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En su último discurso en el Pastor’s College, Spurgeon describió la vida cristiana como una guerra espiritual. Señaló que la Iglesia debía equiparse con la Palabra, mantenerse firme en la fe y depender totalmente del Espíritu Santo para sobrevivir.
La influencia del pastor y teólogo Charles H. Spurgeon (1834-1892) es innegable. Su ministerio ha trascendido los límites de su tradición bautista reformada, al igual que las fronteras inglesas —¡y aun las barreras del tiempo!—. Su fidelidad al Evangelio y su dedicación en la formación e instrucción de la Iglesia en las verdades bíblicas e históricas ha impactado a muchos creyentes y ministros, tanto de su línea confesional como de otras denominaciones, desde su época hasta la actualidad.
El último discurso que Spurgeon pronunció en el Pastor’s College en 1891 se publicó en el libro La mayor batalla de este mundo, el cual incluyó un prólogo del Dr. Mafthew Leighton. Allí, este profesor y decano de teología en el Instituto Bíblico y Seminario Teológico de España (IBSTE) describió el ministerio del predicador inglés como multifacético: “Hacía de consejero, ayudando a los creyentes con sus dificultades. Hacía de profesor, enseñando a sus alumnos. Hacía de evangelista, llamando a muchos a confiar en Cristo”. También destacó una faceta sobre la cual hablaremos más adelante: el “Spurgeon soldado”.
En este artículo, abordaremos el último discurso de Spurgeon ante los estudiantes del Pastor’s College, institución que él mismo fundó. Asimismo, consideraremos cuáles eran algunos retos que afrontaban tanto Spurgeon como los estudiantes y predicadores en ese contexto, el equipamiento que propuso para enfrentarlos, y qué lecciones se desprenden de su discurso para los pastores e iglesias en nuestros días. Pero antes, creemos necesario repasar un poco la vida y ministerio de Spurgeon, lo cual nos permitirá apreciar su carácter pastoral y, en especial, docente, así como su filosofía detrás de la fundación del Pastor´s College.

Del “muchacho predicador” al “príncipe de los predicadores”
Desde temprana edad, Spurgeon demostró que no era un pequeño común y corriente. El Dr. Leighton nos comenta algunas de sus cualidades en sus primeros años:
Su abuelo había heredado una biblioteca llena de literatura puritana (autores como Richard Baxter, John Bunyan y John Owen). A sus cuatro o cinco años, Spurgeon entraba en la biblioteca y sacaba volúmenes de allí. Los sacaba no para jugar, sino para intentar leerlos. ¡No era un niño normal! Uno de los libros que al parecer pudo entender fue El progreso del Peregrino de John Bunyan, obra que tuvo gran influencia en su vida (…). Además, su abuela le pagaba un centésimo [por] cada himno de Isaac Watts que memorizaba. Acabó memorizando el himnario completo y solía citar los himnos en sus sermones a menudo.

Después de su conversión a Cristo por la sencilla predicación de un laico metodista, Spurgeon mostró una seriedad espiritual inusual a su edad. Estudiaba con rigurosidad la Biblia, de manera que a los 15 años empezó a predicar públicamente y a sus 16 se le comenzó a llamar “el muchacho predicador”. Según Leighton, el joven Spurgeon había predicado 188 sermones a sus 18 años. A sus 19, lo invitó a predicar la iglesia de New Park Street Chapelen Londres —una congregación histórica; considerada por el pastor, traductor y biógrafo de Spurgeon, Alfredo Rodríguez y García, el “buque insignia del movimiento bautista”, donde habían pastoreado ministros del calibre de Benjamin Keach (1640-1704)—.
Los dones que el Señor le había dado a Spurgeon fueron notables para la congregación londinense, al punto que, como anota el Dr. Leighton: “la capilla, que tenía una capacidad para 1200 personas, estaba llena”. Con los años, la membresía de la congregación aumentó grandemente, por lo que decidieron construir una nueva edificación que se llamó Tabernáculo Metropolitano.
Spurgeon sirvió a esta asamblea como ministro ordenado por 38 años, la cual llegó a tener una membresía de aproximadamente 6000 personas y a plantar unas 180 iglesias más. Predicó delante de un auditorio superior a las 20.000 personas sin altavoces —¡algo increíble!—, y fue una figura tan pública, que sus sermones eran difundidos por medios como el London Times y el New York Times.

Con un estilo victoriano inglés, Spurgeon combinaba su vasta preparación teológica y bíblica con una excepcional oratoria, con lo cual llegó a cautivar a muchos y generó las críticas de otros. Es considerado “el autor cristiano con más material publicado”, según la información en La mayor batalla de este mundo. Se estima que, cuando falleció, circulaban unas 50 millones de copias de sus sermones, y en los años 90, se calcularon unos 300 millones de ejemplares. Con el auge del internet, resulta difícil conocer a cabalidad cuántas de sus obras y sermones están en línea.
Por estas y muchas otras razones, el muchacho predicador pasó a la historia como “el Príncipe de los Predicadores”.
El Pastor’s College: fundación y visión de Spurgeon
Charles Spurgeon estableció 66 ministerios con las ganancias que generaron las ventas de sus obras y sermones. Sin embargo, gran parte de los fondos fueron destinados para la construcción del Pastor’s College, el cual, en la actualidad, continúa operando en la formación de obreros para la gloria de Dios bajo el nombre “Spurgeon College”.
Charles fue un académico y teólogo autodidacta, pues nunca contó con formación en algún seminario o institución académica. Su genialidad recayó en su disciplina lectora y su imponente biblioteca, que a la fecha de su muerte contaba con más de 12.000 volúmenes. Aún así, recibió una pluralidad de ofertas por parte de centros renombrados para ser investido con el título de Doctor Honoris Causa (una distinción honorífica otorgada a personas por sus méritos en determinados campos). No obstante, Spurgeon las rechazó alegando que los honores corresponden solo a Dios.

A pesar de que Spurgeon no contó con una educación formal, comprendía la importancia de la preparación académica, especialmente para los ministros y predicadores. Por eso decidió fundar el Pastor’s College. El Dr. Geoff Chang, profesor de historia de la Iglesia y teología histórica en el Seminario Teológico Bautista Midwestern y curador de la Biblioteca Spurgeon, nos relata un poco de las circunstancias que rodearon la constitución del Colegio de Pastores:
En la primavera de 1861, con 16 hombres bajo su cuidado, el costo financiero de capacitarlos se estaba volviendo demasiado alto. Por eso, en una reunión especial el 19 de mayo de 1861, Spurgeon compartió con su congregación su visión para la capacitación pastoral y recaudó una ofrenda especial para apoyar la obra.
No obstante, según nos comenta Chang, la asamblea se propuso hacer más. El 1 de julio de 1861, aprobó una moción en la que se elogió el trabajo de Spurgeon en la formación de jóvenes para el ministerio y se solicitó la incorporación de su desempeño y sus exitosos resultados a los libros de la iglesia. Además, se reconoció que hasta el momento había sido una obra privada, pero que, en adelante, sería parte de su “sistema de labores evangélicas”, adoptando el compromiso de sostener el ministerio tanto económica como espiritualmente. Así, el Colegio se convirtió en un ministerio oficial de la congregación, asistido por las donaciones y oraciones de su membresía.

La visión de Spurgeon para el Colegio recogía muchas de sus propias características: una sólida doctrina evangélica y calvinista, una manera cálida de instrucción y, especialmente, una fuerte unión con la iglesia local. Esto último lo diferenció notablemente de los centros académicos de su época. En palabras del Dr. Chang: “Mediante esta estrecha asociación entre el Tabernáculo Metropolitano y el Colegio de Pastores, Spurgeon buscó abordar una deficiencia eclesiológica en la formación pastoral de su época”. Él no quería “graduar teólogos, sino preparar predicadores”que hicieran una exposición Cristocéntrica. Esto se puede apreciar, precisamente, en las palabras casi finales de su discurso en el Pastor’s College:
…recordemos que el Espíritu Santo solo bendice de conformidad con Su propósito establecido. Y nuestro Señor ya explicó de qué se trataba: Él me glorificará (Jn 16:14). Vino con esa gran finalidad y no se conformará con menos. Así pues, si no predicamos a Cristo, ¿qué tendrá que ver el Espíritu Santo con nuestra proclamación? Si no glorificamos al Señor Jesús, si no lo enaltecemos a los ojos de los hombres, si no nos esforzamos por coronarlo Rey de reyes y Señor de señores, el Espíritu Santo no nos acompañará.
Tras las líneas enemigas: trasfondo y contexto del discurso
Fue en abril de 1891 que Spurgeon impartió su último discurso en el Pastor’s College titulado La mayor batalla del mundo. Por medio de él exhortó y animó a sus colegas y estudiantes del colegio una última vez al describir la vida y, en particular, el ministerio como una guerra. Este sermón fue publicado un poco tiempo antes de su muerte (1892), y aunque se trata de una de las obras más breves del predicador inglés, es una de las más conocidas.
El “príncipe de los predicadores” entendía que el Señor Jesucristo no lo había llamado a estar descansando en un “sofá aterciopelado”, sino a estar “en la línea de batalla”, peleando y luchando “contra la incredulidad, el pecado y el error”. Por lo anterior, el Dr. Leighton señala que, cuando analizamos las palabras del discurso, así como las figuras que usa a lo largo de su disertación, conocemos al “Spurgeon soldado”.

Ahora bien, en su disertación, Spurgeon recogió mucho de lo que ocurría en su contexto, al igual que inquietudes propias como pastor y maestro. Por un lado, destacó que los ministerios deben tener como eje central la predicación de las Escrituras sin transgredir o diluir su contenido. Por otro, resaltó el hecho de que la vida cristiana no es un llamado a la comodidad, sino a una batalla férrea y constante donde no solo los pastores están involucrados, sino todos los creyentes. Como dijo en algún momento: “ser cristiano es ser un guerrero”.
Sin embargo, el asunto más polémico que lo rodeaba era el auge de la teología liberal, que, como nos señala el Dr. Leighton: “…entraba paulatinamente en la unión bautista de la cual Spurgeon formaba parte”. Casi al final de su vida, Spurgeon jugó un papel significativo en la llamada Downgrade controversy (la Controversia del declive). Las doctrinas cardinales e históricas de la fe cristiana eran “degradadas” (por eso el nombre) y, debido a eso, muchos ministros e iglesias de la unión bautista terminaron abandonando la ortodoxia cristiana.
Doctrinas como la propiciación vicaria, el castigo eterno, la resurrección física de Jesús, y muchas otras más, eran objeto de cuestionamientos y rechazos. Lo anterior, llevó a Spurgeon a renunciar a su membresía de la unión, sin dejar de mantener relación con los pastores y hermanos que sostenían una posición ortodoxa frente al conflicto. Él tenía claro que abandonar la ortodoxia traería como resultado la pérdida del poder y santidad de la Iglesia, y advertía que esta “nueva teología” (refiriéndose a la teología liberal) no daría fruto.
[Puedes leer: El gran problema detrás de la teología liberal]

En medio de todo, el Dr. Leighton resalta un punto digno de admirar en la actitud de Spurgeon: logró “mantener una clara distinción entre el error y quien lo comete”. Es decir, el tono frontal de Spurgeon era contra los errores, no directamente contra sus promotores: “Debemos hablar dura y severamente contra el error y el pecado, pero contra los hombres no podemos musitar palabras, aunque se trate del papa mismo”. Con esto en mente, tenemos un panorama que sirve para contemplar los aspectos centrales de su discurso.
Las armas, el ejército y la fuerza: estructura y contenido del discurso
Spurgeon inició su discurso con una introducción en la cual se vale de un lenguaje miliciano para describir el trabajo del cristiano, especialmente de los predicadores. Para ilustrar cuál debería ser la actitud y determinación de los creyentes ante el error y el pecado, se vale de la historia antigua, probablemente haciendo referencia al conflicto militar conocido como la “Batalla de las Termópilas” (apróx. 480 a.C.), el cual inspiró la película 300 (2006):
Recuerdo haber leído de un puñado de griegos que, como leones, pelearon contra los persas. Un espía acudió a comprobar lo que hacían, regresó y le contó al gran rey que no eran más que pobres criaturas, porque estaban ocupadas peinándose. El monarca, sin embargo, interpretó los hechos a la verdadera luz: un pueblo que se acicala el cabello antes de la batalla es que valora mucho sus cabezas y no las inclinará a una muerte cobarde.

De esta forma, Spurgeon empezó diciendo que los cristianos deben ser diligentes y prepararse para proclamar las verdades eternas con la mayor precisión posible. Si bien hizo un llamado a estar firmes y contender por la verdad, destacó la soberanía del Señor ante todo: “Alzo la vista al Dios de los ejércitos. (…) Somos débiles, pero el Señor nuestro Dios es poderoso, y la batalla es Suya, no nuestra”.
Al mismo tiempo, reconoció la vulnerabilidad de los ministros (incluyéndose), por lo que advirtió que no pueden cumplir su ministerio sin depender de Dios. “Los que lideramos sufrimos las mismas debilidades y problemas que los que son liderados. Debemos prepararnos, pero también confiar en Dios, porque sin Él nada empieza, continúa, ni acaba bien”, dijo.
Cerró su introducción describiendo los tres ejes de su discurso como el equipamiento de los soldados de Jesucristo para la batalla: primero, nuestro arsenal, la Palabra inspirada de Dios; segundo, nuestro ejército, la Iglesia del Dios Viviente; y tercero, nuestras fuerzas, el Espíritu Santo que “es nuestro poder en todo lo que somos y hacemos”.
Es menester señalar que procuramos resaltar aquí las ideas más importantes y algunas de sus exhortaciones, pero no es posible ahondar en todos los temas que aborda en cada sección. En cuanto a la primera, Spurgeon describió las Escrituras como el arsenal. En sentido militar, un arsenal es el depósito donde se encuentran las armas de un ejército. Reconoció la infalibilidad, suficiencia e inspiración de la Biblia, pues señaló que: “…la verdad de Dios es el único tesoro que buscamos, y la Escritura es el único campo en el que cavamos para encontrarlo. No necesitamos nada más que lo que Dios ha tenido a bien revelar”.

También relacionó la Palabra con los atributos de Su Autor: “La Escritura, en su ámbito, es como Dios en el universo: autosuficiente. (…) La Palabra es como Su Autor: infinita, inconmensurable y sin final”. Cuestionó a los que desean “otras revelaciones” —describiéndolos como “espíritus errantes”— y dijo respecto a ellos: “Siempre están estudiando, pero nunca llegan a conocer la verdad”.
Así, señaló cómo la Escritura ha sido objeto de todo tipo de pruebas por filósofos y científicos, pero siempre ha “superado todos los exámenes”, y recriminó la “innovación” de su tiempo sobre la “ética” cristiana: “Hemos observado la excelencia de la Palabra en la edificación de los creyentes y en la producción de justicia, santidad y utilidad. (…) Compadezco a quienes les suena como novedad”.
En ese orden, Spurgeon propuso al menos tres exhortaciones a su auditorio. Primero, no desechar nada de la Escritura, pues: “Todo lo digno de la revelación de Dios es digno de nuestra proclamación”. Segundo, conocer mejor la Palabra, ya que: “El que conoce bien el Texto es un buen teólogo”. Tercero, predicar únicamente la Biblia, reafirmando su inspiración, cuando dijo: “Para nosotros, la inspiración verbal de las Sagradas Escrituras es un hecho, no una hipótesis”.

En relación a la segunda sección, Spurgeon procedió a describir nuestro ejército como la Iglesia. Inició con el siguiente interrogante: “¿Qué podría conseguir un hombre solo en una gran cruzada?”.De esta manera, resaltó lo imperativo de asociarnos con el pueblo de Dios y cooperar junto a los santos. Con ello, advirtió el riesgo de infiltración en “la Iglesia del futuro”, que buscará la “inclusión” de los enemigos a sus filas. En sus palabras: “¡Qué increíble será ver tal Iglesia! Será lo que quieras, pero no será una Iglesia”.
Entonces, reprochó a los que ignoran la necesidad de congregarse y expuso una eclesiología bíblica. Respecto a esto, dijo: “Para algunos, la ‘iglesia’ no es más que los ministros o el clérigo, pero en realidad esta debe referirse al cuerpo completo de los fieles, y estos deben disfrutar de la oportunidad de reunirse y actuar como iglesia”. Aunque reconoció su importancia, también señaló que no es perfecta: “Las iglesias de Corinto y Laodicea exhibían graves errores, así que no nos sorprendamos si detectamos fallos en las nuestras”.
Además, habló de la membresía y les “imploró” a los líderes que tuvieran “iglesias reales”: “No mantengamos nombres en nuestros registros si no son nada más que nombres”. De sus exhortaciones, destacamos: primero, formar a la congregación en el “arte santo” de la oración, pues: “(…) la iglesia que no ora está muerta”. Segundo, tener comunidades misionales, ya que: “La iglesia, si no es una casa dedicada a la salvación de almas, no es nada”. Tercero, que los ministros sean ejemplo para la grey. Sobre eso, Spurgeon advirtió:
“Si no somos dignos de que se nos imite, tampoco se nos debe permitir subir al púlpito. (…) Debemos ser ejemplos en todo para nuestro rebaño, excelentes en toda diligencia, gentileza, humildad y santidad. (…) No podemos esperar iglesias santas si quienes debemos ser su ejemplo vivimos profanamente”.

En la tercera y última sección, Spurgeon describió que nuestras fuerzas radican en el Espíritu Santo. En este sentido, comentó: “Creemos en el Espíritu Santo y en nuestra absoluta dependencia de Él. Lo creemos, ¿pero también a nivel práctico?”.
Con lo anterior, señaló que no conoce la verdad aquel que ha solo ha leído “Outlines of Theology (Esquemas de teología) de Hodge, The Gospel Worthy of All Acceptation (El evangelio digno de toda aceptación) de Fuller, el escrito sobre el Espíritu Santo de Owen o cualquier otro clásico de la fe”, sino quien medita y profundiza en la Biblia guiado por Aquel que la inspiró. Así, continuó presentando un entendimiento sólido y práctico sobre el Espíritu Santo: “Nuestras iglesias sin el Espíritu serían como los valles sin sus arroyos, las ciudades sin sus pozos, los campos de maíz sin el sol o la cosecha sin el verano”.
En resumen, abordó lo imprescindible del poder y obra del Espíritu para cumplir la voluntad de Dios: “Él es quien estimula, convence, ilumina, limpia, guía, persevera, consuela, confirma, perfecciona y utiliza. (…) Él es quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer”. Con esto en mente, Spurgeon ofreció algunas exhortaciones, de las que resaltamos tres:
1. Tratar al Espíritu como se merece: “No nos refiramos a Él como si fuera (…) una doctrina, una influencia o un mito ortodoxo. (…) Él es Dios; que sea Dios para ti”.
2. El Espíritu no hace concesiones sobre la verdad, por lo cual advirtió que: “Si firmamos acuerdos con el error o el pecado, será bajo nuestro propio riesgo”.
3. El Espíritu no aprueba el orgullo, por lo que instó a los ministros así: “¡Humillarte ante tu Dios es lo que necesitas, predicador!”.

Lecciones y aplicaciones para la Iglesia y los ministros de hoy
Desde los días de Spurgeon, y muchísimo tiempo antes, la Iglesia se ha enfrentado a los mismos enemigos. La actualidad no es la excepción. Los mismos adversarios persisten en su campaña contra el Señor, Su Iglesia y la verdad, solo que ahora utilizan uniformes diferentes. Las desviaciones doctrinales modernas beben del pozo de los herejes antiguos: el mormonismo bebe del arrianismo, el movimiento “apostólico-profético” bebe del montanismo, y un largo etc.
Adicional a esto, el sincretismo religioso y el relativismo moral hoy reciben el nombre de “inclusión” (ahora hay “iglesias LTGBQ+”); el descuido de las disciplinas espirituales y la “ociosidad cristiana” (en palabras de Spurgeon) tiene a las iglesias dormidas; y los pecados flagrantes e impenitentes de ministros y miembros no son tratados y reprochados en las congregaciones.
En sí mismas, las exhortaciones que Spurgeon proporcionó a lo largo de su discurso sirven como aplicaciones para nosotros en nuestros días. No obstante, inspirados en las palabras del “príncipe de los predicadores” ante su audiencia en el Pastor’s College, deseamos puntualizar algunas cuantas para las iglesias y los pastores de hoy.
1. Ser sobrios, velar constantemente y mantenerse firmes. Con las palabras del apóstol Pedro, encontramos que los cristianos tienen que buscar tales actitudes en la batalla por la fe, y nos recuerda que tenemos a otros compañeros de milicia en el campo de guerra: la Iglesia. “Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar. Pero resístanlo firmes en la fe, sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en sus hermanos en todo el mundo”(1 P 5:8-9).
2. Estar debidamente equipados para la batalla. El soldado que acuda a la guerra sin el equipo táctico necesario, como dice una expresión, “es hombre muerto”. El apóstol Pablo, en su epístola a los Efesios, insta a esa iglesia a equiparse con la armadura de Dios, que Su Gran Capitán ha provisto: “Por tanto, tomen toda la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes” (Ef 6:13).
3. Tener una perspectiva centrada en la causa de Cristo. Como ilustró Spurgeon, los miembros de las iglesias, y más especialmente sus líderes y ministros, deben tener una determinación como la que tuvieron los espartanos frente a los persas. El apóstol Pablo, en su carta a Timoteo, recoge una idea similar cuando escribe acerca de la actitud de los soldados de Cristo: “Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús. El soldado en servicio activo no se enreda en los negocios de la vida diaria, a fin de poder agradar al que lo reclutó como soldado”(2 Ti 2:3-4).
4. Depender del Espíritu Santo en todo momento. Uno de los aspectos centrales del discurso de Spurgeon giró en torno a la importancia del poder y dirección de la Tercera Persona de la Trinidad para que la Iglesia y sus líderes cumplan con lo que el Señor espera. En este sentido, las palabras del Señor a través del profeta Zacarías a Zorobabel son aplicables para recordar que nuestra batalla es espiritual y que, por lo tanto, requiere que dependamos del Espíritu Santo de Dios: “‘No por el poder ni por la fuerza, sino por Mi Espíritu’, dice el Señor de los ejércitos”(Zac 4:6).
5. Predicar y contender por la pureza de la verdad bíblica. Como resulta evidente, aunque las implicaciones del discurso de Spurgeon también se destilan para todos los cristianos, su audiencia principal al momento de pronunciarlo eran predicadores. Él fue categórico en que el ministro debe dedicar todas sus energías a conocer la Palabra de Dios y, de manera consecuente, predicarla completa. Como insta Pablo a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad”(2 Ti 2:15). Además, Spurgeon nos recuerda que, aunque debemos contender por la fe (Jud 1:3), también debemos mantener un espíritu manso y humilde que rodee nuestra apología (1 P 3:15-16).
6. Procurar la santidad y no patrocinar el pecado. Un elemento fundamental en el discurso de Spurgeon era que el estándar bíblico de la Iglesia es la santidad, y por ello, el pecado no puede ser tolerado de ninguna forma. En cuanto al Cuerpo de Cristo, el llamado es claro: “Así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir. Porque escrito está: ‘Sean santos, porque Yo soy santo’” (1 P 1:15-16). En relación a los ministros, el llamado es el mismo, pero su responsabilidad es mayor, pues se les ha concedido pastorear la grey del Gran Pastor. Por tal razón, deben tener en mente las cualificaciones que el apóstol enlista para los que están en el ministerio o aspiran a él (1 Ti 3:1-7). Además, es necesario que cada congregación (en su rol y de acuerdo a los preceptos bíblicos) ejerza una supervisión y, de ser necesario, reprensión de sus pastores si violan la doctrina o la ética bíblica.
7. Cumplir con la Gran Comisión. En una de sus exhortaciones, Spurgeon habló de la necesidad e importancia de que las iglesias sean misionales, es decir, que cumplan con la Gran Comisión: “Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”(Mt 28:19-20). Las misiones son una tarea inherente a la Iglesia misma. Como dijo Spurgeon, si la Iglesia no está cumpliendo su trabajo de buscar las almas perdidas, no es nada.
Referencias y bibliografía
La mayor batalla de este mundo (2020) de Charles H. Spurgeon en Biblioteca de Clásicos Cristianos. Abba: Barcelona, pp. 11-13, 16, 18-21, 26, 27, 31-33, 35, 39, 43, 55-57, 59, 61, 65, 67, 70, 71, 73, 74.
Así fue la historia de conversión de Charles Spurgeon por Giovanny Gómez | BITE
Biografía de Spurgeon por Alfredo S. Rodríguez y García | Editorial CLIE
Charles Spurgeon: vida y ministerio de “el príncipe de los predicadores” por Giovanny Gómez | BITE
The Pastors’ College: Spurgeon’s Vision for Church-Based Training | The Spurgeon Center
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