
La anticoncepción, alguna vez rechazada unánimemente por el cristianismo, se ha convertido en uno de los temas más debatidos dentro de las iglesias. ¿Puede el cristianismo reconciliar la planificación familiar con su visión bíblica sobre la vida y la procreación?
Controlar la fertilidad de una mujer es una idea antigua, aunque los cristianos a menudo han visto la anticoncepción con gran hostilidad. Una razón para esta oposición es práctica: los métodos de antes a menudo eran tóxicos para las mujeres o, como mínimo, funcionaban provocando un aborto de un embarazo ya existente, lo cual es inaceptable dado que la Biblia habla sobre la santidad de la vida humana. No fue sino hasta los tiempos modernos que surgieron intervenciones farmacológicas seguras para prevenir el embarazo.
Los métodos farmacéuticos de anticoncepción surgieron a principios de la década de 1950 y se han perfeccionado hasta la actualidad. Sin embargo, este tema sigue siendo controvertido para la Iglesia y la sociedad. El renovado debate sobre el aborto ha intensificado las tensiones entre la religión y la política. La anticoncepción es ahora un tema más significativo que nunca, ya que muchos creen que el acceso a un control de la natalidad asequible podría ayudar a prevenir embarazos no planificados que resultan en abortos.
Este artículo revisa, a través de 8 preguntas clave, las cuestiones éticas, teológicas y prácticas que rodean el control de la natalidad, con énfasis en los métodos hormonales.

1. ¿Cuáles son los términos básicos a definir?
Para evitar confusiones por el uso de términos médicos, aquí se proporcionan algunas definiciones iniciales; otras se proporcionarán más adelante.
“Concepción” es un término no médico que se usa coloquialmente para referirse a la creación de vida humana en el útero. La palabra más específica para el comienzo de una nueva vida humana es “fertilización”, la unión de un espermatozoide masculino y un óvulo femenino como resultado de la intimidad sexual. En el útero de una mujer, la fertilización ocurre en la parte alta de las trompas uterinas (de Falopio).
Después de este momento, el embrión recién creado comienza un viaje de cinco a seis días por las trompas de Falopio hasta la implantación en la pared más interna (endometrio) del útero. La nueva vida en el útero se llama “embrión” hasta las ocho semanas de desarrollo. Después de eso, y hasta el nacimiento, se llama “feto”. Un embarazo típico dura treinta y ocho semanas desde la concepción, o cuarenta semanas después del último período menstrual de la mujer.
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Un “anticonceptivo” es cualquier medicamento, dispositivo o procedimiento quirúrgico destinado a prevenir el embarazo. Los anticonceptivos hormonales funcionan para prevenir la “ovulación”, es decir, la liberación de un óvulo humano de los ovarios, lo que típicamente ocurre cada mes durante los años reproductivos de una mujer. Los métodos de barrera y la planificación familiar natural también pueden ser medios eficaces de control de la natalidad.
Un abortivo es cualquier fármaco o dispositivo que hace que el útero de una mujer rechace un embarazo bloqueando la implantación de un embrión o induciendo un aborto espontáneo. Para ser claros, la visión consistente del cristianismo provida es que los no nacidos son plenamente humanos, teniendo un estatus moral completo en cada momento durante el embarazo, desde la fertilización hasta el nacimiento. Así, los no nacidos son miembros de la comunidad moral con los mismos derechos y privilegios otorgados a todos los demás seres humanos. Por lo tanto, cualquier fármaco o dispositivo que interfiera con esta trayectoria natural es inmoral.

2. ¿Cuál ha sido la posición de la Iglesia respecto a la anticoncepción a lo largo de la historia?
La visión histórica del cristianismo sobre la anticoncepción ha sido predominantemente restrictiva. Padres de la Iglesia como Jerónimo, Juan Crisóstomo y, de manera muy influyente, Agustín de Hipona enseñaron que la intimidad sexual solo era permitida dentro del vínculo matrimonial, y enfatizaron que la procreación era su propósito principal. En su obra Sobre el bien del matrimonio, Agustín argumentaba que la relación sexual necesaria para la procreación estaba libre de culpa, pero aquella que iba más allá de esta necesidad seguía a la lujuria.
En ese sentido, cualquier interferencia deliberada de la concepción era condenada y a menudo se le equiparaba con el aborto. Esta conexión no carecía de fundamento, ya que muchos remedios antiguos para prevenir el embarazo, como el silfio o las semillas de la zanahoria silvestre, probablemente funcionaban como abortivos al interferir con la progesterona.
Tal perspectiva se mantuvo durante la Edad Media. Los penitenciales de la época reflejaban la gravedad del pecado sexual, y la práctica de la anticoncepción podía acarrear penitencias de varios años. Tomás de Aquino, si bien consideraba el acto sexual moralmente lícito, insistía en que debía realizarse de acuerdo con la ley natural, es decir, “en consonancia con el fin de la procreación humana”. Durante la Reforma protestante, figuras centrales como Martín Lutero y Juan Calvino también se opusieron firmemente a cualquier forma de control de la natalidad. Calvino, comentando el pecado de Onán (Gn 38:8-10), lo describió como un “crimen imperdonable”. Así, tanto protestantes como católicos rechazaron la anticoncepción hasta bien entrado el siglo XX.

Un cambio significativo comenzó a gestarse en el ámbito protestante con la Conferencia de Lambeth de 1930. Esta asamblea de obispos anglicanos, convocada por el arzobispo de Canterbury, otorgó una aprobación limitada y cautelosa a algunas formas de control de la natalidad distintas de la abstinencia. Este evento marcó un punto de inflexión, llevando a una aceptación gradual de la anticoncepción por parte de otras denominaciones protestantes. El contexto social de estos cambios incluía el resurgimiento de ideas neomaltusianas —derivadas de Thomas Malthus, un economista del siglo XVIII que temía que el crecimiento poblacional superara la producción de alimentos—. En las décadas de 1930 y 1940, la rápida expansión de la población mundial generó preocupaciones sobre la escasez de recursos e impulsó un sentido de urgencia hacia el control demográfico y la reducción del tamaño familiar.
Para mediados del siglo XX, la divergencia entre protestantes y católicos se hizo más evidente. En 1961, la Conferencia Norteamericana sobre Iglesia y Familia, patrocinada por el Consejo Nacional de Iglesias (predominantemente protestante), mostró un alejamiento radical de la ética familiar tradicional, abrazando la anticoncepción. En contraste, el magisterio de la Iglesia católica romana mantuvo su oposición constante, reafirmada por Pablo VI.
El debate sobre el aborto, especialmente tras la legalización del aborto en Estados Unidos y posteriormente en otros países, galvanizó al creciente movimiento provida, inicialmente liderado por católicos. Sin embargo, la “conciencia evangélica despertó a finales de los años 70”, según Albert Mohler, al reconocer la “realidad asesina del aborto”. Los protestantes conservadores emergieron como actores principales en el movimiento provida, uniéndose a los católicos. Este compromiso llevó a muchos evangélicos a reconsiderar su postura sobre la anticoncepción.

Hasta el día de hoy, Mohler argumenta que se debe rechazar la “mentalidad anticonceptiva que ve el embarazo y los hijos como imposiciones a evitar en lugar de dones a recibir”, calificándola como un “ataque insidioso a la gloria de Dios en la creación”. Así, hoy más que nunca, católicos, protestantes tradicionales y evangélicos continúan debatiendo sus puntos de vista éticos sobre el control de la natalidad.
3. ¿Qué dice la Escritura?
Un entendimiento bíblico de la sexualidad, la procreación y, por ende, de la anticoncepción, se fundamenta en la afirmación de la santidad de la vida humana. El relato de Génesis establece que hombres y mujeres son creados a imagen y semejanza de Dios (imago Dei), lo que les confiere un valor inestimable y denota una semejanza con Dios en ciertos atributos, sin implicar igualdad con Él.
Antiguo y Nuevo Testamento
El Antiguo Testamento, particularmente en sus primeros capítulos, sienta las bases para la comprensión del matrimonio. Génesis 1:27-28 revela la naturaleza complementaria, varón y mujer, de la humanidad como portadora de la imagen divina, seguida directamente por la exhortación a “ser fructíferos y multiplicarse”. Esta frase, a menudo denominada “mandato procreativo”, ha sido central en la visión histórica de la Iglesia sobre el matrimonio, considerándose que permite la continuación de los portadores de la imagen de Dios y su mayordomía sobre la creación.
Sin embargo, se ha debatido si debe entenderse como un mandato imperativo o más bien como una bendición, dado que la vida es un don que solo Dios crea, y otros pasajes del Antiguo Testamento describen la procreación en términos de favor divino. Más allá de la procreación, Génesis 2:18 introduce el propósito unitivo del matrimonio al abordar la necesidad de compañerismo de Adán: “No es bueno que el hombre esté solo”. Este aspecto se profundiza con la creación de Eva y el principio de que ambos llegan a ser “una sola carne” (Génesis 2:24), frase que sugiere una unión matrimonial integral y exclusiva, no limitada únicamente a la intimidad sexual.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo promueve las relaciones íntimas dentro del matrimonio como una forma para evitar la inmoralidad sexual (1 Co 7:1-8). Algunos intérpretes históricos, influenciados por figuras como Agustín, vieron en esto una concesión o un “mal necesario” para controlar la lujuria, minimizando el aspecto unitivo. No obstante, la mayoría de los comentaristas actuales entienden las palabras de Pablo en el contexto de las persecuciones y la “angustia presente” que enfrentaba la Iglesia primitiva, no como una declaración exhaustiva sobre el propósito del matrimonio. El debate teológico fundamental sobre la anticoncepción ha girado en torno a la separabilidad de los fines procreativo y unitivo de la intimidad sexual.

Perspectivas encontradas
Desde esta base bíblica, surgen diversos argumentos respecto a la anticoncepción. Quienes la consideran moralmente permisible, principalmente en círculos protestantes y evangélicos, suelen rechazar los argumentos de la ley natural sobre la inseparabilidad de los fines procreativo y unitivo en cada acto sexual. Argumentan que, en ausencia de mandatos bíblicos claros en contra, los cristianos gozan de libertad moral en sus vidas privadas. Si bien los hijos son vistos como una bendición, esto no implicaría un mandato de maximizar la descendencia.
Además, el llamado a ejercer dominio sobre la creación (Génesis 1:28) podría interpretarse en el contexto moderno como una mayordomía responsable sobre la familia, incluyendo la planificación y el espaciamiento de los hijos según las circunstancias. Se reconoce también que la intimidad sexual cumple múltiples propósitos, como la expresión de amor, el placer y el compañerismo, los cuales podrían verse obstaculizados por una preocupación constante por el embarazo. Incluso, algunas parejas podrían optar por limitar o renunciar a tener hijos en favor de un servicio ministerial más amplio.
Por otro lado, muchos católicos conservadores y un número creciente de evangélicos expresan escepticismo o rechazo hacia la anticoncepción. Sostienen que la unidad sexual es intrínsecamente tanto unitiva como procreativa, y que separar estos elementos daña la unión matrimonial al eliminar una de sus razones fundamentales: la apertura a la vida.

También advierten que aceptar la anticoncepción puede llevar a las parejas a ver a los hijos como una carga o inconveniente en lugar de una bendición, contradiciendo la perspectiva bíblica que celebra la fecundidad y lamenta la esterilidad. Algunos consideran que la normalización de la anticoncepción socava la institución del matrimonio en la sociedad, al eliminar una de las razones principales para el pacto matrimonial, e incluso podría allanar el camino para la aceptación de uniones donde la procreación natural no es posible.
Finalmente, quienes rechazan la anticoncepción recurren a Efesios 5, donde Pablo describe el matrimonio como una representación espiritual de la relación entre Cristo y la Iglesia, argumentando que no conformarse al diseño original de Dios para el matrimonio distorsiona este testimonio. Una preocupación ética crucial subyace a muchas de estas objeciones: la posibilidad de que algunos métodos anticonceptivos actúen impidiendo la implantación de un embrión ya concebido, lo que constituiría un efecto abortivo y, por tanto, sería moralmente ilícito dada la santidad de la vida humana desde la fertilización.
Una pregunta ética crucial sigue en pie: ¿algunos métodos anticonceptivos funcionan, al menos parte del tiempo, destruyendo una vida humana temprana? Esto podría ocurrir si el mecanismo de acción previene la implantación de un embrión en el útero o causa el aborto de un embarazo temprano. Tal efecto abortivo, de ser cierto, haría que el método fuera moralmente ilícito. Los cristianos necesitan entender cómo funciona la anticoncepción hormonal a la luz de esta posibilidad.

4. ¿Cómo funcionan los anticonceptivos orales?
El ciclo menstrual femenino, dirigido por hormonas como el estrógeno y la progesterona, implica la liberación de un óvulo (ovulación) y la preparación del revestimiento interno del útero para un posible embarazo. Si un óvulo es fertilizado, el embrión se implanta en este revestimiento. De lo contrario, el revestimiento se desprende, causando la menstruación. Los anticonceptivos orales combinados (AOC), conocidos como “la píldora”, contienen versiones sintéticas de estas hormonas. Su acción principal es impedir la ovulación; sin óvulo, no hay embarazo. Aunque las usuarias experimentan un sangrado periódico, este es inducido hormonalmente.
La controversia alrededor de estos anticonceptivos surge a partir de la información adicional incluida en los prospectos de los fabricantes. Estos indican que los AOC, además de suprimir la ovulación, “pueden incluir cambios en el moco cervical que inhiben la penetración del esperma y cambios endometriales que reducen la probabilidad de implantación”. El espesamiento del moco cervical, que dificulta el paso de los espermatozoides, no suele plantear un problema moral para las posturas provida. No obstante, la idea de que los “cambios endometriales reduzcan la probabilidad de implantación” genera una alerta ética significativa para quienes creen que la vida humana comienza en la fertilización, ya que impedir la implantación de un embrión existente se consideraría un aborto temprano.
El debate científico se centra en esta última posibilidad, conocida como la teoría del “endometrio hostil”. La pregunta clave es si, en casos de “ovulación de escape” (cuando la píldora ocasionalmente no impide la ovulación) y posterior fertilización, las alteraciones en el revestimiento uterino inducidas por la píldora podrían efectivamente impedir la implantación del embrión. Quienes apoyan esta teoría argumentan que las usuarias de la píldora a largo plazo suelen presentar un revestimiento uterino más delgado, lo que teóricamente podría dificultar la implantación.

La situación, sin embargo, es compleja. Incluso con un revestimiento más delgado, si ocurre la ovulación, los procesos hormonales naturales intentan preparar ese revestimiento para la implantación durante el tiempo que el embrión tarda en llegar al útero. De hecho, algunas usuarias de la píldora quedan embarazadas. El núcleo del debate radica en determinar la frecuencia con la que una usuaria de AOC podría ovular, concebir, y que luego el embrión no se implante específicamente debido a los efectos de la píldora, y si esta tasa es superior a la alta incidencia natural de fallos de implantación en mujeres sin anticoncepción (más del 60% de los óvulos fertilizados no resultan en un embarazo viable, muchos debido a fallos de implantación). Este escenario de un efecto abortivo inducido por los AOC “nunca ha sido probado científicamente”, y no existe evidencia directa de que tal mecanismo contribuya a su efectividad.
Desde una perspectiva ética, dada la evidencia disponible, cualquier efecto abortivo de los AOC sería extremadamente raro. No existen razones científicas convincentes para considerarlos abortivos en un sentido significativo. En ausencia de evidencia positiva de un efecto abortivo, no hay una base ética sólida para condenarlos por esta razón. La intención de la pareja es moralmente relevante; deben informarse y tomar decisiones responsables. Aquellos con dudas o conflictos de conciencia no deberían actuar en contra de ella, pues existen alternativas de planificación familiar.
5. ¿La anticoncepción no es un respaldo al feminismo?
Existen preocupaciones legítimas sobre la relación entre la anticoncepción y ciertas corrientes del feminismo. Es importante distinguir las primeras olas del feminismo —que lograron avances como el derecho al voto y una mayor representación legal para las mujeres (metas consistentes con una perspectiva cristiana)— de variantes posteriores más radicales y, a menudo, antitéticas a la ortodoxia cristiana. Estas corrientes más militantes, prevalentes en la sociedad secular moderna, han generado tendencias preocupantes.
Algunas influyentes pensadoras feministas han descrito la intimidad sexual y la maternidad en términos de violación y alienación para la mujer, considerando la fertilidad femenina como una fuente de opresión. Siguiendo esta línea, se ha llegado a patologizar la función reproductiva normal del cuerpo femenino, etiquetando la anticoncepción y el aborto como componentes esenciales de la “salud de la mujer”, aun cuando no exista ninguna enfermedad que tratar. Esta comprensión choca con una perspectiva bíblica de la salud, entendida como shalom: plenitud, integridad y bienestar. Desde este enfoque, el objetivo del cuidado de la salud es restaurar esa plenitud, en lugar de considerar la fertilidad como una patología.

La visión secular de la anticoncepción también conlleva efectos sociales adversos no deseados. Paradójicamente, en lugar de disminuir las tasas de aborto, la anticoncepción podría haberlas incrementado, ya que el aborto se presenta como una solución de respaldo cuando los métodos anticonceptivos fallan. La promesa de una intimidad sexual sin consecuencias aparentes, basada únicamente en el consentimiento mutuo, puede resultar insuficiente para proteger contra el abuso y la explotación, que requieren una ética fundamentada en el valor objetivo de la persona.
Si bien la fácil disponibilidad de anticonceptivos ha influido en la tendencia social hacia una intimidad separada de la procreación y matrimonios con menos hijos, su uso dentro del matrimonio cristiano no es necesariamente inmoral. Las parejas cristianas deben considerar la anticoncepción de manera reflexiva y en oración, como un acto de mayordomía responsable, posiblemente por un tiempo limitado, y siempre honrando la santidad de la vida y manteniendo una apertura tanto a la intimidad como a la procreación, en contraste con las visiones seculares que desvalorizan la fertilidad.
6. ¿Los anticonceptivos de emergencia (del día después) son abortivos?
La anticoncepción de emergencia (AE), comúnmente conocida como “la píldora del día después”, es un método de respaldo para prevenir el embarazo poco después de una relación sexual sin protección o ante un fallo del método anticonceptivo habitual. El agente más utilizado para la AE es una dosis alta de progestina llamada levonorgestrel, comercializada inicialmente como Plan B One-Step. Su mecanismo de acción principal, si se toma justo antes de la ovulación, es inhibir el estímulo para el desarrollo del folículo, lo que puede prevenir o retrasar la ovulación, de forma similar a los AOC.
El debate moral sobre la AE se ha centrado en si posee un efecto posfertilización, es decir, si puede impedir la implantación de un embrión ya concebido. Esta preocupación se vio alimentada inicialmente por la información incluida en el prospecto original de Plan B, aprobada por la FDA, que indicaba que, además de prevenir la ovulación y posiblemente la fertilización, podría “alterar el endometrio, lo que puede inhibir la implantación”. Esta frase sugería la posibilidad de un efecto abortivo, llevando a muchos conservadores provida a condenar la AE.
Sin embargo, la investigación científica acumulada durante años no ha demostrado que el levonorgestrel tenga tal efecto sobre la implantación. Múltiples estudios y revisiones exhaustivas indican que si la AE se toma después de que la ovulación ya ha ocurrido, la fertilización y el embarazo subsiguiente se producen con la misma frecuencia que en ausencia del medicamento.

Un estudio de laboratorio particularmente revelador, aunque éticamente controvertido y realizado fuera de EE. UU., utilizó un modelo de endometrio humano y embriones humanos “sobrantes” de tratamientos de fertilidad. En este modelo, el levonorgestrel, incluso en altas concentraciones, no impidió la implantación de los embriones, a diferencia de un agente abortivo conocido (mifepristona) que sí lo hizo. Estos hallazgos, entre otros, llevaron a que, a finales de 2022, la FDA modificara la etiqueta del levonorgestrel como AE, eliminando el lenguaje engañoso que sugería un efecto sobre la implantación.
Desde una perspectiva ética, a pesar de la preponderancia de la evidencia científica que sugiere que Plan B no tiene un efecto abortivo, persiste la discusión en algunos círculos. Parece haberse invertido la carga de la prueba, exigiendo a la comunidad científica una certeza absoluta sobre cómo no actúa el fármaco. Sin embargo, en la toma de decisiones morales, lo que se necesita no es una certeza absoluta —donde toda posibilidad teórica de error es excluida e imposible—, sino una certeza moral. La certeza moral implica que el agente ha excluido toda posibilidad razonable de error. Para las parejas que desean servir a Dios a través de la procreación, no hay evidencia de que la anticoncepción de emergencia destruya una vida humana temprana. No obstante, los creyentes que continúen teniendo preguntas o dudas no deben pecar contra su conciencia.
7. ¿Otros métodos anticonceptivos son ilícitos?
Otros tres métodos populares de control de la natalidad que merecen una breve discusión son: los dispositivos intrauterinos, la planificación familiar natural y la esterilización permanente.
Dispositivos intrauterinos
Un dispositivo intrauterino (DIU) es un pequeño artefacto de plástico en forma de T que los clínicos insertan en el útero como una forma de control de la natalidad reversible y de larga duración. Los posibles efectos no abortivos de un tipo de DIU incluyen la prevención de que los espermatozoides fertilicen los óvulos, la liberación de iones que interfieren con la fertilización, el espesamiento del moco cervical y la inhibición de la capacidad de los espermatozoides. Todos estos mecanismos previenen la fertilización.

Sin embargo, los DIU también irritan el endometrio (revestimiento interno del útero) y lo hacen inhóspito para el blastocisto (embrión temprano), lo cual se considera un efecto abortivo. Existen DIU que liberan hormonas (levonorgestrel, la misma hormona usada en la anticoncepción de emergencia), cuyo mecanismo principal es inhibir el desarrollo folicular y prevenir la ovulación. Otra alternativa es un DIU no hormonal que contiene cobre, el cual interfiere con la motilidad de los espermatozoides y así previene la fertilización. Aunque el mecanismo primario de los DIU hormonales es anticonceptivo, y el de los DIU de cobre es la interferencia con el movimiento de los espermatozoides, ambos inducen una reacción inflamatoria local estéril que puede crear un ambiente hostil para la implantación si ocurriera una ovulación de escape y fertilización.
En resumen, persisten las preocupaciones sobre los posibles efectos abortivos de los dispositivos intrauterinos actualmente en uso. Particularmente en casos de agresión sexual, la anticoncepción de emergencia con levonorgestrel oral sigue siendo una mejor opción desde una perspectiva provida.
Planificación familiar natural
Las formas modernas de planificación familiar natural (PNF) están ahora bien establecidas y tienen muchos defensores. Para los cristianos que se sienten incómodos con el uso de anticonceptivos hormonales, la PFN es una alternativa atractiva. Aun así, “no perdona un uso imperfecto”, lo que puede llevar a embarazos no deseados. Este inconveniente puede reducirse si la PFN se complementa con un método de barrera adicional durante el período fértil de la mujer (por ejemplo, un condón masculino o femenino). Como señaló una revisión: “A pesar de los desafíos, los métodos de PFN son una opción de planificación familiar viable y efectiva para pacientes motivados, y pueden ser la opción ideal para algunos”.
Esterilización quirúrgica
Los dos métodos principales para la esterilización permanente son la ligadura de trompas para las mujeres y la vasectomía para los hombres. Estas cirugías se realizan por diversas razones, incluyendo condiciones médicas que hacen peligroso el embarazo, riesgos genéticos o la decisión de la pareja de no tener más hijos por motivos financieros o de estilo de vida. Ambos procedimientos deben considerarse métodos de esterilidad permanente, con tasas de éxito de reversión limitadas.
Desde la perspectiva de la ética cristiana, la esterilización indirecta —donde la esterilidad es una consecuencia no deseada de tratamientos para enfermedades— siempre se ha considerado moralmente lícita. Sin embargo, la Iglesia católica se opone firmemente a la esterilización directa o electiva, considerándola inmoral porque separa los aspectos unitivo y procreativo del matrimonio y viola el principio de totalidad (automutilación).

En contraste, los protestantes evangélicos y tradicionales suelen ser más abiertos a la esterilización directa. Aunque la permanencia del método genera preocupación sobre la apertura a la procreación, el enfoque suele ser más pragmático y prudencial. Al respecto, John Piper ha dicho: “No hagas compromisos a largo plazo con la esterilidad cuando no tienes suficiente información para saber si es sabio”.
8. ¿Qué consejos prácticos se pueden ofrecer al respecto?
Los seres humanos poseen un valor sagrado al ser creados a imagen de Dios (Gn 1:26–28). Esta verdad majestuosa nos otorga dignidad y esperanza. La Escritura enseña que Dios valora a las personas en el vientre, como lo expresa el Salmo 139, afirmando que somos “asombrosa y maravillosamente” hechos y entretejidos “en lo más profundo de la tierra” (Sal 139:13–15). Intervenciones que afectan nuestra fertilidad impactan no solo a nosotros, sino a futuras generaciones de portadores de Su imagen.
Dios es soberano sobre la vida y la muerte (Dt 32:39; 1 S 2:6), pero confía a Su pueblo la toma de decisiones sabias. Las parejas deben dialogar profundamente sobre los hijos, considerando la mayordomía de sus vidas procreativas en finanzas, educación y carreras. Ante lo inesperado, deben someterse a la soberanía divina.
La elección de métodos anticonceptivos dependerá del acceso y la comodidad. La planificación familiar natural es éticamente permisible. Durante el período fértil, se pueden usar métodos de barrera. El objetivo matrimonial suele ser tener hijos si no hay impedimentos serios. La esterilización permanente (vasectomía o ligadura de trompas) debería reservarse para parejas jóvenes con verdaderas contraindicaciones médicas para el embarazo, pues las circunstancias vitales pueden cambiar.

La píldora anticonceptiva oral combinada típicamente previene la ovulación. Se recomienda iniciarla con anticipación a la primera intimidad sexual. Su acción es anticonceptiva, incluyendo el espesamiento del moco cervical como barrera secundaria. No existe evidencia científica que demuestre que la píldora interfiera con la implantación de un embrión humano.
No obstante, es fundamental que ambos cónyuges estén de acuerdo y plenamente convencidos de estas conclusiones éticas. Como enseña Santiago 4:17: “A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado”. Esto implica que, incluso si una pareja cree incorrectamente que la píldora tiene una acción abortiva, esa creencia debe guiar su comportamiento; nunca deben actuar contra su conciencia.
Respecto al dispositivo intrauterino (DIU), persisten las preocupaciones sobre un posible efecto abortivo; los consejeros cristianos provida deberían disuadir de su uso actualmente. La anticoncepción de emergencia, como Plan B, también es controvertida. A pesar de la fuerte evidencia científica en contra de que interfiera con la implantación, existe animosidad hacia ella. Podría ser prudente restringir este método a situaciones donde la mujer tenga una fuerte contraindicación médica para el embarazo.
Los debates sobre la anticoncepción pueden ser conflictivos. Esta visión general, desde una perspectiva evangélica protestante, ha buscado clarificar las cuestiones éticas y teológicas, esperando estimular una reflexión más profunda.
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