TALLER: Retrato perfecto de Jesucristo 5 implicaciones que derivan del título “SEÑOR” aplicado a Jesús

Por: César Vidal

La aplicación del término griego kyrios (Señor) a Jesús es aceptada actualmente como anterior a Pablo, incluso en su acepción de título que implica la idea de Deidad. La discusión se centra hoy en día en aclarar el ámbito exacto donde surgió (judeocristianismo o cristianismo gentil anterior a Pablo), los criterios para llegar a una conclusión y el significado del título en el judeocristianismo afincado en Israel. Que este último aplicaba el título de kyrios a Jesús, resulta difícil de negar a la luz de Apocalipsis 22:20, pasaje que además nos permite deducir que la fórmula griega maranata de 1 Corintios 16:22 equivale a la aramea maranatá («ven, Señor nuestro»).

El teólogo alemán, Wilhelm Bousset, argumentó que la expresión había surgido en Antioquía en relación con los creyentes arameo-parlantes de Siria y Cilicia y que, por lo tanto, se había originado en un ámbito helenístico y no ubicado en Israel.1 Bultmann reconoció el origen del término en la tierra de Israel, pero afirmó que, originalmente, solo se refería a Dios y que no se aplicó a Jesús hasta llegar al ámbito helenístico. Ambas posturas son inaceptables a juicio de la mayor parte de los especialistas actuales.

Parece evidente que si la expresión maranatá fue preservada como una fórmula aramea incluso en iglesias heleno-parlantes, se debió a que su origen debe retrotraerse a una iglesia arameo-parlante y la única a la que podría atribuirse una influencia de este tipo fue la de Jerusalén. En esto existe hoy en día un consenso casi unánime.

La controversia surge a partir del momento en que se intenta cifrar el contenido exacto del término arameo «mara». Para el estudioso, Werner Kramer, la expresión tenía un contenido meramente honorífico en el ámbito palestino, mientras que en el helenístico poseía connotaciones de divinidad, kyrios, y que no existe entre ambas ninguna «conexión genética». Este punto de vista resulta cuestionable, entre otras cosas, no solo porque resulta muy difícil aceptar esa desconexión entre comunidades que tuvieron lazos muy fuertes entre sí (Gá 2:11 ss; Hch 11:27 ss; 15:1 ss, etc.), sino porque además hay datos que apuntan a que el judeocristianismo ubicado en Israel utilizó el título de «Señor» con un contenido que trascendía con mucho del meramente honorífico sirviéndose para ello de precedentes judíos.

El título mar ya aparecía aplicado a Dios en las partes arameas del Antiguo Testamento. Daniel llama a Dios mare malkim o «Señor de los reyes» (2:47) y más adelante encontramos la expresión mare shamai o «Señor del cielo» (5:23). En ambos casos, la Septuaginta ha traducido el término arameo mar por el griego kyrios. En los textos de Elefantina (documentos encontrados en la región de Egipto), mar vuelve a aparecer como título divino. Albert Vincent ha señalado incluso que este contenido conceptual ya se daba en el siglo IX a. C.

Los midrashim palestinos contienen también buen número de referencias a Dios como mar (Gn Rab 13:2; 22:2, etc.). De lo anterior, cabría esperar que los judeocristianos afincados en Israel hubieran utilizado ese título para referirse a Dios (y, efectivamente, así lo hicieron), pero también lo aplicaron a Jesús desde una fecha muy temprana que podría situarse en la misma década de los treinta.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el himno judeocristiano citado en Filipenses 2:5 ss. Teniendo en cuenta que Pablo escribió esta epístola en torno a los años 60-62 y que la impresión que se obtiene de la lectura de este pasaje es que era ampliamente conocido, su redacción inicial puede retrotraerse a algún periodo histórico situado entre los años treinta y cincuenta del siglo I. Jesús es presentado en este himno como un ser preexistente que existía en forma de Dios, pero que no se aferró a Su condición de ser igual a Dios (v. 6). Por el contrario, se vació (gr. kénosis) de la misma, tomó la forma de siervo (v. 7) y murió en la cruz (v. 8). Esta conducta de Cristo hizo que Dios lo exaltara al otorgarle el «Nombre» que está sobre todo nombre (v. 9) para que, en cumplimiento de la profecía de Isaías 45:23 (que, en realidad se refiere al propio YHVH) ante Jesús se doblara toda rodilla (v. 10) y toda lengua lo confesara como Señor (v. 11).

De la lectura del pasaje anterior se desprende que el judeocristianismo tenía una visión de Jesús como Señor que trascendía con mucho la de un mero título de cortesía y que contenía indudables connotaciones de Deidad. Desde luego, este es el contenido que aparece en otras fuentes judeocristianas. Aún si descartáramos que Hechos 1:24 sea una oración dirigida al Jesús resucitado y ascendido, lo cierto es que el título de «kyrios» (lógicamente, «mar» en un medio arameo parlante) tal y como se aplica a Jesús deja de manifiesto lo siguiente:

  1. Es idéntico al utilizado para referirse a Dios (Hch 2:39; 3:22; 4:26; etc.) como ya hemos visto al examinar el uso del término arameo «mar» en el judaísmo. No deberíamos tampoco olvidar que la Septuaginta había sustituido ya desde hacía tiempo «YHVH» por «Kyrios». En estas fuentes, tanto Dios como Jesús son denominados «Kyrios» de tal forma que en algunos pasajes no es fácil discernir si la referencia es a Dios o a Jesús (Hch 2:20). De hecho, se tendría la sensación de que el título aplicado a Jesús compromete seriamente la idea de un monoteísmo unitarista, el cual niega la deidad de Cristo (Hch 10:36).
  2. El título «kyrios» aplicado a Jesús va más allá de un simple título honorífico (Hch 4:33; 8:16; 10:36; 11:16-17; Sal 1:1; etc.).
  3. «Kyrios» implica una fórmula cúltica propia de la Deidad (Hch 7:59-60; Stg 2:1). Así Esteban se dirige a este Señor Jesús en el momento de su muerte, el autor de Apocalipsis encamina hacia Él sus súplicas y Santiago le añade el calificativo «de gloria» que, en puridad, solo sería aplicable al mismo YHVH (Is 42:8).
  4. El uso de «kyrios» permite ver cómo se atribuían sistemáticamente a Jesús citas veterotestamentarias referidas originalmente a YHVH (p. ej., Hch 2:20 ss.; cp. Joel 3:1-5).
  5. La fórmula compuesta «Señor de señores» (tomada de Deuteronomio 10:17, donde se refiere a YHVH) es aplicada a Jesús implicando una clara identificación del mismo con el Dios veterotestamentario (Ap 17:14; 19:16). Tanto el judeocristianismo de la Diáspora (1 P 1:25; 2 Ped. 1:1; 3:10; Heb 1:10; etc.) como el paulino (Ro 5:1; 8:39; 14:4-8; 1 Co 4:5; 8:5-6; 1 Ts 4 y 5; 2 Ts 2:1 ss, etc.) seguirán esa línea que, no obstante, ni fue creada por ellos ni encontró su origen fuera de Israel, sino en el medio judeocristiano de Jerusalén.

Recuerda esto, Pablo finaliza su descripción sobre la humillación de nuestro Señor con las siguientes palabras:

Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2:9-11, énfasis añadido).

¡Maranata!

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