La obra de la cruz

El alcance del título

En este estudio quisiéramos situar en su perspectiva bíblica la gran obra de redención que el Señor Jesucristo llevó a cabo en el Calvario, viéndola como el Centro del plan de la redención. El problema fundamental, que halla su solución en la obra de la Cruz, es el pecado de la raza de los hombres frente al Dios de toda justicia, quien se revela también como Dios de amor. En otras palabras, ¿cómo podrá el amor de Dios hallar un medio para perdonar y justificar a hombres que son verdaderamente pecadores y transgresores de su santa Ley, puesto que, por necesidad y definición, él es santo y justo, Arbitro moral frente a toda criatura revestida de responsabilidad moral? Por «la Obra de la Cruz» hemos de entender la tremenda y sublime transacción que hizo posible la solución de este problema que aparentemente carecía de toda adecuada solución.
Aspectos de la Obra de la Cruz
Quizá, al pasar a regiones de perfecta luz, veremos la Obra de la Cruz en su totalidad, sin necesidad de más análisis. Ahora, sin embargo, nuestra limitada comprensión no puede abarcar de una vez tema tan sublime, que plasma el pensamiento más profundo del Dios infinito, y necesitamos la ayuda de metáforas que presenten ciertos aspectos de la obra total. Por este estudio nos limitamos a señalar la centralidad del hecho, notando la evidencia bíblica en cuanto a su necesidad, viendo cómo el proceso de la revelación divina prepara el terreno con miras a la manifestación de la consumación histórica de lo que ya fue determinado antes de los «tiempos de los siglos». La revelación anterior se complementa por las enseñanzas inspiradas de los Apóstoles sobre el significado de esta Obra de la Cruz. No nos interesan teorías, ni sistemas teológicos, sino sólo el cúmulo de la evidencia bíblica, según los postulados señalados anteriormente.
En estudios posteriores nos fijaremos en algunos de los términos que Dios ha escogido y preparado con el fin de ilustrar aspectos fundamentales de lo que él llevó a cabo en la Persona de Cristo, manifestado en la Cruz como el «Cordero de Dios que lleva y quita el pecado del mundo». Dichos estudios no podrán ser exhaustivos a causa de los límites de espacio, pero incluirán «La propiciación y la expiación», «La justificación por la Fe», «La Reconciliación», «La Redención» y «La Salvación». Hemos de pensar en la obra total como si fuera un diamante, una unidad en su esplendoroso conjunto, y según esta figura los temas desglosados corresponderán a las facetas que han resultado del corte de la joya. Sin el brillo de las facetas, el diamante no mostraría su luz, y aparecería como una piedra cualquiera. Cada faceta se reviste de su gloria particular, pero, a la vez, su brillo complementa el de todas las demás en el conjunto de luz que es el diamante en toda su gloria.

El plan de redención

El propósito eterno
La Obra de la Cruz tiene su origen en un propósito de Dios que surgió de su gracia, entregándose su cumplimiento al Hijo-Mesías. El concepto se destaca claramente en las siguientes palabras de Pablo: «(Dios)… quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (pro chronón aionión), pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio» (2 Ti 1:9-10). La cita encierra importantes aspectos de esta gran Obra, dignos de ser estudiados, pero aquí nos interesa el origen de la obra nacida del propósito de Dios antes de los tiempos de los siglos. En este sentido la Obra de la Cruz «siempre era», ya que Dios es inmutable y su designio es algo que se reviste de sustancia real por ser expresión del beneplácito del Dios eterno. Este concepto se expresa también en (1 P 1:18-21) (Ef 1:3-10) (He 9:26) (Ap 13:8), y es implícito en todo el desarrollo de la revelación del plan de la redención.
Destellos del plan en el Antiguo Testamento
Las Escrituras revelan la voluntad de Dios en relación con el hombre por medio de pactos y de dispensaciones, pero jamás hemos de olvidarnos de la unidad esencial del plan de la redención, ya que la gracia de Dios se manifiesta según ciertos principios inmutables en todos los siglos. El hecho eterno de la Cruz, que existe siempre en el propósito de Dios, hace posible la salvación del pecador, en todo tiempo, ya que, en su aspecto de propiciación, satisface las demandas de la justicia divina. Hasta la llegada del momento para la manifestación de la Obra, no se veía claramente la base del perdón (Ro 3:25-26). Sin embargo, existía, y los hombres piadosos del Antiguo Testamento comprendían que, pese a ser pecadores y transgresores de la Ley, Dios había hallado un medio adecuado para cubrir su pecado (Sal 32:1-5). La Ley fue introducida para poner al descubierto el pecado, convirtiéndolo en clara «transgresión» (Ro 3:19-20) (Ro 5:20) (Ro 7:7-14). Anteriormente a la promulgación de la Ley en el Sinaí, Dios había otorgado el simbolismo de los sacrificios y había confirmado un pacto de gracia con Abraham (Gn 15). El concepto de «sacrificio» fue conocido por Abel, (su sacrificio fue, sin duda, de sangre), por Noé (Gn 8:20-21), y por los patriarcas (Gn 12:7). La salvación por medio del cordero sacrificado halla dramática expresión en la Pascua, clave esencial del significado del tema en el Antiguo Testamento, confirmándose las lecciones mediante todo el sistema que Dios ordenó por medio de Moisés (Ex 25-40) (Lv 1-10, 16-17). Podemos resumir estos destellos del plan de redención en el Antiguo Testamento diciendo que todo sacrificio sangriento, ordenado por Dios, enfatizaba la lección de que «sin derramamiento de sangre no se hace remisión del pecado». A su vez, indica que hubo provisión para la remisión, y hemos de recordar que «sangre», en estos contextos, significa la ofrenda de la vida en sacrificio, entendiéndose siempre que, en su última expresión, la vida fue la del Cordero de Dios (Lv 17:11).
Una anticipación profética
El Señor resucitado halló referencias a sí mismo y a su obra en todas partes del Antiguo Testamento, siendo algunas implícitas y otras claramente expresadas. Para nuestro propósito basta citar el extraordinario oráculo de Isaías (Is 52:13-53:12) que parece ser una lamentación poética elevada delante de Dios por el «Resto Fiel» de Israel, en el tiempo de la conversión de la nación. Al desarrollarse el lamento se eleva a grandes alturas de inspiración espiritual, hasta tal punto que se halla en este pasaje la «semilla» de toda la doctrina de la Cruz tal como se desarrolla en los Evangelios y las Epístolas. Se ha hecho ver muchas veces que aquí se combina el testimonio profético y el sacerdotal, ya que un profeta señala la Víctima que «fue herida por nuestras transgresiones», aplicándole el nombre de «Cordero» en (Is 53:7). En cada uno de los versículos 10, 11 y 12 se hace referencia a la «vida» o «alma» (hebreo: «nephesh») del gran Protagonista, que fue «puesta en expiación por el pecado», que fue afligida, viéndose luego el fruto de la agonía, y que fue «derramada hasta la muerte» cuando el Sustituto «fue contado con los pecadores». Es una profecía de maravillosa penetración y profundidad sobre la muerte vicaria del gran siervo de Jehová, y todo intento de buscar la clave del oráculo por otros medios fracasa. Para el creyente fiel, la aplicación en el Nuevo Testamento de tantas de las frases del oráculo al Señor, con referencia a su obra sustitutoria, determina que aquí hallamos la expresión quintaesenciada de la Obra de expiación del Cordero de Dios, tal como fue proclamado por Juan el Bautista y realizada en la Cruz.

La manifestación del plan en la consumación de los siglos

La consumación de la obra revelada en el Nuevo Testamento
Hemos notado el hecho eterno, que siempre existía como designio del Trino Dios, señalando algunos de los reflejos del Plan en la historia, ordenanzas y profecías del Antiguo Testamento. Es obvio, sin embargo, que no podía llegar el momento de la manifestación y de la consumación del Plan hasta que se presentara el Redentor. Recordemos las profundas expresiones de Pablo: «Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para que redimiese a los que estaban bajo la Ley a fin de que recibiésemos la adopción de hijos» (Ga 4:4-5). Las condiciones que había de reunir el Redentor en su Persona, como Dios-Hombre, se consideran en el Capítulo V. Nuestro propósito en este lugar es apreciar, en sus líneas generales, la revelación de la Obra de la Cruz en el Nuevo Testamento, haciendo ver que no se trata de una doctrina paulina solamente, sino de una enseñanza común a todas las partes del Nuevo Testamento, bien que Pablo y el autor de Hebreos fueron llamados a declarar aspectos muy profundos de esta Obra.
Los preanuncios del Sacrificio en los Evangelios
Las referencias que hagamos a las predicciones directas, o veladas en simbolismo, que hallamos principalmente en la boca del Señor en los Evangelios, serán típicas y no exhaustivas. El lector verá que varias de estas predicciones se enlazan con las profecías del Antiguo Testamento, de modo que los eslabones de evidencia se vinculan en una cadena de ininterrumpida doctrina común a través de toda la Biblia. Las predicciones de Cristo empiezan a menudear después de la Confesión de Pedro en Cesárea de Filipo, ya que fue necesario enseñar a los discípulos que el cumplimiento de la esperanza mesiánica no podía cumplirse por medios políticos, sino por vía del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Ungido. «Desde entonces comenzó Jesucristo a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén, y padecer muchas cosas de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto y resucitar al tercer día» (Mt 16:21). Llegando cerca del fin del penoso «camino hacia Jerusalén», el Señor advirtió a los discípulos de forma solemne y detallada lo que había de acontecer en la ciudad capital. La angustia que le oprimía el corazón se reflejaba hasta en el rostro y el andar del Salvador. «Estaban, pues, en el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante de ellos; y estaban asombrados, y los que le seguían tenían miedo. Y tomando a su lado otra vez a los Doce comenzó a decirles las cosas que le iban a suceder. He aquí, dijo, subimos a Jerusalén y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas y le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, los cuales le escarnecerán y le escupirán y le azotarán y le matarán; mas a los tres días se levantará». En circunstancias análogas Lucas recuerda esta advertencia dada a los Doce: «He aquí subimos a Jerusalén y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre, pues será entregado, escarnecido, azotado y le matarán» (Lc 18:31-34). El Señor, pues, sabía en detalle todo lo que había de suceder en Jerusalén, pero ya que «se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén» (Lc 9:51). Evidentemente el acontecimiento profetizado constituía la consumación de su obra, siendo imposible evadirla (Lc 13:32-33).
Las predicciones hechas en forma figurada encierran más de la doctrina de la Cruz, pero no hay lugar aquí para más que unas indicaciones someras de lo que podría ser un estudio extenso. «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, declaró el Maestro, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo el que cree tenga en él vida eterna» (Jn 3:14-15). Una comparación con el relato del incidente de la plaga de serpientes de (Nm 21) revela el simbolismo: los israelitas morían a causa de la mordedura de las serpientes, y sólo podían librarse del fin fatal mirando a la serpiente de bronce alzada en medio del campamento. Nadie que conceda importancia y autoridad a la cita puede dejar de reconocer que Cristo habla de su muerte, siendo ésta el medio de salvar a los perdidos, dándoles la vida eterna, según los versos que siguen a la cita, y que incluyen (Jn 3:16). En (Lc 12:49-50) el Señor habla de un «bautismo», un descenso al abismo que había de ser cumplido, y que fue necesario cumplir a fin de que se manifestasen las energías del fuego del Espíritu Santo entre los hombres (Mr 10:39). Según el relato de Lucas el tema de conversación entre el Señor, Moisés y Elías en el Monte de Transfiguración fue «el Éxodo» que había de cumplir en Jerusalén, con referencia evidente a la liberación de los israelitas del poder de Egipto: figura de una liberación universal por medio de la obra de Cristo. En los capítulos 12 a 17 de Juan hay referencias a la «hora» de consumación, y al «grano de trigo» que había de caer en tierra y morir con el fin de garantizar una cosecha abundante (Jn 12:23-24,31-33).
La distribución del material en los Evangelios señala la importancia de la «consumación» de la obra en Jerusalén, ya que todos los Evangelistas dedican una parte importante de su espacio a los acontecimientos que siguieron a la entrada «triunfal», hasta la Ascensión del Señor. Este espacio llega a la tercera parte del texto en el caso de Marcos. Las biografías de los grandes líderes de la humanidad suelen ser muy diferentes, pues detallan las épocas del mayor éxito de la actuación del protagonista, quien trabaja hasta que la enfermedad y la muerte ponen fin a sus actividades. Mueren porque no pueden vivir más, mientras que el Hijo del Hombre vino para morir y resucitar.
Los relatos de la Pasión
Una lectura superficial de los procesos preliminares a la crucifixión, y la realización de este crimen, podría dar la impresión de la consumación del martirio de un reformador que había chocado con las fuerzas religiosas dominantes, pudiendo éstas ejercer tal presión sobre el poder civil de Roma que la sentencia de muerte se hacía inevitable. Entonces la angustia de la Cruz no sería más que la de otros mártires, o la de los ladrones crucificados a su lado. Sin embargo, el lector atento, aleccionado por las predicciones del Maestro, puede discernir muchos detalles en los relatos que los distinguen de las martirologías. a) El Señor mantiene su autoridad, pese a tanto desprecio y dolor. b) La oscuridad que cubrió la tierra en pleno día no halla explicación «natural». c) La angustia de la mujer de Pilato es algo que no ocurriría en el caso de procesos normales. d) Las «siete palabras» revelan profundidades que pertenecen al fuero interno del Salvador y señalan la consumación de la Obra, y pensamos especialmente en el grito de abandono: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», con el otro triunfal que lo complementa: «¡Consumado es!» e) El Señor entregó su espíritu al Padre después de consumar una obra interna de dimensiones infinitas, en el momento decidido por él mismo, y no por el agotamiento del organismo físico. Ya había dicho que sería así: «Yo pongo mi vida para volverla a tomar; nadie me la quita, sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo potestad para ponerla y tengo potestad para volverla a tomar» (Jn 10:17-18). El sentido profundo de la obra fue expuesto por Pedro en su discurso del Día de Pentecostés: «A éste, entregado por el determinado consejo y presciencia de Dios, vosotros matasteis por manos de inicuos, clavándole en una cruz; a quien Dios resucitó» (Hch 2:23).
El Señor resucitado puso el sello de su autoridad sobre esta interpretación veraz del hecho de su Muerte, y citamos el resumen de (Lc 24:46), en el que Jesús dijo a los suyos: «Así está escrito que el Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día; y que se predicase en su Nombre el arrepentimiento para remisión de pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas» (Lc 24:46-47).

Declaraciones de Pedro en los Hechos y sus epístolas

El énfasis de Pedro en los discursos de Hechos caps. 2 a 15
Cuando leemos los grandes discursos de Pedro que inauguraron la proclamación del Evangelio, en días aún próximos a la Cruz, hemos de recordar que la cruz constituía un acontecimiento reciente, que se interpretaba por los judíos contumaces como evidencia de que Jesús de Nazaret no podía haber sido el Mesías, ya que no pudo salvarse de la muerte por crucifixión. Por eso enfatizaba los puntos siguientes: a) Los dirigentes de la nación habían cometido un gran crimen al hacer crucificar al Siervo de Jehová (Hch 2:23) (Hch 3:13-14) (Hch 5:30). b) Sin embargo, Dios había trastocado el infame veredicto del Sanedrín, levantando a su Hijo de entre los muertos y glorificándole a su Diestra, donde actúa como Señor y Cristo, administrando el valor de su obra para el bien de los arrepentidos (Hch 2:24-36) (Hch 3:13,18-21,26) (Hch 5:31-32). Israel tuvo la primera oportunidad de aceptar esta proclamación. c) Por la gran obra que Dios realizó por medio de su Siervo, valiéndose del crimen de los dirigentes del pueblo, la obra de salvación se lleva a cabo en el nombre del Señor y Salvador (Hch 3:15,16,19,26) (Hch 4:12) (Hch 5:31), quien es poderoso para salvar. Esta salvación abarca la remisión de los pecados. Cuando Pedro llegó a predicar a los gentiles en la casa de Cornelio, anunció lo mismo en términos comprensibles para su auditorio (Hch 10:34-43). d) Las condiciones para recibir la bendición ofrecida son siempre las mismas: arrepentimiento y fe. La intervención de Pedro en el llamado «Concilio de Jerusalén» (Hch 15:7-11) enfatiza la gracia de la obra divina, que la fe sencilla del creyente (judío o gentil) recibe para salvación.
La doctrina de las Epístolas de Pedro
Solamente llamamos la atención del lector a la profunda doctrina de la Cruz que se desarrolla por el Apóstol en (1 P 1:18-25) (1 P 2:21-25) (1 P 3:18), que subraya tanto el propósito eterno de Dios en Cristo, como su realización en el Gólgota. El enlace con el simbolismo de la Pascua, con el tema del Cordero de Dios, es muy evidente, como también el eco de la doctrina de (Is 53). Después de años de meditación y de revelación, el Apóstol cala más hondamente en la doctrina de la obra de la Cruz, señalando sus vastas perspectivas y su aspecto sustitutorio. Con todo, las claras enseñanzas de los primeros días de testimonio no pierden nada de su significado inspirado, a pesar del desarrollo posterior de las mismas. Lo que enfatizamos aquí, de modo especial, es la unidad de la doctrina según se expresa por todos los siervos inspirados de Dios en el Nuevo Testamento, y que se arraiga en el Antiguo Testamento.

La doctrina en las epístolas de Juan y el Apocalipsis

La base doctrinal del Evangelio
Hicimos referencia a la doctrina del Evangelio al notar algunos de los preanuncios de la Pasión, y debiéramos añadir que el testimonio de Juan el Bautista en (Jn 1:29) inicia el tema del Cordero de Dios en el Nuevo Testamento, confirmado por las afirmaciones de Juan el Apóstol al pie de la Cruz, que aplican el simbolismo de la Pascua a la Persona de Cristo y a la forma de su muerte (Jn 19:33-37). Existe una relación íntima entre el Evangelio y la primera Epístola de Juan, pues ésta presupone los hechos y las doctrinas del escrito histórico. Juan, al pensar en el valor permanente de la obra de la Cruz, base de una verdadera comunión entre el Padre y sus hijos, nos hace saber que «la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1 Jn 1:7). En (1 Jn 2:2) subraya la verdad fundamental de la propiciación: «Él (Jesucristo) es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo». En (1 Jn 3:16) Cristo es el sublime ejemplo del amor: «Cristo puso su vida por nosotros», y el tema se desarrolla más en (1 Jn 4:9-10), versículos que enfatizan la propiciación ya hecha por nuestros pecados: culminación de la misión del Hijo.
El Apocalipsis presenta el clímax del tema del Cordero, que no sólo fue inmolado, sino que, gracias a este hecho, redime a los hombres y triunfa sobre todas las fuerzas del mal. Notemos que en (Ap 1:5) los mejores originales rezan: «Al que nos amó y nos libertó (rescató) de nuestros pecados por su sangre…». En (Ap 5:9-10) los redimidos cantan: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque fuiste inmolado y con tu sangre redimiste para Dios hombres de toda tribu y lengua y pueblo y nación; e hiciste de ellos un reino y un sacerdocio para nuestro Dios». El «libro» contenía los últimos juicios y designios de Dios para el fin de los tiempos y el poder romper sus sellos significa que el Cordero, que también se describe como «el León de la tribu de Judá», controla los acontecimientos que determinan el triunfo final sobre el mal, gracias a la «inmolación», o sea, la obra expiatoria de la Cruz.

La doctrina de la cruz en Hebreos

El autor de este libro acude repetidas veces a los grandes temas del antiguo régimen con el fin de mostrar a los grupos de vacilantes cristianos hebreos (a los cuales se dirige) que la consumación de todos los ejemplos y conceptos anteriores se halla en Cristo, en quien han de confiar por completo, abandonando las sombras preparatorias ya cumplidas: que no por ello dejan de ocupar su importante lugar en la revelación total de la Biblia. Habla mucho de Cristo como el sumo sacerdote, quien, según el tipo aarónico, se ofreció a sí mismo en sacrificio de valor eterno, antes de asumir el sacerdocio real según el orden de Melquisedec: el que ejerce ahora a la Diestra de Dios. Las referencias al Sacrificio, frecuentes y de gran valor doctrinal, ocupan grandes secciones de los capítulos 9 y 10. Debemos prestar atención especial a las profundas expresiones doctrinales de los textos siguientes: (He 1:3) (He 2:9,14,15) (He 5:7-10) (He 7:25-28) (He 8:3-13) (He 9:26) (He 10:10,12,13).

La doctrina en los discursos y epístolas de Pablo

La enseñanza del maestro de los gentiles
Es tan conocida la amplia presentación de la doctrina de la Cruz en los escritos del apóstol Pablo, que algunos han llegado a acusarle de desarrollar una «mística de la Cruz», trocando los sencillos hechos de la muerte ejemplar de un Mártir en una muerte expiatoria de la que surgió el Hombre glorificado. Por eso hemos subrayado el testimonio general de los escritos del Nuevo Testamento antes de llegar a la doctrina del Apóstol, con el fin de que el estudiante esté completamente convencido de que no hay más que una doctrina de la Cruz en las Sagradas Escrituras, y si bien la clásica expresión de distintas facetas de ella debe mucho a las palabras inspiradas de Pablo, su doctrina concuerda perfectamente con la de los demás Apóstoles y de la Palabra en su totalidad. Frente al abundante material de las Epístolas paulinas, hemos de contentarnos con citar unos textos típicos, recordando que volveremos muchas veces a sus enseñanzas al presentar varias facetas de la Obra de la Cruz en las secciones posteriores de este libro.
Pablo ve el gran tema de la redención por la sangre de Cristo como centro y base del desarrollo del plan de los siglos, escribiendo dentro de las vastas perspectivas de (Ef 1:3-14) «en quien (en Cristo) tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia» (Ef 1:7). Todo su ministerio dependía de la Obra de la Cruz, pues, según las expresiones de (2 Co 5:14-15), había formado este criterio: «Que si uno murió por todos, luego todos murieron (en él); y por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos». La proclamación de la reconciliación, puesta a la disposición de hombres rebeldes, surgió de este hecho: «que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no imputando a los hombres sus ofensas, y nos confió el mensaje de reconciliación». Para que no hubiera equivocación en cuanto a la base del mensaje, añade en el versículo 21: «Al que no conoció pecado (Cristo), (Dios) le hizo pecado por nosotros, a fin de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él». Su «entrega» a los corintios se resume de esta forma en (1 Co 15:2-4): «Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó conforme a las Escrituras». Doctrinas que no se ajusten a esta proclamación unánime de los Apóstoles son «vanas» y anulan la fe (1 Co 15:12-15).
Como medio de consulta añadimos una serie de referencias a textos que concretan la doctrina paulina de la Cruz: (Ro 3:21-26) (Ro 4:24) (Ro 5:1,11,12-21) (Ro 6:1-14) (Ro 8:3-4,33-34) (Ro 10:4-13) (Ro 14:9) (1 Co 1:17-25) (1 Co 2:1-5-7) (1 Co 11:23-29) (1 Co 15:3-4,20-23) (2 Co 5:11-21) (2 Co 8:9) (Ga 1:4) (Ga 2:16-21) (Ga 3:1-2,7-14) (Ga 6:13-16) (Ef 1:7) (Ef 2:1-10,14-16) (Ef 5:2,25-27) (Fil 2:5-11) (Fil 3:4-11) (Col 1:14,18-20) (Col 2:11-15) (1 Ts 1:9-10) (1 Ts 4:14) (1 Ts 5:10) (1 Ti 1:15-16) (1 Ti 2:3-7) (2 Ti 1:9-12) (2 Ti 2:8) (Tit. 2:11-15) (Tit 3:4-7).

El valor y el alcance de la obra de la cruz

La Obra se reviste de valor infinito
Las consideraciones ya hechas sobre la Persona del Señor Jesucristo nos ayudarán a comprender que la ofrenda «de sí mismo» (Ef 5:1) (Ga 1:4), con tantas referencias en Hebreos, encierra necesariamente un valor infinito. La sangre de las víctimas animales del sistema levítico no tenía valor intrínseco, por ser el animal inferior al hombre, creación de categoría distinta y subordinada al hombre. Con todo, el ritual subrayaba la necesidad de la sustitución de una vida por otra, y, en la medida en que la sangre anticipaba la vida ofrecida en sacrificio del Dios-Hombre, adquiría valor simbólico. Nos atrevemos a traducir y enfatizar (Lv 17:11), de esta forma: «Y es la misma sangre que hace expiación en virtud de ser la vida». Vamos a pasar del tipo al Antitipo en seguida, pensando en el valor sin límites de la Vida que fue ofrendada en la Cruz. Grande fue el valor de la perfecta humanidad del Señor, pero a este valor representativo hemos de añadir el intrínseco de su deidad, pues no nos es permitido separar las dos naturalezas, ni siquiera en este trance de la Cruz. Volveremos al tema en el próximo estudio, pero, de paso, subrayamos que la sangre equivale a la vida derramada en sacrificio de expiación, señalando todo el valor de la Persona que entrega la vida. La «sangre» que aún fluye por las venas sostiene una sola vida y no puede «expiar» por que no se ha derramado. En cambio, la sangre del sacrificio corresponde al sacrificio total, que, tratándose de la Vida del Dios-Hombre, supone la entrega del valor de la totalidad de su Persona.
Recordemos que Pablo dice: «Si Uno murió por todos, todos murieron (en él)» (2 Co 5:14), que concuerda con sus enseñanzas sobre los «dos Adanes» (Ro 5:12-21) y (1 Co 15:21-22). Todos murieron en Adán cuando cayó, pero todos viven en Cristo (potencialmente), ya que ha realizado la muerte expiatoria que terminó con el pecado y la muerte. El concepto fundamental es el de la «propiciación», que satisface las demandas de la justicia de Dios frente a todo el pecado, y aun frente a todo el problema del mal, pero tal concepto es tan importante que requiere tratamiento aparte. Por lo pronto vemos la base para la predicación de un Evangelio universal según la gloriosa declaración de (Jn 3:16): «Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna». El valor de la Obra de la Cruz es tal que abarca la posibilidad de la salvación de cualquier persona que deponga su suficiencia propia y acuda a Cristo con sumisión y fe.
El propósito de la Obra de la Cruz
En el párrafo anterior se ha indicado el alcance universal de la Obra de la Cruz, pero surge otra pregunta del hecho de que no todos los hombres se aprovechan de la Obra salvífica de Cristo, pereciendo muchos en sus pecados. La doctrina reformada (calvinista) afirma que los salvos son los elegidos y que los perdidos son los preteridos que no han recibido el auxilio de la gracia de Dios para rendirse y salvarse. Luis Berkhof, conocido teólogo moderno de esta escuela, dice en su Sistematice Theology (pág. 394): «La posición reformada es que Cristo murió con el propósito de salvar verdaderamente a los elegidos y sólo a los elegidos», pues, según este razonamiento, la voluntad de Dios quedaría frustrada si Cristo hubiese muerto para salvar a todos, y luego muchos de los posibles beneficiarios perdiesen la bendición. Esta posición nos recuerda la pregunta de un hombre curioso que se dirigió al Maestro diciendo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?», y el Maestro respondió: «Esforzaos vosotros a entrar por la puerta angosta» (Lc 13:23). Es decir, no somos llamados a discurrir sobre los misterios de la voluntad divina, que sólo podemos conocer en la medida en que se ha revelado en las Escrituras. El Evangelio declara que la Obra de la Cruz es suficiente, que quita de en medio el pecado y que destruye las obras del diablo (He 9:26) (1 Jn 3:5,8), ofreciendo la salvación a todo aquel que cree. El Señor echó la responsabilidad sobre «vosotros» los oyentes del Evangelio, que son hombres moralmente responsables delante de Dios. Estos han de «esforzarse a entrar por la puerta estrecha». No se salvarán por sus esfuerzos, pues quien les salva es Cristo. Necesitan el auxilio de la gracia, las operaciones del Espíritu Santo, para reconocer su pecado y acudir a Cristo (Jn 16:7-12), pero todas las invitaciones y amonestaciones de la Biblia suponen que las personas a las cuales se dirigen son capaces de reaccionar en sentido positivo o negativo, siendo culpables los rebeldes delante de Dios. Recordemos siempre estos hechos fundamentales al considerar las obras de Dios frente a los hombres: a) El Hecho Eterno de la Cruz, que satisface completamente todas las demandas de su justicia, hace posible que Dios ofrezca el perdón y la salvación a todos. b) Dios no hace acepción de personas y juzga a todos con absoluta rectitud, conociendo los intentos del corazón (Ro 2:5-16). c) Toda la Biblia manifiesta que el hombre sumiso tiene el camino abierto para acercarse a Dios y que los contenciosos se exponen a sus justos juicios. d) En una referencia directa a la voluntad de Dios Pablo declara: «Dios nuestro Salvador quiere que todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad» (1 Ti 2:3-7). El contexto relaciona esta «voluntad» con la Obra de la Cruz, pero no se impone por medios arbitrarios ya que, dentro de la voluntad divina, se halla el propósito de Dios de que el hombre le ame libremente. De hecho, no hay tal cosa como «amor» si no se ejerce en régimen de libertad esencial, y el Espíritu de amor obra en los corazones que se abren a su presencia y a sus benditas operaciones.

Unos términos importantes: representación y sustitución

La representación del Hijo del Hombre
Ya hemos visto que el término «Hijo del Hombre» señala la naturaleza de Cristo como aquel que resume en su Persona la humanidad que creó, y que corresponde al concepto de Pablo del «Postrer Adán». En la importante exposición de (Ro 5:12-21), el gran acto de justicia y de obediencia del Postrer Adán encierra en sí el remedio total para los males que surgieron del funesto acto de pecado y de desobediencia del primer Adán, siendo evidente que la Obra de la Cruz fue realizada a favor de todos los hombres. Ahora bien, ¿es posible ampliar el concepto hasta decir que Cristo murió en lugar de todos? El lenguaje de (Is 53:4-6) es sustitucionario (o vicario), y tomamos por ejemplo la profunda frase: «Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros». Sin embargo es preciso tener en cuenta que se trata de quienes ya han reconocido el pecado de haber rechazado al Señor anteriormente, y ahora se someten a él con lágrimas de arrepentimiento. No es difícil comprender que el creyente, gozándose ya en su nueva vida, pueda decir, sin lugar a contradicción: «Cristo murió en mi lugar», pero parece arriesgado afirmar ante un amigo que pregunta sobre el Evangelio: «Cristo murió en tu lugar», si se quiere dar a entender una sustitución eficaz, es más correcto afirmar: «Cristo murió a tu favor, haciendo posible tu salvación».
Aspectos de representación y de sustitución
No hay lugar aquí para examinar todas las frases del griego del Nuevo Testamento que expresan estas ideas de representación o de sustitución en relación con la Obra de la Cruz, pero podemos notar que las preposiciones «huper» y «peri», seguidas por un sustantivo en el caso genitivo, subrayan una obra a favor de la persona, o personas en cuestión, y a veces se aproximan a la idea de sustitución. Si se usa «anti» con un caso genitivo, el sentido es claramente vicario (sustitucionario). Pablo declara en (1 Ti 2:4-7) (léase todo el pasaje): «Hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, Hombre; el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, siendo esto testificado a su debido tiempo». La frase que nos interesa es «ho dous heauton antilutron huper pant» que, muy literalmente, viene a ser, «el cual se dio a sí mismo en precio de rescate a favor de todos»; sin embargo, «antilutron» contiene el prefijo «anti», que refuerza la idea general de «a favor de todos», insinuando la de «sustitución». En la ocasión de la institución de la Santa Cena, las palabras que Cristo pronunció después de bendecir la copa son las siguientes: «Porque esto es mi sangre del pacto, la cual es derramada por muchos (to peri pollón) para remisión de pecados». Aquí se emplea la frase más limitada, pero el contexto revela perspectivas muy amplias. En (Mr 10:45) el Maestro explica su propio ministerio diciendo: «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos». Quizá se halla aquí un eco de Isaías 53, pues la frase determinativa es francamente sustitucionaria: «dounai tén psuch autou ante poll» que traducimos literalmente: «para dar su vida (alma) como precio de rescate en lugar de muchos». «Lutron» es la cantidad de dinero que había de entregarse con el fin de liberar a un esclavo. Notemos que el Señor no dice que da su vida en precio de rescate en lugar de todos, sino en lugar de muchos, o sea, en lugar de la familia de la fe, que, desde cierto punto de vista, se constituye por los elegidos del Padre; concepto que no se opone al equivalente: los sumisos que han colocado su fe en el Salvador. Resumiendo, podemos decir que la obra de la Cruz, realizada en la bendita Persona del Dios-Hombre, se realizó en beneficio de toda la raza, con otras implicaciones quizá en relación con el cosmos, levantando la raza potencialmente en Cristo como sublime contrapartida de la Caída que la hundió en el pecado y la muerte en la persona de Adán. Por eso la predicación del Evangelio es universal. A veces la idea de «beneficio» a favor de todos se halla asociada con la de una sustitución: pensemos en Cristo que sufre en la cruz de Barrabás. Sin embargo, en general, el concepto total de «sustitución» ha de reservarse para «los muchos» que han aceptado las condiciones del Evangelio, habiendo acudido a Cristo con arrepentimiento y fe.

La recepción de la obra de la cruz

Se ha visto de paso que los beneficios de la Obra de la Cruz los reciben las personas que sienten su necesidad, ayudadas por el Espíritu de Dios, y se humillan para confesar sus pecados, confiando en Cristo el Salvador. Las interrelaciones entre la gracia, la fe y las obras se han de examinar en el Capítulo XVIII. Frente a la gran obra del Gólgota nos hacemos eco de la exclamación de Pablo: «Lejos esté de mí gloriarme sino en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6:14).
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

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