Haciendo visible el poder de la Palabra de Dios
La vida del creyente en Dios es al mismo tiempo una vida transformada y en continua transformación.
Por un lado, tenemos la realidad de la salvación en Cristo. En Él somos «nuevas criaturas» (2 Co 5:17) y nuestra salvación eterna depende absolutamente de la obra perfecta del Mesías, pues Su justicia es ahora nuestra a través de la fe. En ese sentido, nuestras vidas son plenamente transformadas en el momento de la salvación. Hemos pasado de tener un corazón de piedra a uno de carne (Ez 11:19-20). Tenemos redención y una nueva identidad en Cristo (Ef 2:6).
Por otro lado, nuestras vidas transformadas también están en transformación. ¿A qué me refiero? Dios «nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo» (Col 1:13, RV60). Esto quiere decir que hay un antes y un después en las personas rescatadas por Jesús. Una vez salvos, Dios nos llama a vivir de manera radicalmente santa (Mt 5:30), llenos de fruto (Jn 15:8) y dándole gloria en todo (1 Co 10:31). La misma gracia que nos salvó, nos lleva a disfrutar una vida de crecimiento constante y nos infunde el deseo de agradar a nuestro Padre en todas las áreas de nuestras vidas. Los teólogos llaman «santificación progresiva» a este proceso por el cual un hijo de Dios va siendo formado cada vez más como Cristo y menos como Adán.
¿Pero cómo ocurre esto? ¿Es acaso un proceso fortuito y aleatorio? La Biblia nos da la respuesta con claridad: solo aquellos que están siendo limpiados a través de la Palabra de Dios son santificados.
El proceso: la santificación
Santifícalos en tu verdad… (Jn 17:17, RV60).
La noche antes de Su arresto, Jesús hizo una oración que suele ser conocida como la «oración sacerdotal», pues Él no solo es nuestro Rey y Juez, sino también nuestro Sacerdote. En el Antiguo Testamento, la labor del sacerdote era mediar entre Dios y el pueblo. Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote (He 4:14), es el mediador entre Dios y los hombres (1 Ti 2:5) y, como tal, intercedió en oración por Sus discípulos y por todos aquellos que creerían por el testimonio de ellos, para que fueran santificados (Jn 17:20). Esto nos permite entender que, en efecto, la santificación es parte de la voluntad y el plan de Dios para Su pueblo (1 Ts 4:3-8).
Un cristiano solo puede alcanzar su propósito en la vida —ser más como Jesús— cuando vive en el marco de la verdad revelada de Dios
La santificación es el proceso de limpieza y purificación del creyente, pues, como Pablo admite, los cristianos aún tenemos una naturaleza pecaminosa presente en nosotros (Ro 7:23). En otras palabras, la santificación es el proceso que Dios diseñó para que Sus hijos se despojen del peso del pecado que les estorba en la carrera cristiana. ¿Y cómo podemos ser santificados? Jesús da la respuesta en la siguiente parte de Juan 17:17.
El método: la Palabra
Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad (Jn 17:17, RV60).
Si la voluntad de Dios es clara —nuestra santificación—, el método es todavía más claro: la Palabra de Dios. Jesús explica que la manera en que la santificación sucede en nosotros es a través de la «verdad», que no es otra que la Palabra de Dios. La Biblia es la verdad absoluta de Dios revelada a los seres humanos; no es una de muchas verdades, sino que se presenta como la única verdad. Fuera de la Palabra, es imposible ser santificados.
¿Por qué es importante resaltar esto para el proceso de santificación? Porque el ser humano solo puede vivir en plenitud dentro de un marco de verdad absoluta. En otras palabras, el ser humano necesita la verdad de Dios para vivir según el propósito por el cual fue creado. Fuera de la Palabra, la vida es vana, vacía y frustrante. Este mundo trata de encontrar sentido en otros lugares, pero nunca lo encuentra.
Esto tiene sentido para los cristianos. Cuando la Palabra entra en acción en la vida del creyente, todo toma sentido y adquiere propósito. Como lo expresa el salmista: «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! / Más que la miel a mi boca. / De tus mandamientos he adquirido inteligencia; / Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira» (Sal 119:103-104, RV60). Un cristiano solo puede alcanzar su propósito en la vida —ser más como Jesús— cuando vive en el marco de la verdad revelada de Dios.
Tomando esto en cuenta, podemos llegar a dos conclusiones sobre cómo el poder de la Palabra debe evidenciarse en nuestras vidas.
1. La Palabra es poderosa para darnos victoria sobre el pecado.
Esto quiere decir que la persona que antes era esclava del pecado, una vez hecha libre puede ir rompiendo las viejas cadenas con la Palabra de Dios. La lectura continua y sincera de la Palabra transforma el corazón para amar a Dios más de lo que ama los placeres del pecado.
Si el amor a Dios viene a través de la lectura de la Palabra, también el amor al prójimo proviene de la misma fuente
La Biblia revela a Dios. Por eso podemos decir que cuando la leemos, estamos viendo a Dios y, mientras más admiremos Su santidad, más seremos como Él. Como lo explica el apóstol Pablo: «…mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Co 3:18, RV60).
2. La Palabra es poderosa para ayudarnos a amar al prójimo.
Cuando amamos a Dios, también amamos a nuestro prójimo (Mr 12:31). Si el amor a Dios viene a través de la lectura de la Palabra, también el amor al prójimo proviene de la misma fuente. Las Escrituras nos impulsan a amar a los demás de forma sincera, sacrificial e incondicional —ese es el amor verdadero.
Amamos como Cristo nos ha amado y, de esa manera, nos convertimos en canales por los cuales el amor de Dios llega a nuestro prójimo, en especial a nuestro hermano en la fe. La Palabra nos ayuda a matar nuestro egoísmo y a cultivar amor por los demás, incluso por nuestros enemigos (Mt 5:43-48). Esa es la transformación que viene de la poderosa Palabra de Dios. Por lo tanto, oremos que el Señor nos conceda poner siempre la Biblia en el centro de nuestras vidas y la iglesia, a medida que conocemos Su valor incomparable, a fin de que Su poder se evidencie en nosotros para Su gloria.
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