarrollar la enfermedad que los voluntarios con historiales que reflejaban un riesgo menor.
Al mismo tiempo, las personas físicamente activas presentaron un riesgo menor que las personas que se movían en muy pocas ocasiones, y el tipo de ejercicio casi no fue relevante. Si alguien pasaba al menos tres horas a la semana participando en cualquier actividad sin importar que fuera vigorosa, como correr, o más suave como hacer yoga o caminar, esa persona tenía menos probabilidades de deprimirse que los voluntarios sedentarios y el riesgo se reducía otro 17 por ciento con cada 30 minutos adicionales de actividad física diaria, aproximadamente.
La relación entre el movimiento y una mejor salud mental fue válida en las personas que habían padecido depresión en el pasado. Si reportaban haberse ejercitado en el presente, su riesgo de sufrir un episodio subsecuente de depresión se reducía, en comparación con el riesgo de las personas inactivas con un historial de depresión.
El ejercicio también alteró de forma sustancial el cálculo de riesgo en las personas cuyo ADN las predisponía a padecer depresión. Si eran portadoras de múltiples fragmentos genéticos preocupantes, pero se ejercitaban con frecuencia, no tenían mayores probabilidades de desarrollar depresión que las personas inactivas con un riesgo genético reducido.
Karmel Choi, becaria clínica y de investigación en el Hospital General de Massachusetts y la Facultad T. H. Chan de Salud Pública de Harvard, quien dirigió el nuevo estudio, afirmó que, en efecto, la actividad física “neutralizó” gran parte del riesgo adicional para las personas que nacieron con una predisposición a la depresión.
El ejercicio no eliminó el riesgo de depresión en ninguna persona, continuó. Algunas personas activas desarrollaron depresión, pero el ejercicio atenuó los riesgos, incluso en personas que nacieron con una preferencia por la enfermedad.
No obstante, este tipo de estudio observacional no puede demostrar si mantenerse físicamente activo ocasiona de forma directa que las personas mantengan una buena salud mental, solo que hay una relación entre el ejercicio y la salud mental. El estudio también confió en la memoria de los participantes respecto a cuán regularmente se habían ejercitado en fechas recientes, lo cual puede ser muy poco confiable. Además, se enfocó en la prevención de la depresión, no en el tratamiento.
A pesar de estas advertencias, los resultados sugieren que “la actividad física de muchos tipos parece tener efectos benéficos” en la salud mental, de acuerdo con Jordan Smoller, autor principal del estudio y profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina de Harvard.
Los descubrimientos también enfatizaron que “el destino no está escrito en los genes”, afirmó Choi. Si la depresión está presente en tu familia, dijo, podrías controlar el riesgo realizando más actividad física.
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