
Aunque hoy el término tenga otros significados, el “fundamentalismo” cristiano surgió en EE.UU. como una respuesta al modernismo y la secularización. Desde su origen en el siglo XIX hasta su impacto actual, este movimiento ha moldeado debates religiosos, políticos y culturales.
En la actualidad, la palabra “fundamentalismo” trae a la mente a extremistas o gente religiosa que ve al diablo en todo lo que le rodea. Además, muchas personas suelen usar esta palabra para referirse a cristianos que protestan con vehemencia ante alguna medida que se opone a sus valores morales.
Sin embargo, en realidad el fundamentalismo es el nombre de una corriente de inicios del siglo XX que buscaba resguardar los cimientos de la religión cristiana. Este movimiento usó diversas estrategias para lograr su cometido y, sin duda, marcó la historia de los Estados Unidos para siempre. Los intentos por detener lo que se veía como una amenaza crearon un ethos, es decir, una forma de vida que adoptan los individuos de una comunidad. Pero, ¿cómo llegó entonces a significar lo que entendemos hoy en día?
Raíces históricas y transformación del cristianismo en EE.UU.
Se ha dicho que el fundamentalismo surgió debido a un conjunto de consecuencias sociales y políticas causadas por la posguerra civil americana (1861-1865), la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la inmigración europea. Para la segunda mitad del siglo XIX, la Revolución Industrial y el consumismo estaban bien establecidos en Estados Unidos, los avances científicos eran mayores y la academia “desmentía”, cada vez con mayor fuerza, los así considerados “mitos y supersticiones religiosas”.
Una nueva era estaba empezando, en especial para los estados del norte que habían resultado vencedores tras la guerra civil. La abolición de la esclavitud era un hecho y el sentimiento de que se estaba progresando moralmente era muy fuerte. Además, había nuevas interrogantes a las que se enfrentaba la sociedad moderna, industrial y urbana, y muchos buscaron respuestas a nivel doctrinal e intelectual. Sin embargo, resulta difícil encontrar una única razón que lo explique todo.

Lo que sí es seguro es que, como consecuencia de los diversos cambios sociales que experimentó Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX y los inicios del XX, la Iglesia también empezó a atravesar su propia transformación. En el cristianismo estadounidense subsistían dos corrientes de tradición: una calvinista, proveniente de los puritanos, con un fuerte énfasis en su fuerza reformadora para la sociedad, y otra más pietista o de santidad personal, cuyo enfoque primordial era el desarrollo de una relación individual con Dios.
Ambas corrientes coexistían en un contexto de optimismo hacia el futuro y deseo de mejora social. Predicaban un discurso moralista que prometía bendición para la nación solo si esta cumplía con la Ley de Dios de forma rigurosa. Por ejemplo, querían hacer constitucional el descanso dominical, prohibir el alcohol o promover la justicia para los indígenas americanos. En palabras de Jonathan Blanchard, un pastor de aquel entonces: “La sociedad perfecta vendrá cuando el conocimiento y la piedad avancen”.
En ese contexto, el liberalismo teológico hizo su ingreso sutilmente. Henry Ward Beecher, un predicador influyente en los EE.UU., buscaba alejarse de lo que denominaba “las verdades abstractas” para concentrarse en el moralismo, pues creía que el progreso de la sociedad era equiparable al Reino de Dios. Ese movimiento, que había nacido en Europa, tenía a Friedrich Schleiermacher como su mayor representante, quien propuso que lo más importante de la religión no eran tanto las doctrinas prefijadas, sino la experiencia personal. A los principales promotores de tal idea se les conoció como la “Alta crítica”. Ellos veían las Escrituras como un documento primitivo, juzgable bajo los parámetros académicos más exhaustivos de la época. Así, despojaron la Biblia de cualquier elemento sobrenatural.

En este contexto aparece otro factor relevante que también significó un desafío para la Iglesia: la teoría de la evolución formulada por Charles Darwin. Al señalar que los organismos vivientes eran producto de un proceso evolutivo y paulatino, se puso bajo cuestionamiento el relato de la creación del Génesis. Pronto, la teoría fue aceptada en la academia y quien la negaba era visto como alguien no educado.
El fundamentalismo como respuesta
En ese ambiente de constante ataque al cristianismo, surgió el dispensacionalismo, una corriente teológica que buscó ser rigurosa a nivel científico y catalogó al resto de formas de interpretación de la realidad como “falsa ciencia”. Así, los teólogos se fueron a un literalismo extremo y subdividieron el relato histórico para evitar posibles contradicciones de términos. Por ejemplo, afirmaban que donde se menciona “Israel” en la Biblia, la única interpretación válida era “Israel como pueblo étnico judío”, debido a las demandas del rigor científico.
El dispensacionalismo también se esforzó por descifrar los mensajes ocultos de las profecías y adquirió un tono muy negativo hacia el futuro. Posteriormente, se hizo más reconocido por su enseñanza premilenialista sobre el fin del mundo, propuesta como una marca que definía si un cristiano “se tomaba en serio las Escrituras”.

En medio de todo esto, ocurrió un importante avivamiento bajo el liderazgo de D. L. Moody. Su predicación no buscaba ser rigurosa en lo teológico, porque él odiaba la confrontación entre las distintas tradiciones y que se viera afectada la unidad necesaria para predicar el Evangelio. Aunque se preocupó por los pobres y los desamparados, su principal objetivo fue salvar almas y en eso se centraba su discurso. Promovió escuelas bíblicas por toda la nación, como el Moody Bible Institute en Chicago, lugares en los cuales el fundamentalismo encontró un lugar clave para su formación.
Hasta ese punto, todas las corrientes del cristianismo compartían un deseo profundo por ayudar a solucionar muchos de los problemas sociales que veían a su alrededor. Pero, al parecer, una sensación de negativismo fue permeando a la Iglesia luego de varios fracasos debido a la implementación de políticas morales y el avance del secularismo en su contra. Esto llevó a muchos cristianos a optar por una postura no tan propositiva, sino más a la defensiva. Las palabras de James M. Gray y D. L. Moody lo expresan bien, quienes respectivamente dijeron: “No espero que el milenio sea traído por reformas políticas o morales”; “Si tengo una biblia en la mano y una tajada de pan en la otra, la gente siempre mirará primero el pan y eso es justo el orden contrario de lo que establece el Evangelio”.

Progreso del liberalismo y formación del fundamentalismo
Con el pasar de los años, el liberalismo teológico fue ganando cada vez más adeptos entre la gente con cierto nivel académico. Esto planteó un reto para muchas denominaciones, como la presbiteriana, pues del Union Theological Seminary empezaron a graduarse estudiantes que abrazaban por completo el liberalismo teológico y esto supuso una gran consternación. En respuesta, en 1910 la Asamblea General Presbiteriana determinó cinco doctrinas esenciales que definirían al cristianismo conservador y tradicional:
- La inerrancia de las Escrituras
- El nacimiento virginal de Cristo
- El sacrificio sustitutorio
- La resurrección física de Cristo
- La autenticidad de los milagros
A esta postura se le conoció como el fundamentalismo de cinco puntos. La intención detrás era la de “marcar una línea en el suelo” ante los liberales teológicos. Sin embargo, cabe la pregunta: ¿por qué esos y no otros? La respuesta radica en que los presbiterianos entendieron que si alguien negaba alguno de estos puntos, estaba negando una parte central del Evangelio. En ese contexto, se escribió la colección de libros conocida como The Fundamentals (Los fundamentos en español) que fueron repartidas a cuanto maestro, pastor y líder social se pudo.

Con el paso de los años la lucha contra todos los ataques del modernismo se intensificó y quedó reflejada en algunos eventos. En 1919, nació la Asociación Mundial de Fundamentos Cristianos con el objetivo de organizar eventos a lo largo del país. En 1918, se empezó a publicar una revista llamada Christian Fundamentals in School and Church (Fundamentos cristianos en el colegio y la Iglesia) con el enfoque de cuidar a las escuelas del evolucionismo. En 1921, la Convención Bautista del Norte formó la “Comunidad Fundamentalista” para dar batalla dentro de su propia denominación al liberalismo teológico e influenciar en las misiones globales.
Por el lado de los presbiterianos conservadores, Gresham Machen escribió el libro El cristianismo y el liberalismo en 1923, el cual se convirtió en la defensa más seria y a la vez dañina para tal movimiento. Machen escribió: “‘Cristo murió’, eso es historia; ‘Cristo murió por nuestros pecados’, eso es doctrina. Sin estos dos elementos, unidos en una unión absolutamente indisoluble, no hay cristianismo”. La discusión estaba en todos lados; incluso se sumaron los episcopales y metodistas a favor de los fundamentos.

Por su parte, los liberales y secularistas tenían la percepciónl de que un fundamentalista era un hombre sureño, rural, con muy poca preparación académica, un fanático religioso que creía ciegamente en supersticiones y que se aferraba al pasado de forma irracional al negar los cambios sociales evidentes.
El juicio del mono
Dentro de estas discusiones se generó un caso de sumo interés. Para 1925 se habían aprobado muchas normas que prohibían la enseñanza del evolucionismo en las escuelas públicas y ese año se aprobó una en el estado de Tennessee. Entonces, John Thomas Scopes, un maestro de secundaria, desafió la ley y decidió continuar enseñando la teoría evolutiva. El caso terminó en los tribunales y así inició el famoso Juicio de Scopes o “del mono”.
A favor de Scopes estaba el abogado y secularista Clarence Darrow, y del lado contrario se situó un famoso predicador conservador, William Jennings Bryan, quien escribió: “La hipótesis evolucionista es la única cosa que ha amenazado seriamente a la religión desde el nacimiento de Cristo, y amenaza tanto a la civilización como a la fe”. Sin embargo, durante el juicio se generó una situación poco favorable para el pastor Bryan: Darrow, el abogado del profesor evolucionista, le hizo preguntas inquisidoras que en poco tiempo dejaron claro que no podría responder con claridad.

No pudo contestar cómo es que Dios creó a Eva de la costilla de Adán, tampoco dónde Caín obtuvo a su esposa ni de dónde provino el pez que devoró a Jonás. Evidenció que no conocía las secuelas cósmicas de que la Tierra se detuviera para que se cumpliera el relato de Josué, en el cual el sol se detuvo. Además, demostró su ignorancia respecto a la literatura moderna acerca del origen de las religiones ancestrales. Como escribió Maynard Shipley: “Por primera vez en nuestra historia, el conocimiento organizado vino a un enfrentamiento directo con la ignorancia organizada”.
La suerte del juicio estaba echada. La fe cristiana quedó plasmada como una religión sin un referente académico serio. En los años siguientes, el movimiento fundamentalista hizo muchos esfuerzos para continuar la lucha, aunque ya no con el mismo efecto ni fuerza a nivel público. Se formaron instituciones para promover el antievolucionismo y el antimodernismo, pero solo reforzaron la imagen de ser un movimiento sensacionalista.
Poco a poco el debate en el norte de EE.UU. se fue apagando, aunque grupos disidentes de bautistas y presbiterianos formaron sus propias agrupaciones, pues no se tomaron medidas para expulsar a los liberales. Con todo, también surgieron grupos serios que se concentraron en devolverle dignidad al movimiento cristiano. Se fundó el Dallas Seminary y el Wheaton College. Además, los bautistas del sur cobraron fuerza y los pentecostales, junto a los movimientos de santidad, asumieron para sí la defensa de los fundamentos en su propio estilo.
Décadas después se apaciguaron las aguas y surgió un nuevo esfuerzo por reconciliar la fe con la cultura. Bajo el liderazgo deBilly Graham, inició una nueva etapa que hoy se conoce como el neoevangelicalismo, que pretendía recuperar las banderas de la unidad cristiana en pos del evangelismo, así como fomentar una mejor relación con la cultura.

Lecciones del fundamentalismo
A nivel histórico, es muy pronto para extraer conclusiones de los efectos del fundamentalismo puesto que aún no han pasado ni 100 años desde aquellos eventos. Sin embargo, hay al menos tres lecciones importantes que se pueden aprender de estos sucesos.
En primer lugar, es sencillo asumir que “del lado de Dios” siempre se tendrá victoria en cada batalla, pero no se debe descuidar la preparación académica y apologética a la hora de ingresar al foro público. En 1 Pedro 3:15 Dios comanda a Su pueblo a estar siempre preparado para dar razón de la esperanza que posee. Es cierto que Dios no dejará naufragar a su Iglesia, pero también existe una responsabilidad por cumplir.
En segundo lugar, se deben escoger con sabiduría los argumentos que se usarán en las distintas arenas de debate. No es lo mismo discutir dentro de la Iglesia que hacerlo en un parlamento bajo reglas democráticas propias de una república. En el libro de los Hechos se evidencia esto. Cuando Pedro les predicó a los judíos (capítulo 2), usó pasajes de las Escrituras para sustentar su punto. En cambio, Pablo les predicó a los griegos (capítulo 17) con argumentos extraídos de templos y poetas paganos. También, en su defensa ante los romanos, elaboró una argumentación con una estructura legal romana pulcra (Hechos 24-26). Hoy queda preguntarse cuál es el contexto del siglo XXI y qué argumentos se usarán para cumplir los objetivos de la Iglesia.
Por último, se debe evitar el sensacionalismo. Los titulares grandilocuentes que despiertan temor generan un escándalo que suele ocultar una parte de la verdad e introducir un poco de mentira. Como creyentes, no podemos tolerar la mentira en ningún nivel, puesto que el mismo Satanás es el padre de ella. Más bien, la sensatez, mansedumbre y templanza deben ser nuestro sello característico, puesto que nuestro líder es la Verdad, y es manso y humilde de corazón.
No actuar por temor es la clave. Cuando ocurren desastres naturales, los que más se desesperan y se llenan de temor suelen ser los primeros en perder la vida por no usar su razón. El pueblo cristiano lleva dos mil años sobre la Tierra y, si Dios quiere que la venida de Cristo se dé dentro de mil años más, Él mismo acompañará a Su pueblo cada día y no dejará que las puertas del Hades prevalezcan.
Referencias y bibliografía
Fundamentalism and American Culture (2006) de George M. Marsden. Oxford: Oxford University Press, 2ª edición, 352 páginas.
Church History in Plain Language (2013) de Bruce L. Shelley. Nashville: Thomas Nelson, 4ª edición, 560 páginas.
Mere Apologetics (2012) de Alister McGrath. Grand Rapids: Baker Books, 197 páginas.
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