Por: Nathan Díaz/TGC
En nuestras sociedades existen cortes que se deben encargar de hacer cumplir la ley. Cuando comparecemos ante un tribunal, nos presentamos delante de un juez humano que decide cuál será el veredicto final sobre lo que se está juzgando.
De la misma manera, un día Jesús, el Juez de jueces, nos juzgará de manera individual, y si somos creyentes seremos juzgados como parte de Su iglesia universal por nuestras obras y sus frutos. ¿En qué momento seremos juzgados y evaluados por Él? ¿Podemos esperar recompensas por los frutos de nuestra vida en esta tierra?
¿Cuándo sucederá el tribunal de Cristo?
En 2 Corintios 5:1-10 encontramos tres fases o etapas de nuestra existencia como pueblo redimido de Dios.
La primera etapa de nuestra realidad es esta «tienda terrenal». Se refiere a estar en este cuerpo en el que experimentamos la justificación y la santificación. Algún día, esta «tienda» será destruida y habitaremos en la presencia del Señor (2 Co 5:1).
La segunda etapa es «el estado intermedio». Es un periodo en el que —para usar la analogía del apóstol Pablo— estamos esperando ser revestidos al tener nuevos cuerpos: resucitados y perfectos.
Ser revestidos en Cristo, o entrar en el «estado glorificado», marca el inicio de la tercera etapa. Esto se cumple en la segunda venida de Cristo, cuando todos los creyentes seremos transformados a una nueva realidad corporal en la que podremos disfrutar de la gloria de Dios eternamente. Esta es nuestra glorificación.
Pablo conecta este momento de ser revestidos con el momento en el que todos seremos juzgados, tanto los santos como los que no creyeron en Cristo:
Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo (v. 10).
¿Qué se juzgará en el tribunal de Cristo?
El tribunal de Cristo para los creyentes se refiere a la evaluación final de todos los redimidos, en la que recibiremos recompensas como fruto de gracia de nuestro servicio a Dios. En otra de sus cartas, Pablo provee otra descripción de este mismo evento:
Ahora bien, el que planta y el que riega son una misma cosa, pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propio trabajo… La obra de cada uno se hará evidente; porque el día la dará a conocer, pues con fuego será revelada. El fuego mismo probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra de alguien que ha edificado sobre el fundamento, recibirá recompensa. Si la obra de alguien es consumida por el fuego, sufrirá pérdida; sin embargo, él será salvo, aunque así como a través del fuego (1 Co 3:8-15).
Unos versos más adelante, el apóstol confirma de nuevo que estas recompensas sucederán en la segunda venida de Cristo:
…esperen hasta que el Señor venga, el cual sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza que le corresponda (1 Co 4:5).
Estos tres pasajes juntos (1 Co 3:8-15; 4:5; 2 Co 5:1-10) nos dan una descripción más completa sobre lo que sucederá en el tribunal de Cristo y sobre cuándo sucederá.
Estos textos nos muestran que, por ahora, estamos viviendo vidas que acumulan obras. Algunas obras tienen valor eterno y otras serán destruidas como obras que solo tienen valor terrenal y temporal.
Entre más bendiciones hemos recibido (talentos, dones, recursos, etc.), mayor responsabilidad tenemos de usar esas bendiciones para la gloria de Dios
También nos muestran que, para los que hemos sido redimidos, el tribunal de Cristo no será un juicio para evaluar nuestra salvación, sino nuestras obras. Muchas de ellas habrán sido efectuadas para el reino y habrán tenido su origen en la motivación propiciada por el Espíritu Santo, para la gloria de Dios.
Esto significa que habrá diferentes grados de recompensa: Entre más revelación de la verdad recibimos, mayor es nuestra responsabilidad delante de Dios al rendir cuentas sobre la verdad que conocimos (p. ej., Stg 3:1).Entre más bendiciones hemos recibido (talentos, dones, recursos, etc.), mayor responsabilidad tenemos de usar esas bendiciones para la gloria de Dios (Lc 12:47-48; 19:11-27).
Motivados por la gracia
Sin embargo, todas las recompensas que recibiremos de Jesucristo seguirán siendo un regalo de gracia y no el resultado de nuestro esfuerzo ni de algún mérito presente en nuestra naturaleza humana caída.
La mejor ilustración de esto la encontramos en la parábola de los obreros de una viña (Mt 20:1-16). En esta parábola queda claro que los regalos que Dios quiere dar los puede otorgar libremente porque son Suyos, y es Su prerrogativa darlos a quien Él quiera. Él no comete ninguna injusticia al respecto, porque no le debe nada a nadie y porque es el Creador soberano. Al que trabajó todo el día le puede pagar lo mismo que al que trabajó solo una hora.
No obstante, Dios quiere que sepamos que todo nuestro trabajo en esta vida para el reino no será en vano (1 Co 15:58). Dios es el juez perfectamente justo. Por lo tanto, el gozo de las recompensas venideras debe ayudarnos a mantener la perspectiva correcta: no hay ningún sufrimiento en esta vida por causa de Cristo que no sea recompensado mucho más en la era venidera (Ro 8:18; Mt 19:29).
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