Al oír esto, Jesús les dijo: «Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mr 2:17).
El uso de la pregunta
«Espejito, espejito, ¿quién es la más bella de todas?» (Blancanieves), «¿Hay alguien en casa, McFly?» (Volver al futuro), «Romeo, Romeo, ¿dónde estás?, que no te veo» (Romeo y Julieta).
Desde la literatura clásica hasta los libros famosos, películas, programas y anuncios, las preguntas se utilizan para atraer nuestra atención, revelar el carácter, provocar risas, crear suspenso, incitar conflictos e intensificar la tensión.
La Biblia, como toda buena literatura, está llena de preguntas; incluye más de tres mil. Estas preguntas tienen como objetivo hacernos reflexionar sobre la Persona y los poderes de Dios y nuestra relación con Él. ¿No ha de hacer justicia el Juez de toda la tierra? (Gn 18:21); ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sal 8:4; He 2:6); ¿Qué debo hacer para ser salvo? (Hch 16:30); Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Ro 8:31).
El Evangelio de Marcos presenta más de cien preguntas. Jesús hacía preguntas, como: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?». Los doce hacían preguntas, como: «¿Quién, pues, es Este que aun el viento y el mar le obedecen?». Los demonios preguntaron: «¿Has venido a destruirnos?». Los poderes religiosos de la época preguntaron a Jesús: «¿Es lícito pagar impuesto a César, o no?».
Dos preguntas críticas
En Marcos 2:13-22, Jesús recibe dos preguntas críticas. Utilizo la palabra crítica en dos sentidos. Primero, en el sentido de crítica negativa; segundo, en un sentido positivo de obtener información importante o crítica.
Los escribas hicieron la primera pregunta: «¿Por qué Él come y bebe con recaudadores de impuestos y pecadores?» (Mr 2:16); la gente preguntó la segunda: «¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, pero Tus discípulos no ayunan?» (Mr 2:18).
Observa que ambas preguntas están relacionadas con la comida. ¿Por qué comer con pecadores? ¿Y por qué no ayunar? Observa también que lo que se registra en los versículos de Marcos 2:15-22 ocurre en un solo día, en y alrededor de un lugar: la mesa de la cena en la casa de Leví, quien era un recaudador de impuestos que había sido llamado hacia Cristo ese mismo día: Jesús «vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: “Sígueme”. Y levantándose, lo siguió» (Mr 2:13).
Los recaudadores de impuestos eran pecadores despreciados por los judíos piadosos, por eso la Mishná explica que cuando un recaudador de impuestos «entraba en una casa, todo lo que había en ella se volvía impuro». Por lo tanto, el hecho de que Jesús caminara en dirección a Leví y se acercara al banco de los impuestos, lo mirara y le pidiera que lo siguiera nos muestra que Cristo ama y llama a los pecadores a Su reino.
También nos muestra que el llamado de Cristo es soberano. La pequeña resurrección de Leví («y levantándose…») no es causada por su propia autodeterminación. Más bien, ¡se infunde vida en huesos muertos! Con una palabra, Leví, un hombre muerto «en sus delitos y pecados» (Ef 2:1), resucitó a una vida nueva.
Desde ese provocativo preludio, el evangelista nos lleva a una cena:
Y sucedió que estando Jesús sentado a la mesa en casa de Leví, muchos recaudadores de impuestos y pecadores estaban comiendo con Jesús y Sus discípulos; porque había muchos de ellos que lo seguían (Mr 2:15).
En ese día que le cambió la vida, el primer paso de Leví fue dejar el pasado, el segundo fue seguir a Jesús y el tercero fue presentar sus malas compañías a Su buen Señor. (Estos son algunos buenos pasos que también podemos seguir nosotros).
Ahora, captemos el escándalo de esta escena. Se trata de una comida formal. Lo sabemos por el hecho de que los hombres que están alrededor de la mesa están reclinados. En el medio hay una mesa pequeña. Están acostados de lado o boca abajo, con los pies estirados detrás de ellos. Se apoyan en un codo mientras usan el otro brazo para darse un festín con lo que tienen delante. La comunión en la mesa en el antiguo Oriente Próximo era la expresión más íntima y personal de amistad.
Leví es ahora el amigo de Jesús, cara a cara, comida a comida. (¡Qué amigo tenemos en Jesús!). El propósito de Leví para esta fiesta es invitar a sus amigos a conocer al amigo de los pecadores, si aún no lo han hecho. ¿Por qué? Porque sabe de primera mano que cualquiera, incluso el pecador más desinteresado o inmerecido, está a un instante de experimentar el llamado soberano de Cristo.
¿Sabías que en los versículos de Marcos 2:15-17 las dos palabras más repetidas son «publicanos» (tres veces) y «pecadores» (cuatro veces)? Jesús se sienta a la mesa con «muchos publicanos y pecadores». La palabra «muchos» es sorprendente, en especial en este contexto. La última vez que se usó la palabra fue en el versículo 2: «se reunieron muchos, tanto que ya no había lugar ni aun a la puerta» (énfasis añadido). Con la palabra «muchos», Marcos da la impresión de que la casa de Leví también está abarrotada. La palabra «pecadores» aquí no se refiere a un ser humano pecador común y corriente («todos somos pecadores»). Más bien, implica una clase criminal de personas. En los evangelios, el término «pecadores» suele estar relacionado con «recaudadores de impuestos» o «prostitutas».
Ahora bien, este contexto debería dar sentido a la pregunta crítica que surge de la policía de la pureza: «Cuando los escribas de los fariseos vieron que Él comía con pecadores y recaudadores de impuestos, decían a Sus discípulos: “¿Por qué Él come y bebe con recaudadores de impuestos y pecadores?”» (Mr 2:16).
Los «escribas de los fariseos», como expertos en tradiciones orales rabínicas, están genuinamente conmocionados por la situación. Se preguntan por qué Jesús se reclinaba junto a los reprensibles, cenaba con los detestables, se comunicaba con los inmundos y bebía vino con esos cerdos. Jesús les dirá por qué.
En Marcos 2:17, Jesús nos ofrece un proverbio con contrastes paralelos: «Al oír esto, Jesús les dijo: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”». Aquí Jesús se describe a Sí mismo como un médico que no atiende a los que no tienen necesidad («los justos» o los espiritualmente sanos), sino a los «pecadores» (los espiritualmente enfermos). Por eso Jesús aceptó la invitación de Leví a cenar. Está feliz de usar la mesa del comedor de Leví como Su mesa de operaciones, para realizar alguna cirugía del alma.
Tres maneras de vivirlo
Lo que Jesús dice en Marcos 2:17 es muy importante no solo para que lo entendamos, sino también para que lo apliquemos. Podemos vivir este versículo al menos de tres maneras.
Primero, no debemos ser «esnobs espirituales». Como los fariseos, nosotros también podemos descuidar los asuntos más importantes de la ley, como la justicia y la misericordia (el amor por los demás, incluso por los desagradables), por nuestras propias tradiciones creadas.
¿Tenemos códigos eclesiásticos tácitos (como no tomar café en el santuario) que, si alguien los rompe, lo miramos fijamente y susurramos entre nosotros? ¿Nos preocupamos más por el piano de cola que por los muchos pobres? ¿Tenemos un sistema de clases para los pecados: los pecados respetables (como la preocupación) son permisibles y los irrespetuosos (como las malas palabras) no? Debemos recordar, y recordarnos constantemente, que Jesús no hizo acepción de personas. Es decir, no eligió a nadie de la clase religiosa o de la clase alta cuando formó a los doce apóstoles.
Si bien es cierto que algunos religiosos y ricos lo han seguido y lo siguen, Su modelo a lo largo de la historia ha sido el que vemos aquí en nuestro texto. Dios elige a los improbables, a los despreciados y a los débiles para avergonzar a los inteligentes, fuertes y exitosos, para que nadie pueda jactarse ante Él.
En segundo lugar, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor, empleemos tácticas de encarnación. Es decir, seamos intencionales en cuanto a los lugares a los que vamos a ministrar. Es cierto que Jesús pasó la mayor parte de Su tiempo en lugares sagrados: sinagogas, el templo y las casas de judíos piadosos. Pero también, como se demuestra aquí, anduvo con los impíos.
El misionero C. T. Studd reflexionó una vez: «Algunos quieren vivir al alcance de la campana de la iglesia o de la capilla; yo quiero tener una tienda de rescate a un metro del infierno». Jesús, en ese día, tenía una tienda de rescate en la casa de Leví. Debemos seguir ese modelo, lo mejor que podamos.
La mayoría de los ministerios de misericordia de la iglesia se dirigen a algunos de los mejores lugares para encontrarse con personas: personas necesitadas física y económicamente, pero a menudo, espiritualmente. Así que, piensa en servir en un refugio para personas sin hogar, visitar a los que están en prisión o ayudar en la sala de VIH/SIDA del hospital. En estos lugares y con estas personas, encontrarás un nivel de receptividad mucho mayor que el de las mamás que se divierten junto al campo de juego o los magnates de los negocios en el club de campo. ¿Por qué? Porque quienes están en problemas o han cometido errores generalmente saben y admiten algo de su problema, mientras que quienes nunca han sido condenados por un delito, no han cumplido una condena o no han perdido a seres queridos debido a decisiones insensatas no ven la necesidad de ayuda. ¿Por qué ir al médico si uno está (aparentemente) sano?
En tercer lugar, y lo más fundamental desde el punto de vista teológico, recordemos que solo Jesús salva soberanamente. La palabra implícita «yo» en la declaración «he venido… a llamar… a pecadores» (Mr 2:17) cobra gran importancia.
Debemos salir al mundo con el mensaje de salvación, pero nuestra única esperanza de éxito es que creamos en la gracia irresistible, que el Señor del universo —quien dijo: «De las tinieblas resplandezca la luz» en la creación— es el mismo Soberano que brilla en el corazón humano en la recreación «para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2 Co 4:6).
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