Las bodas del Cordero – (Ap 19:1-10)
Introducción
Después de concluir el juicio sobre Babilonia, se nos traslada al cielo, donde tiene lugar una grandiosa acción de gracias como consecuencia de los juicios divinos ya consumados. Los cielos se regocijan después de la condenación de los impíos, porque esto dará lugar a un nuevo orden mundial en el que el legítimo Rey de este mundo vendrá a ocupar su trono en esta tierra donde por tanto tiempo se le ha rechazado.
Por lo tanto, en estos primeros versículos vamos a considerar el gozo celestial por la destrucción final del malvado sistema mundial de la bestia y por la gloriosa victoria del Mesías que se anuncia como inminente. Evidentemente, esta alegría celestial no tiene nada que ver con los lamentos de dolor y tristeza que ocurrían en la tierra cuando Babilonia era destruida (Ap 18:19).
A algunos les puede parecer extraño esta alabanza celestial por la destrucción de los malos, pero esto siempre ha sido así en las Escrituras: (Dt 32:43) (Sal 58:10-11) (Sal 96:11-13). ¿Cómo puede ser de otro modo cuando «Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra» era un foco de infección para el mundo entero y promotora de todas las persecuciones y muertes contra los cristianos?
No olvidemos que esta explosión de alabanza que resuena en el cielo es en respuesta a los juicios de Dios sobre Babilonia. Allí se terminó con una sociedad cuyos valores estaban en manifiesta oposición contra Dios. Y es lógico que a aquellos que comparten el placer por este mundo presente, no entiendan la emoción que mueve a las multitudes celestiales a adorar a Dios de este modo.
Las multitudes celestiales adoran a Dios por sus juicios
(Ap 19:1-4) «Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!»
No se nos dice con exactitud quiénes forman esta «gran multitud», pero es evidente que forman un majestuoso e impresionante coro que elevan sus voces con fuerza para adorar a Dios.
En el capítulo anterior vimos una exhortación al regocijo ante la consumación del juicio sobre Babilonia:
(Ap 18:20) «Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos, apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella.»
Y lo que encontramos ahora es la respuesta a esta llamada: «¡Aleluya! Salvación y gloria y poder son del Señor Dios nuestro».
El cántico comienza con la expresión «¡Aleluya!», que es la transcripción de una expresión hebrea que significa «alabad a Jah», es decir, «alabad a Jehová». Es curioso que las cuatro únicas veces en las que esta palabra aparece en el Nuevo Testamento se encuentran en este capítulo.
En el canto se atribuye a Dios «salvación, gloria y poder». Y es lógico, porque todo lo que acaba de ocurrir es una ilustración perfecta de estas cosas. Primero de «salvación», que aquí tiene que ver mayormente con su etapa final cuando los santos serán glorificados en el reino de Cristo. También de «gloria», porque estos juicios han manifestado la perfección del carácter de Dios. Y por último de «poder», porque en ellos se evidenció la potencia divina. Sin duda, cada uno de estos atributos y acciones de Dios debe despertar la alabanza en nuestros corazones también.
La razón por la que se rinde esta alabanza viene a continuación: «Porque sus juicios son verdaderos y justos». Aunque el castigo puede parecer muy duro, fue merecido y justo. Recordemos los dos grandes crímenes que fueron juzgados: la corrupción de la tierra con las fornicaciones de la gran Babilonia, y los asesinatos de los cristianos: «Pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella». Babilonia enseñaba a pecar a otros, y perseguía a muerte a quienes no la seguían en sus desenfrenos.
La alegría celestial era tan grande, que «otra vez dijeron: ¡Aleluya!». Este segundo «aleluya» está relacionado con lo definitivo y perpetuo del juicio divino ejecutado sobre Babilonia: «Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos».
Las consecuencias de este juicio son eternas, como eternas serán también las consecuencias del juicio sobre los que siguieron a la bestia. Esto quedará como un recordatorio permanente de la justicia de Dios.
(Mr 9:48) «Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga.»
(Ap 14:11) «Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.»
Finalmente, también «los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes» también se unieron a la adoración celestial al «que estaba sentado en el trono».
Exhortación a alabar a Dios
(Ap 19:5-6) «Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!»
A continuación una voz celestial exhorta a todos los siervos de Dios para que le adoren. Todos por igual, «así pequeños como grandes» deben unirse a la adoración.
En respuesta a este llamamiento, Juan dice: «Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!». Este es el tercer «aleluya», y resuena con mucha más fuerza que los anteriores.
En este caso, la razón de la alabanza no es la caída de Babilonia, sino que «el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina». El universo entero va a ser sometido a la voluntad del único y legítimo Rey. Nada puede frustrar sus planes, porque él es el Todopoderoso, y aunque en este momento todavía no se ha materializado esto, los coros celestiales lo celebran ya como un hecho consumado. Nada ni nadie podrá impedirlo. Como aprendió el gran rey Nabucodonosor después de haber estado por siete años entre bestias:
(Dn 4:35) «Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?»
La cena de las bodas del Cordero
Ahora se destaca el triunfo de los siervos de Dios mediante el simbolismo de una boda celestial. Se considera a la Iglesia como la desposada de Cristo.
La imagen del matrimonio se emplea con frecuencia en toda la Biblia. En el Antiguo Testamento los profetas hablaron una y otra vez de Israel como la esposa del Señor (Os 2:19-20) (Is 54:5) (Jer 3:14) (Ez 16). Y el Nuevo Testamento nos presenta a Cristo como el esposo de la Iglesia.
Sin lugar a dudas, la imagen del matrimonio refleja perfectamente la relación que Dios quiere tener con su pueblo.
- Por el intenso amor que hay entre los cónyuges.
- Por la íntima e indisoluble unión que llega a haber entre ellos, formando una sola carne.
- Por el gozo de amar y ser amados.
- Por la fidelidad que se espera entre ambos.
Ahora bien, para entender bien esta figura es necesario que primero sepamos cómo era la preparación y celebración de una boda en los tiempos bíblicos. Esta se llevaba a cabo en varias fases:
En primer lugar se llevaba a cabo el desposorio o compromiso. Este era un acuerdo que se llevaba a cabo entre los padres de los novios. Esto ocurría con frecuencia cuando los novios eran todavía niños. En ese momento se pagaba la dote acordada.
Después de un período de varios años llega el momento de la presentación. El novio, vestido con sus mejores galas y acompañado de sus amigos, se dirigen a la casa de la prometida. Allí recibe a la novia, que junto con sus damas, son llevadas a la casa del novio, donde se celebrará la ceremonia.
Esta ceremonia era la tercera y más importante fase de la boda, y durante ella se intercambiaban los votos. Después de la ceremonia tendría lugar una comida final a la que seguía la consumación del matrimonio. Esta comida podría extenderse por siete días o más dependiendo de la condición social y económica de los contrayentes.
Este simbolismo se cumple perfectamente en la relación de Cristo con su Iglesia:
- El contrato nupcial fue firmado cuando Cristo redimió a su iglesia por medio de su muerte en la cruz (Ef 5:25-27). Desde ese momento, todo verdadero creyente está unido legalmente a Cristo en matrimonio (2 Co 11:2).
- Después de un período de separación en el que nos encontramos en este momento, llegará segunda etapa, que se cumplirá cuando Cristo, acompañado de sus santos ángeles, venga a recoger a su iglesia por medio del arrebatamiento. Este momento cuando el novio viene con sus amigos a buscar a la esposa para llevarla a su casa es al que se refiere la parábola de las vírgenes que encontramos en (Mt 25:1-13).
- Y finalmente, después de la unión entre el esposo y la esposa, venía el banquete, que en este caso no durará sólo unos días, sino que se extenderá por toda la eternidad.
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