El perdón de Dios y el nuestro

C. S. Lewis decía que para todos el perdón es fácil hasta que nos toca perdonar.

Creo que aquellas de nosotras que hemos experimentado heridas podemos estar de acuerdo con esa afirmación.

Vivimos en un mundo caído donde el sufrimiento y las injusticias están presentes y donde otros, sin duda alguna, nos herirán. Algunas de esas heridas serán rasguños, pero otras serán profundas y dolorosas que tomarán tiempo en sanar y nos dejarán cicatrices por el resto de nuestras vidas. También habrán circunstancias en las que nosotras seremos las que causemos heridas así.

Perdonar es difícil. Hay heridas que son inexplicablemente dolorosas y con grandes consecuencias que el perdón no removerá. Pero para poder hablar del perdón, necesitamos saber objetivamente el significado de este.

  • Qué significa y qué implica que una esposa perdone a un esposo que le fue infiel,
  • Que una hija perdone a ese padre que se fue de casa y la defraudó,
  • Que una mujer perdone a una amiga en la que ella confiaba y que ahora la ha difamado.

¿Cómo luce el perdón en medio de las circunstancias dolorosas de nuestra vida? La Biblia nos muestra de dónde partir para entender el perdón.

Así como Dios nos perdonó

Efesios 4:32 nos enseña lo siguiente: “Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo”.

La clave para comprender el perdón está en entender cómo Dios nos perdona. En ese sentido, lo primero que necesitamos recordar para conocer cómo Dios nos perdona es que todos hemos ofendido a Dios. Todos hemos ofendido su estándar y no hay manera de reparar esto con nuestras buenas obras. Alguien tiene que pagar y, como nosotros no podemos, Dios hizo lo necesario para recibir el pago que su justicia requería y otorgarnos Su perdón (Ro. 3:23-26).

Nuestra salvación descansa en el favor inmerecido de Dios. Su perdón no tiene nada que ver con nada que hayamos hecho, sino con lo que Él ha hecho

La ira de Dios debía caer sobre alguien y ese alguien éramos nosotras. Pero Dios, por causa del gran amor con el que nos amó, llevó a cabo su plan predestinado desde antes de la fundación del mundo. Alguien completamente perfecto, alguien sin pecado alguno, alguien que fuera Dios pero que compartiera nuestra humanidad, debía pagar en nuestro lugar.

El perdón de Dios a nuestro favor viene entonces a través de la obra de Cristo y la Biblia nos enseña que ese perdón se ofrece y otorga completamente por gracia. Nuestra salvación descansa en el favor inmerecido de Dios. Su perdón no tiene nada que ver con nada que hayamos hecho, sino con lo que Él ha hecho: es un regalo motivado por Su amor y no por el nuestro. Efesios 2:4 nos dice: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó…”.

La salvación nos es ofrecida como un regalo, uno comprado por Dios por un alto precio: la sangre del Cordero perfecto. Motivado por su amor, Dios ofrece el perdón gratuitamente. Dios mismo envolvió el regalo del perdón y se lo da a cualquiera que lo acepte.

Un perdón condicional

Hay una característica del perdón de Dios que no debemos olvidar: su perdón es condicional. Solo aquellos que creen en ese regalo (Cristo) y se arrepienten de sus faltas lo reciben.

Si tú has sido perdonada por Dios, tu estado de reconciliación con Él es eterno

Dios ofrece ese perdón a todo el mundo, pero eso no significa que todo el mundo es perdonado. Como cualquier otro regalo, el regalo del perdón debe ser abierto. Y debe ser abierto a través del arrepentimiento de nuestros pecados y la fe en Cristo Jesús.

Dios se compromete a perdonar

Cuando Dios nos perdona, Él se compromete a que nuestro pecado no contará en nuestra contra. Su perdón remueve nuestra culpa o consecuencia legal con Dios. Su perdón nos justifica delante de Dios, y ya no somos condenados por nuestros pecados (Ro. 5:1). La razón por la que somos justificadas es porque Cristo pagó la pena por nuestro pecado y nos fue contado a nuestro favor.

El perdón de Dios sienta las bases para la reconciliación. El propósito principal del perdón de Dios es la restauración de la comunión. Nadie es perdonado por Dios sin ser reconciliado con Él (2 Co. 5:18). Bendito sea nuestro Dios porque eso es lo que Él hace. Él nos remueve la culpa y nos reconcilia. ¡Él paga nuestra deuda y nos llama hijos! Glorioso perdón de nuestro Dios que sienta las bases para nuestra reconciliación con Él.

Si tú has sido perdonada por Dios, tu estado de reconciliación con Él es eterno. No hay nada que pueda quitarte tu condición de hija, ni siquiera tú misma. Tu condición de reconciliada no la perderás jamás, y esto no por ti sino por la obra de gracia del Padre a través de Jesús. Por su compromiso de perdón.

El perdón y consecuencias

Ahora bien, el perdón no implica la remoción de consecuencias. La Biblia enseña que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús (Ro. 8:1), pero eso no significa que no tenemos consecuencias por nuestro pecado en nuestro peregrinar en esta tierra. Todo lo contrario. De este lado de la gloria, seguiremos lidiando con las consecuencias de nuestros pecados.

Dios espera que los creyentes se perdonen unos a otros de la misma manera en la que Él los ha perdonado

Sin embargo, el compromiso de Dios con su perdón nos da la seguridad de que en medio de nuestro pecado, aun nuestras más grandes faltas, no perderemos jamás nuestro estado de perdonados y reconciliados porque no depende de nosotros sino de la obra perfecta de Cristo a nuestro favor.

El perdón de Dios y el nuestro

Si queremos entender cómo debemos perdonarnos unos a otros, necesitamos comenzar con el principio clave: Dios espera que los creyentes se perdonen unos a otros de la misma manera en la que Él los ha perdonado. Entender el perdón de Dios nos sirve como una huella digital para comenzar a ver cómo debe ser nuestro perdón.

Viendo lo glorioso de su perdón hacia pecadoras indignas como nosotras, la promesa de amor y nuestro estado eterno como hijas independientemente de nuestras faltas, tenemos el gran compromiso de ser amables unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, así como también Dios nos perdonó en Cristo.

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